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Fotonoticia:

Los plátanos de la discordia

Los bosques que van a plantar no nos dejan ver los árboles que nos quieren cortar. Una de las estrategias favoritas de los hunos municipales y los otros comunitarios para enmascarar sus arboricidios en Madrid consiste en medir por el mismo rasero los plantones y arbolillos que se piensan plantar con los ejemplares adultos y vetustos que se quieren talar. Los plátanos de sombra y las falsas acacias, o sóforas del Japón, son dos de las especies más frecuentes en calles, plazas y paseos, árboles de hoja caduca que dejan pasar los rayos del sol en invierno y protegen de sus inclemencias en verano. Los plátanos de Madrid pertenecen a la familia de las platanáceas, nada que ver con plataneras o bananos, y se llaman así por la anchura de sus hojas y de sus copas, del griego platýs, ancho. Los plátanos llegan a alcanzar los 50 metros de altura y pueden vivir hasta 600 años, árboles majestuosos y sabios capaces de resistir la contaminación más feroz gracias a su curioso sistema de "autodescortezado", el árbol se desprende de la capa exterior de la corteza, la parte más afectada, y desnuda su tronco en placas irregulares que le dan ese aspecto de "camuflaje".

Los plátanos de la baronesa Thyssen, afectados por la deforestación que le espera al paseo del Prado, "son sólo 29", dice el Ayuntamiento, 10 de ellos podridos y a la espera de la eutanasia vegetal que con tanto arte practican los arboricidas municipales. Con esos 29 árboles, el alcalde trata de camuflar el resto de ejemplares que desaparecerán del eje Atocha-Prado-Recoletos hasta llegar a los 700, según los ecologistas, solo 690 para el cómputo del propio Ayuntamiento. Los ecologistas, que no suelen caer en estas trampas, denuncian también los eufemismos del proyecto, no se utilizan las palabras corte o tala, políticamente incorrectas, sino que se habla de "tratamientos de extracción, desplazamiento y traslado", probablemente a un cementerio botánico y luego a un almacén de leña, pues los trasplantes de ejemplares adultos ofrecen escasos índices de supervivencia y en los árboles de gran porte, como nuestros centenarios plátanos, la mortandad es mucho mayor y en muchos casos llega a la totalidad.

El arriesgado tratamiento quirúrgico afectará a 264 árboles del paseo del Prado, los más espectaculares, históricos, majestuosos y, sobre todo, irremplazables. Carlos Riaño, uno de los "trajineros", grupo de arquitectos encabezado por Álvaro Siza, responsable del proyecto, magnífico proyecto si fuera para otro sitio, entra en liza para minimizar los daños, afirmando que entre los árboles del paseo no son todos los que están ni están todos los que son; de los que plantara Carlos III, dice, no queda ni uno, según su autorizada opinión los más veteranos son de la época de Isabel II, como verán no es para tanto. Según su informe, los árboles se fueron talando, "tratando" por enfermedad, para evitar que cayeran sobre los transeúntes, otros se los llevaron a casa los madrileños durante la Guerra Civil para calentarse, lo cual no deja de tener su mérito en el caso de los plátanos, cuyos troncos tienen una intrincada trama que dificulta extraordinariamente su corte, por lo que su madera se ha venido utilizando tradicionalmente para hacer los tajos de los carniceros.

En el trajín de la polémica arbórea entre arquitectos y ecologistas, estos últimos aportan un argumento que me resulta especialmente convincente: "El arbolado desempeña un papel primordial en la arquitectura de este espacio", un espacio que salvo para los leñadores incendiarios del 36, que los cortaron por razones de supervivencia, siempre ha merecido el respeto y el cariño de los madrileños. Hasta tal punto me convencen las razones ecologistas que estaba dispuesto a encadenarme también junto a la baronesa viuda de Thyssen, viuda también de Tarzán y liberta de Espartaco Santoni, en uno de los árboles del sacrificio, pero la iniciativa de la presidenta Aguirre de apuntarse al evento me llena de dudas. Esperanza utiliza la coyuntura para hacer olvidar múltiples y recientes arboricidios y otros delitos ecológicos, y la baronesa podría utilizar su justificada campaña para sus propios intereses, presionar al Ayuntamiento y renegociar las condiciones del legado o alquilarle el tinglado a un mejor postor.

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