Puro espectáculo
Con permiso de Los ángeles de Charlie, Misión imposible lleva camino de convertirse en la saga de películas que más olímpicamente desdeñan la causalidad. O, para decirlo con propiedad, sus acciones sólo se basan en ese pacto, tan volátil, que establecen la película y su espectador y que conocemos como verosimilitud: es obvio que nada de lo que circula por el filme resulta medianamente creíble, pero sería impensable que fuese de otra manera. Porque el artefacto, en esta ocasión dirigido por el solvente guionista J. J. Abrams, se adhiere a toda una tradición que arranca en el teatro ilusionista del XIX y que el cine ha explotado hasta la saciedad, la del puro espectáculo.
Lo que ocurre es que sólo con "lo más difícil todavía" se puede aguantar una película, pero difícilmente una saga. De ahí que, como ocurrió antes con héroes todopoderosos (de James Bond a Indiana Jones, pasando por Lara Croft, por poner tres extremos), no quede otro remedio que sexualizar al héroe y hacerlo carne de amoríos; hacerlo sufrir por el deseo, zarandearlo en la resbaladiza piel del otro: humanizarlo, en una palabra. Y hacerlo sufrir: aquí, ya lo sabemos desde la primera secuencia, se trata de saber si, y eventualmente cómo, se librarán el héroe y su chica de la trampa mortal que les tiende el villano (un Philip Seymour Hoffman muy en su papel, por cierto).
MISIÓN IMPOSIBLE III
Dirección: J. J. Abrams. Intérpretes: Tom Cruise, Philip Seymour Hoffman, Ving Rhames, Billy Cudrup, Michelle Monaghan, Maggie Q. Género: aventuras. EE UU, 2006. Duración: 125 minutos.
Y lo demás es todo esperable. Narrada con un ritmo torrencial, con acciones cuidadosamente diseñadas y ejecutadas, y con unos efectos especiales que a buen seguro no decepcionarán a los amantes de este tipo de artilugios, Misión imposible III no es ni mejor ni peor que sus antecesoras; si acaso, por aquello de los amoríos, su protagonista resulta más cercano, al tiempo que deja en el aire una continuación en términos más de cine familiar, como recientemente ocurriera con El Zorro. Y es tan paranoica en su abordaje a conspiraciones y retruécanos como cabía esperar.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.