Nadal desquicia a Federer
El español responde a todas las alternativas planteadas por el suizo y revalida su triunfo de 2005
Línea. Su drive final entró. Rafael Nadal, entonces, sólo entonces, alzó los dos brazos, gritó al cielo y sonrió satisfecho. Los siguientes resoplidos, entre emocionados y exhaustos, justificaron su maratoniano esfuerzo. Roger Federer bajó la cabeza, digirió su orgullo de la mejor manera posible, obsequió al rival con una sonrisa y, durante el apretón de manos, le reconoció su supremacía en la final del Masters Series de Montecarlo y, de paso, sobre tierra batida. Ambos, que se buscaron las cosquillas con sucesivas tácticas, acabaron por ofrecer un espectáculo exquisito, único. La clave fue que Nadal, escudado en su fortaleza mental y sus dotadas piernas, no dio una pelota por perdida. Le ayudó también que la pista estuviera a escasos metros del mar: la gravedad hace que las pelotas pesen más y los botes sobre la arcilla sean menos vivos. Y, si exprime sus puntos fuertes, el rival de Nadal queda difuminado y desquiciado. Incluso Federer.
Antes de empezar el partido, Nadal solicitó la asistencia médica. Un callo interno en su dedo corazón de la mano izquierda le martilleaba. Se puso pegamento -para que no se le cayese la malla adhesiva que le aplicó el médico- y se marcó un sprint marca de la casa. Problema solucionado. A jugar. Federer no empezó con la misma mentalidad y acusó el juego natural del español, el de un zurdo. El suizo suele fustigar el golpe más renqueante del rival, el revés. Pero para zurdo es el drive. No así Nadal, que, pragmático e inteligente, exigió con derechazos liftados que Federer conectara los reveses por encima de la cintura, el movimiento que más dificultad entraña para un tenista que juega a una mano; cuesta armar el brazo y resta fuerza al golpeo. Para paliar el engorro al que le sometía Nadal, Federer optó por subir a la red. Fino como nunca, Nadal le dejó volear en una sola ocasión en todo el set. Expresivo 6-2 para Nadal. "He intentado apretarle sobre su revés", certificó el manacorí.
Federer tensionó sus músculos, frunció el ceño y tiró de su privilegiada muñeca para volcar la situación. El suizo desconcierta a sus rivales porque es capaz de romper la articulación para abrir ángulos desorbitados y colocar la pelota donde nadie. Desde el otro lado de la pista, no se sabe a dónde va la pelota hasta que cruza la red. Federer, además, encontró en el revés cortado paralelo su mejor aliado. No por la complejidad que implicaba sobre el oponente, sino por la novedad del golpe: 7-6 (7-2) para él. Pero Nadal desenmascaró la triquiñuela del rival. Aprendió a flexionar las rodillas y a envolver las pelotas. Federer retomó el juego inicial. Y, crecido, Nadal probó su nueva táctica, la de empalar el revés a dos manos principalmente con la derecha. Algo posible porque, por ejemplo, escribe con la diestra y posee una agilidad notoria. Puede, entonces, sacar golpes inauditos. Sobre todo, cruzados, que boten antes de cruzar el recuadro del saque. Esas bolas envenenadas se le atragantaron a Federer: 6-3 para Nadal. "Si no mandaba yo, sabía que era imposible ganarle", convino el zurdo. Además, aprendió a subsanar su punto débil, el servicio, haciendo un saque intermedio entre el primero y el segundo.
Con la moral carcomida, Federer cometió fallos impropios hasta que le dieron por mala una pelota dudosa que no dejó marca y despertó su hambre. Entonces se apoyó en su servicio, potente, cruzado, liftado, plano, paralelo... Parecía que Nadal no podía responderle, pero forzó la muerte súbita y atacó, puso el peso del cuerpo en cada golpe y buscó las líneas de fondo o laterales. La última tocó línea.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.