"El problema de Francia no es el modelo político, sino Chirac"
Guy Carcassonne es catedrático de Derecho Público en Nanterre y profesor del Instituto de Estudios Políticos de París. Especialista en Derecho Constitucional, corresponde al modelo del intelectual francés implicado en el debate público. Destacan sus colaboraciones en Le Monde y su crónica semanal en Le Point. Interesado también, y desde el primer momento, por la transición española y el modelo político de nuestro país, como lo muestra su trabajo ya clásico L'Espagne, ou, la démocratie retrouvée (1978), escrito junto a Pierre Subra de Bieusses. Se le tiene por uno de los teóricos de la VI República, eufemismo con el que se designan las teorías que pretenden que el actual modelo -la V República, diseñada por De Gaulle en 1958- está exhausto, pero él mismo se encarga de desmentirlo. El problema, dice, no es el modelo, sino el presidente Jacques Chirac.
"Estamos en una situación de fin de reino, no de régimen. La V República ha superado pruebas, pero le faltaba la más dura: sobrevivir a Chirac"
"Villepin tiene una visión romántico-militar de la política. Cree que basta con tener voluntad y lustre para poder hacer cualquier cosa"
Sus simpatías políticas caen del lado de la izquierda; fue director de gabinete del primer ministro socialista Michel Rocard y consejero del Gobierno de Lionel Jospin, aunque también le consultan organismos tan dispares como la patronal francesa, que le pidió su colaboración para el comité de ética empresarial. Y participó en la elaboración de la Constitución de Afganistán. Tiene 54 años.
Pregunta. ¿Qué pasa en Francia? ¿Estamos ante una situación de fin de régimen?
Respuesta. No, estamos en una situación de fin de reino, no de régimen. La V República ha superado muchas pruebas, pero le faltaba la última, la más dura: sobrevivir a Jacques Chirac.
P. ¿Lo conseguirá?
R. Sí, creo que la V República durará más que Chirac. Yo formé parte de los artesanos del quinquenato [la reducción del mandato presidencial de siete a cinco años] y creo que en estos momentos nos deberían dar las gracias. Imagínese lo que sería seguir con Chirac hasta 2009. Insoportable.
P. Hay quienes dicen que el quinquenato ha ligado más la presidencia al Parlamento, debilitando la figura del presidente, rompiendo el modelo de rey republicano.
R. En parte es así, porque se hizo justamente con esta intención; que el presidente no se sitúe, pase lo que pase, totalmente fuera del juego político y que al cabo de cinco años los franceses pudieran votar por un nuevo presidente. Esto ha sido un éxito. Por lo demás, el quinquenato no ha cambiado nada fundamental. Pero no se pueden juzgar las reglas del juego en función de los jugadores. Sigo pensando que las reglas del juego son buenas, aunque siempre puedan y deban ser mejoradas, pero lo que sucede en estos momentos es que los jugadores son desastrosos.
P. ¿No es un problema el modelo electoral a dos vueltas? ¿No existe el riesgo de que se reproduzca en 2007 la situación de 2002, con un voto centrifugado que acabe derivando en otra segunda vuelta como la de Chirac contra [el líder ultraderechista Jean-Marie] Le Pen?
R. Es perfectamente posible. El riesgo es real. Si se materializa, la elección presidencial saldrá muy dañada, desvalorizada, y no se puede hacer nada. Pero no es necesariamente un drama porque el día después de la elección de 2002 nadie sacó realmente las consecuencias de lo que había pasado y por eso la situación se ha agravado. Si pasara de nuevo, no se podría evitar el tener que sacar consecuencias. La consecuencia sería que las elecciones legislativas de 2007 se convertirían en más importantes que las presidenciales.
P. ¿Pero eso no llevaría a una perversión del modelo? Un presidente escasamente legitimado, con votos que en realidad no le pertenecen, y un Parlamento más legitimado. No es así como lo pensó De Gaulle.
R. No, no es así como lo pensó. Pero si es lo que los franceses deciden no hay porque alarmarse. Una nueva catástrofe, con Le Pen en la segunda vuelta, que sirva a la desvalorización de la elección presidencial y que a su vez provoque una desvalorización de la figura del presidente, propiciaría una evolución del régimen en el sentido como el que ha conocido Portugal. Y me parecería muy bien.
P. Pero en Portugal, cuando tras la marcha de Durão Barroso a la Comisión Europea, su sustituto, Pedro Santana, no pareció capaz de sacar el país adelante, el presidente Sampaio disolvió las cámaras y convocó elecciones generales; una solución clásica de las democracias parlamentarias. Aquí no sucede esto.
R. Sí, las elecciones las tendremos el año que viene
[presiden-ciales en mayo y legislativas en junio]. No hay necesidad de disolver las cámaras, y en cualquier caso Chirac no va a disolver otra vez el Parlamento. Viviremos un año así. Será pesado, ridículo, pero no dramático. Sobreviviremos.
