Adiós al amigo de todos
Albert Costa, campeón de Roland Garros, intentó sobreponer el factor humano al tenis
El día del adiós fue también uno de los más felices en la vida del tenista leridano Albert Costa. A sus 30 años, Costa se despidió del deporte de la raqueta la semana pasada en los octavos de final del Open Seat-Godó, cuando Juan Carlos Ferrero se cruzó en su camino. Fue una excelente despedida, porque no sólo le permitió ofrecer una nueva muestra de su talento sino que le dejó el buen sabor de haber perdido contra el tenista que tuvo como rival el día más grande de su carrera, en la final de Roland Garros de 2002.
Allí culminó su carrera deportiva, hasta el punto de que desde entonces, mermado en gran parte por las lesiones, sólo ha logrado sobrevivir en el circuito profesional. París fue su cumbre y también su final: no ha ganado ningún otro torneo. Y es que allí su vida había dado ya un vuelco espectacular, porque su esposa, Cristina, había tenido mellizas, Alma y Claudia, y la circunstancia de ser padre había abierto una nueva dimensión en la mente del leridano. "Lo dije entonces y lo repito: ellas dos fueron las principales culpables de que acabara ganando el título en Roland Garros", asegura Costa. "Mi tenis estaba ahí, latente, esperando el gran momento. Pero yo mismo me presionaba tanto, que no conseguía dar lo mejor de mi mismo. Sin embargo, tener dos hijas me abrió los ojos y descubrí de golpe que en la vida había cosas más importantes que el tenis. Ese sentimiento fue clave para desinhibirme y poder jugar tranquilo".
Toda su vida había sido un jugador sólido, con un revés desbordante, considerado uno de los mejores del circuito, con un drive que le permitía ganar puntos y con un saque mucho más que arreglado. Lo tenía todo. Incluso una formación notable. "Estuvo con nosotros en la escuela del CT Urgell y allí las cosas se hacían de forma muy profesional", recuerda Josep Tutusaus, entonces director allí y ahora en el RCT Barcelona. "Todos querían jugar en los equipos del club. Y nosotros imponíamos una disciplina bastante férrea". Allí estuvo también Conchita Martínez, campeona de Wimbledon que se retiró hace sólo unas semanas.
Fue en aquella etapa, Albert tenía 13 años, cuando su padre le encontró llorando después de perder un partido. Jordi Costa, se le acercó y le dijo: "La próxima vez que llores por una derrota dejarás el tenis para siempre". Era sólo una frase y tal vez ni siquiera lo habría hecho. Pero Costa se lo tomò muy en serio. "Claro que me asusté", confiesa el tenista leridano. "No quería dejar aquello, pero no estaba seguro de que no volvería a llorar".
Fue un simple episodio, pero la lección quedó escrita. Lo que Costa comprendió fue que el aspecto humano debía estar por encima de cualquier eventualidad que tuviera que afrontar por culpa del tenis. Y con esa filosofía se abrió paso en la vida. Con el paso de los años llegaron los triunfos, sus cuartos de final de Roland Garros (1995) y del Open de Australia (1997), su título del Godó (1997), la medalla de Bronce olímpica en Sidney (2000), el título de la Copa Davis (2000) y el triunfo que culminó su carrera en Roland Garros (2002). Pero, a pesar de contar con un palmarés tan brillante, cuando sus compañeros se refieren a él, destacan sus valores humanos. "Es sincero. Una persona con la que siempre puedes contar y un buen amigo de todos nosotros", afirma Juan Carlos Ferrero. "Un ser entrañable", confiesa Àlex Corretja, su mejor amigo. "Uno de los jugadores con quien más hablaba en el circuito. Le deseo lo mejor", concluye Rafael Nadal. "Un gran tenista y una mejor persona", le define Galo Blanco.
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