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Columna
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El signo

Todos, sí, todos, con las excepciones que confirmen la regla leemos cada mañana, en el periódico donde aparezcan, o lo escuchamos, medio distraídos, en la emisora de radio habitual, el horóscopo que nos concierne. Es un dato generalmente impreciso, el que se refiere la hora exacta de nuestro nacimiento, pues se solían dar aproximadas en los registros civiles, una de las más antiguas muestras de fraude en documento público. En buena parte de las inscripciones figuran nombres que jamás han tenido relación de parentesco ni siquiera de conocimiento personal con los padres legítimos. Eran funcionarios de última categoría que figuraban como testigos de que la niña o el niño tales habían saludado a la vida, primero en los domicilios paternos y más tarde en hospitales y paritorios públicos. Hoy quizá la práctica se realice de manera diferente pero nunca habrá puntualidad acerca de la hora exacta en que se produce el parto, ni si son computables los minutos de desaforado esfuerzo para sacar la cabeza y el resto del cuerpo del claustro materno y pasar a los amantes brazos de la progenitora. Y es lo primero que exigen las avisadas personas que se ganan el sustento averiguándonos el provenir a base de datos muy estrictos del pasado. Supongo que, en casos de especial interés, querrán saber el día en que se nos cayó el primer diente o surgió la primera hebra púbica. Casi todos nos interesamos, en algún momento, por nuestro horóscopo o el de las personas que amamos e incluso de las que odiamos. Y todos sentimos una confortable complacencia cuando los pronósticos son favorables a nosotros mismos o a quienes queremos. Pero si ese Géminis, esas Capricornios o Libras detestadas tienen buenos augurios algo revuelve muy adentro la acidez y la amargura que hemos desayunado.

La cosa viene de lejos. Ya los caldeos, egipcios, griegos y romanos creían que el destino estaba escrito y la insensatez consistía en querer conocerlo, lo que sólo produjo el beneficio entre los escritores dramáticos, que demostraban, a través de los actores, que los hados pueden variar cualquier trayectoria y saltar la tragedia por cualquier costura. El secreto, el encanto, el temor, la salsa de la vida es ignorar su desenlace.

No es recomendable leer más de un diario, una revista o escuchar distintas emisoras, porque rara vez se ponen de acuerdo, lo que le da al vaticinio un aire de suma variedad. Unos aseguran prosperidades financieras, pero alertan sobre los escollos del amor y los recovecos de la amistad. Los hay que presagian edenes sin final para los enamorados, aunque aconsejan prudencia en los gastos y formulan desconfianzas entre los socios o compañeros de trabajo.

En cierto semanario popular de cierto prestigio, que conocí, ya desaparecido, se presentó un colaborador ofertando el horóscopo completo, variado, de aparente solvencia y credibilidad. Una secretaria compasiva le facilitó cierto valioso consejo: "El director es un iracundo y caprichoso Tauro; dale coba a los Tauro y te contratará, pero procura que no se te vea demasiado el plumero, porque no es definitivamente tonto". Fue una competente directriz. El prepotente jefazo, nacido en el florido mayo conservó al horoscopista, que amplió a las previsiones chinas su repertorio, aunque, a veces, diera algún puñetazo encima de una mesa contrariado por el anuncio del algún ligue frustrado, una promesa rota o el comportamiento inadecuado de alguna inconstante Acuario, una traicionera Géminis o una veleidosa Sagitario, cuyas personas solían coincidir con la esposa y alguna de las consecutivas amantes, cuando esas cosas se llevaban.

Esto de los horóscopos se parece a los sondeos de opinión, de referencia en cuestiones generales políticas, religiosas o mediáticas, sobre todo cuando interviene lo que se llama "trabajo de campo" que consiste, a menudo, en distribuir una tarea escasamente remunerada entre personas que tienen algún tiempo libre y que han de rellenar unas casillas previamente concertadas. Pueden ser el resultado de fórmulas sistemáticas o demostraciones imaginativas que rara vez se corresponden con la realidad. En general, los encargados de tales encuestas valoran altamente el tiempo ajeno y procuran no molestar al prójimo con solicitudes muchas veces mastuerzas. Y se inventan resultados que los gerentes de los servicios procuran servir con la mayor seriedad y severidad en las facturas. No hay nada más aleatorio que el futuro ni más sospechoso que la expresión de la verdad que llevamos entre el pecho y la espalda.

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