P. ¿No le parece necesario revisar los mecanismos de este sistema, como quienes ahora abogan por pasar a la VI República? ¿Qué aspectos le parecen más importantes de tocar?
R. Ahora no hay nada que hacer; en todo caso, todo se plantearía después de las próximas elecciones. En mi opinión, hay una prioridad absoluta: suprimir la acumulación de cargos electos para los diputados. Todo el desequilibrio que existe en Francia en el plano institucional, viene del hecho de que nosotros no tenemos una Asamblea Nacional
. Es así de bestia. Ningún sistema constitucional puede funcionar sin una Asamblea Nacional que juegue su papel, y esto no sucede en Francia porque los diputados no están presentes ni son activos; tienen otro mandato local -alcalde o presidente de un consejo local o regional- que les resulta más interesante. Es de allí de donde sacan su poder. Y es un círculo vicioso; como no les interesa su mandato nacional nos encontramos con que sólo trabaja una veintena de diputados de los 500. La única diferencia real entre Francia y sus vecinos europeos está ahí, no en la definición del poder y tampoco en la arquitectura de la Constitución.
P. ¿Comparte la crítica recurrente que señala que el problema de Francia está en sus élites, una casta envejecida, cada vez más distante de la sociedad?
R. No estoy de acuerdo. Que la clase política es la misma desde hace tiempo, será cierto para Chirac, que ya era primer ministro cuando Bréznev dirigía la URSS, pero no para el resto. Nicolas Sarkozy, Segolène Royal, François Hollande... forman parte de generaciones nuevas. Sí que creo que hay un problema de representación, y me remito a lo que decía antes.
P. ¿No influye el hecho de que haya una desproporción notable entre el peso electoral y la distribución de los escaños? El Partido Comunista obtuvo un 3% de los votos en 2002 y tiene grupo parlamentario propio, mientras que el Frente Nacional, con más de un 15%, no está representado.
R. Tony Blair dirige el Reino Unido con un 35% de los votos y tiene la mayoría absoluta en la Cámara de los Comunes. No está mal que los mecanismos otorguen mayorías. Tenemos un modo de escrutinio que favorece las coaliciones, de modo que quienes no pueden o no quieren entrar en una coalición quedan excluidos. Me parece bien un sistema que obligue a unirse más que a dividirse. Esto no significa que no sea partidario de una atenuación de este modelo. Hace 10 años formé parte de una comisión que propuso que el 10% de los miembros de la Asamblea Nacional fueran elegidos por el sistema proporcional.
P. ¿No cree usted que el papel del presidente de la República debería ser revisado, como apuntan tanto Sarkozy como el socialista Arnaud Montebourg?
R. No me parece mal que el sistema dependa del carácter de los elegidos. Simplemente ahora nos encontramos con que Chirac, así lo creo, es un muy mal presidente de la V República y lo sería también de la VI o de la XX República. La grandeza de la democracia es que da la decisión al pueblo, y la contrapartida de esta libertad es la responsabilidad. Tenemos los elegidos que nos merecemos. Nada obligaba a los franceses a excluir a Jospin y poner a Le Pen en la segunda vuelta en 2002, y nada obligaba a los italianos a elegir a Berlusconi, ni a los norteamericanos a votar por Bush. Es la democracia.
P. ¿Qué piensa de la crisis del Contrato Primer Empleo (CPE)?
R. Lo que ha sucedido es desproporcionado, y esta desproporción es la que explica el problema. El CPE es una medida estúpida; ningún patrón va a crear empleos con este contrato. Y esto justifica la crisis, porque es la demostración de que este Gobierno hace absolutamente cualquier cosa, incluido desestabilizar ciertas reglas a las que las gentes están muy ligadas, para nada. No es el CPE en sí mismo lo que ha provocado esta reacción, sino todo lo que traduce el CPE. Lo hicieron para hacer ver que hacían algo y de paso para mandar a la gente el mensaje de que la seguridad de los puestos de trabajo ya no tenía importancia y que la precariedad se había convertido en la norma.
P. ¿Cree que con este fracaso cualquier reforma del código de trabajo queda aplazada ad calendas graecas?
R. No. En Francia se pueden hacer reformas; simplemente, hay que saber cómo hacerlas. Durante 15 años se habló de la imposible reforma de las pensiones, pero se hizo, y así otras cosas. Simplemente hay que explicarlo bien, negociarlo, volverlo a explicar...
P. ¿Por qué este Gobierno se metió en este lío?
R. De entrada, porque Dominique de Villepin tiene una visión romántico-militar de la política. Cree que basta con tener voluntad y lustre para poder hacer cualquier cosa. Y ésta es una visión que se remonta al despotismo ilustrado. Los franceses son como los demás europeos: pueden entenderlo todo, pero hay que explicárselo, y cuando se les impone, se rebelan. Es cierto que Francia está ahora retrasada en algunos aspectos respecto a otros países, pero a veces pienso que, a base de ir con retraso acabaremos yendo por delante.
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