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Columna
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El síndrome de san Pedro

Si usted vive en Madrid y desea estar siempre perfectamente informado de lo que pasa en el barrio, no tendrá problemas si dispone de tres confidentes, a saber, un peluquero, un camarero y un empleado de fincas urbanas, es decir, un portero o portera. Todos ellos, además, le servirán para que se entere todo el mundo en unas horas de cualquier noticia verdadera o falsa que a usted le interese airear.

Los peluqueros son finos analistas de la situación política, pero hay que ser precavido con ellos porque son cautos como un obispo y su concepto de la realidad suele estar agarrado por los pelos. Procure que su confidente peluquero no sea demasiado locuaz porque le puede convertir la cabeza en una olla de grillos. Cuando usted vaya a arreglarse el cabello, si le pregunta el de las tijeras cómo quiere que le haga el corte, contéstele con valentía:

"En silencio". Y si le intenta convencer de las bondades de la experiencia, suéltele este axioma: "La experiencia es un peine que te regalan cuando ya estás calvo".

Los camareros tampoco son fáciles; en esa profesión manejan con gran habilidad lo de ver, oír y callar. Además, para hacerse amigo de uno de ellos tendrá usted que andar todo el santo día por las tabernas aguantando a los borrachos y soportando a la gente que habla a gritos por el móvil. Un buen camarero es un tesoro, pero, desgraciadamente, cada vez hay menos profesionales en ese sector. Por las razones que sean, suelen estar siempre de mal humor. Pero como aquí hay tantos bares, no resulta demasiado difícil encontrar la persona adecuada.

Los empleados de fincas urbanas son otra cosa. El gremio está formado por miles de cancerberos. Los hay para todos los gustos, pero todos ellos tienen que poseer una cualidad elemental: ser desconfiados y sospechar de cualquier persona que se les acerque. Muchos padecen el llamado síndrome de san Pedro, que es esa vaga melancolía que afecta a quienes están siempre en la puerta del cielo a verlas venir y sin poder participar en los festines de los bienaventurados.

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