Cantautores altivos
"Aunque tanto los arreglos como la voz son bastante deficientes". Este comentario adversativo y adverso de Juan Eslava Galán sobre Paco Ibáñez, publicado en uno de los libros de historia que edita este periódico, ha provocado escozor en el honrado y disperso gremio de cantautores, sobre todo entre los de la vieja guardia. De lo que se deduce que algunos cantautores leen, aunque algunos que escriben sobre ellos no les escuchen, no sepan, o no puedan escucharlos. Elisa Serna, combativa superviviente de todas las batallas, artista madrileña comprometida en causas tan nobles como perdidas, dio la voz de alarma en la red, herida en la buena fama del que ha sido y es maestro de generaciones de cantantes y autores, nutrido grupo en el que me incluyo.
Vayamos por partes. Este juicio, perjuicio, de valor es un comentario profundamente subjetivo, impropio de una obra a la que se lo supone imbuida de rigor histórico. No creo que en el texto de La dictadura franquista II abunden frases del estilo de: "Aunque tanto la preparación militar como el valor del general X eran bastante deficientes..."; y si las hay supongo que vendrán justificadas en los párrafos siguientes.
Detesto especialmente lo de "zapatero a tus zapatos" pero esta vez el historiador se ha metido en camisa de once varas. Desde el punto de vista estrictamente musical, el de los arreglos, no se pueden descalificar, por ejemplo, las grabaciones de Ibáñez con el genial contrabajista y compositor francés de origen sirio François Rabbath, conocido como el Paganini de su complicado instrumento y creador de una técnica y de una escuela aún vigentes. Rabbath, maestro de maestros, nunca ha puesto fronteras a su música; acompañó a Brel, Bécaud, Aznavour y Brassens, ha grabado jazz y música étnica y clásica y ha compuesto conciertos, sinfonías y obras para el teatro y el cine. François Rabbath puso discreto y magistral contrapunto a la voz bronca, desnuda y despojada de Paco. Muchos aficionados a la magnífica impostura de las voces impostadas de la Ópera y el canto clásico desprecian o descalifican a los cantores de micrófono, como si la canción fuera una competición olímpica de cuerdas vocales. La voz de Paco, y éste es un comentario subjetivo propio de una columna de opinión, es la mejor de las voces posibles para cantar Andaluces de Jaén, A galopar o Palabras para Julia, una voz entrañable y visceral, épica o lírica, personal e intransferible, capaz de transmitir sencilla y hondamente los versos de los clásicos y las sentidas estrofas de la guerra, la posguerra y el exilio.
Paco Ibáñez llegó a Madrid en 1968, procedente de los medios del exilio parisiense, con dos excelentes y sorprendentes discos grabados en Francia que por fin habían pasado, con problemas de censura, la frontera. Una letra de Blas de Otero recibió la sutil calificación de "no radiable" y, cuando Radio Nacional retransmitió su primer concierto en España, el locutor de turno habló ininterrumpidamente durante su ejecución, proporcionando, eso sí, toda clase de datos sobre el cantor y su obra. Con su actuación en el Teatro de la Comedia, en el mismo escenario en el que discurseara, medio siglo antes, José Antonio, y con una aparición en TVE, Paco Ibáñez conseguiría el insólito récord de colocar a Miguel Hernández a la cabeza de las listas de éxitos y de ventas, entre Karina y Massiel, como letrista de Andaluces de Jaén.
A Ibáñez le esperaban en Madrid los entusiastas socios de "Canción del Pueblo", movimiento madrileño de canción popular, un movimiento huérfano de los auxilios y patrocinios que sus homólogos catalanes recibían de la pujante industria cultural vernácula. Paco ejerció un poco de padre, cuando no de padrino, con sus colegas y seguidores. Elisa Serna, Hilario Camacho, Adolfo Celdrán y Luis Brabo Cachas formaban el núcleo de artistas, que entre la clandestinidad y el anonimato se movían por los circuitos del underground universitario y del off-off de los centros culturales obreros.
Paco abrió algunas puertas, otras muchas seguirían dando en las narices o en las cabezas de los díscolos artistas. Entre los primeros padres del invento estaba Chicho Sánchez Ferlosio, un progenitor genial, generoso y pródigo que nunca asumía paternidades, pero ése es otro cantar.
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