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A pie de obra | TEATRO
Columna
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Avenida Manuel Puig esquina Priestley

Marcos Ordóñez

Aviso para productores y público en general: he visto la penúltima obra escrita y dirigida por Javier Daulte, Nunca estuviste tan adorable, y es una auténtica maravilla. Y un enorme éxito, crítico y comercial, en Buenos Aires. Ahora ha vuelto al teatro Sarmiento, donde se estrenó hará un par de temporadas. En junio de 2005 saltó al Teatro de la Ribera, y el pasado mes de enero, aureolada con todos los premios posibles (13, concretamente, desde la Mejor Obra Argentina del año a la Mejor Actriz, para María Onetto) "entró" en el circuito comercial, el teatro Broadway, en plena calle de Corrientes. Nunca estuviste tan adorable (un guiño a You Were Never Lovelier, la película "argentina" de Rita Hayworth y Fred Astaire) nació como un experimento del Proyecto Biodrama. Un encargo con pie forzado: contar, en teatro, la historia de personas reales. Daulte eligió a su propia familia. "En el fondo", dice, "que sea mi familia es algo secundario. Lo importante es el juego teatral, y que la historia conmueva. La vida de cualquier familia tiene un carácter épico, porque está sometida al paso del tiempo. El tiempo es el gran antagonista de la obra". Estamos, pues, ante una comedia familiar; una obra "de época" o, mejor, de épocas: la acción arranca en 1955 para saltar luego a mitad de los setenta. Los protagonistas son los abuelos, los padres, los tíos de Daulte (que sólo aparece en off: los berridos de un bebé). El centro fulgurante del primer acto es Blanca, su entonces joven abuela, que la genial María Onetto interpreta como un cruce entre Kay Kendall y la Elina Colomer de La familia Falcón: una criatura egoísta pero encantadora, que se refugia en un ensueño sofisticado de pamelas, guantes largos y admiradores secretos, en contraste con la amarga realidad de su vecina, la desesperada Marta (Mirta Busnelli, otra grande del teatro porteño). El primer acto es el tiempo de las ilusiones: empezar una nueva vida en un barrio de postín -"saltar" de Barracas a Olivos- en pleno boom económico. El abuelo Salvador es el dueño de un modesto taller, pero hará cualquier cosa para que su adorada Blanca cumpla sus sueños de grandeza. En el nuevo apartamento, en torno a los muebles "americanos" y un flamante televisor, revolotean los hijos, Rodolfo (Willy Prociuk) y Noemí (Lucrecia Oviedo), futura madre del dramaturgo. Y Amalia (Lorena Forte), la gran amiga de Noemí y tal vez el amor secreto de Rodolfo. Del primer cuadro, que parece homenajear a I Love Lucy, saltamos al soliloquio alcohólico, desolador y ferozmente cómico, de Marta, la vecina: el drama aflora una y otra vez bajo el barniz de la alta comedia. Cuando las tensiones parecen a punto de estallar y contaminarlo todo, brota un rosáceo número musical: los tres adolescentes cantan y bailan una coreografía de My baby don't care for me que hubiera podido firmar Dennis Potter. El pusilánime Salvador (soberbio Carlos Portaluppi), casi mudo hasta entonces y siempre a la sombra de su arrolladora esposa, se revela en toda su complejidad en la formidable escena de su encuentro con Roly (Luciano Cáceres), que viene a pedir la mano de Noemí. El diálogo, en el más puro Daulte style, serpentea entre la falsa banalidad, el absurdo y una revelación que marcará el destino de la familia, para culminar en otro gran número musical (Runaway, de Del Shannon) que marca el salto a los años setenta. Astutamente, se nos escamotea una década y hemos de llenar el hueco, averiguar todo lo que sucedió en ese tiempo. El segundo acto está marcado por la degradación de las ilusiones y, sobre todo, de la memoria. Muchas cosas que habíamos presenciado parecen ser, de golpe, falsos recuerdos, exageraciones, malentendidos, leyendas. O verdades contrapuestas, según quién las cuente. De hecho, el tercer acto (virtualmente un epílogo) comienza con un da capo ficcionalizado: retornan frases que ya conocemos, pero como si procedieran del omnipresente televisor, que emite -lo adivinaron- You Were Never Lovelier, cuya trama inspira uno de los secretos de la obra. La identidad del misterioso admirador de Blanca. Los hombres de la familia irrumpen en escena vestidos de frac, mientras las mujeres, con suntuosos trajes de noche, descienden por una escalera de mármol digna de Busby Berkeley. La estrategia de Daulte es tan clara como poderosa: "El primer acto cuenta lo que me dijeron que sucedió; el segundo, lo que yo creo que pasó; el tercero, lo que desearía que hubiese sucedido".

Sobre Nunca estuviste tan adorable, escrita y dirigida por Javier Daulte, en Buenos Aires

Así desmenuzado parece un cóctel de laboratorio, pero el texto y su puesta en escena rebosan vida, y verdad, y poesía, armadas sobre una estructura dramática perfecta y a caballo de un ritmo, pródigo en sorpresas, que no decae ni un minuto a lo largo de las dos horas de función. Por la multiplicidad de sus puntos de vista, Nunca estuviste tan adorable reinventa, tal vez sin proponérselo, el costumbrismo melancólico de Roberto Cossa, y acaba trazando un puente inesperado entre El tiempo y los Conway y las ficciones de Manolito Puig, con La traición de Rita Hayworth a la cabeza: el mismo oído afinadísimo para el lenguaje coloquial; la huida de la cotidianeidad asfixiada a través del anhelo hollywoodiense. Estamos en Buenos Aires pero podríamos estar, perfectamente, en el "carrer Ponent" de Terenci: la tribu de Daulte no está muy lejos de la que retrató en El peso de la paja. Por lo que me cuentan, la comedia podría aterrizar en el próximo Festival de Otoño, en coproducción con Temporada Alta: ojalá sea así. De momento, la ultimísima obra de Daulte ya está, como quien dice, en el horno: La felicidad se estrenará en el Romea a finales de junio, en el marco del Grec. Por ahora hay tres actores "repartidos": Clara Segura, Jordi Rico y Dani Grao. ¿La trama? Una historia en la que el amor loco desemboca en el horror: Rosa, una muchacha ya no tan muchacha, secuestra, con la complicidad de sus padres, al hombre que ama, Roger, y la familia (¡siempre la familia!) logra manipular la realidad para hacer que desemboque en una pasión impecable.

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