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Reportaje:

Los republicanos pierden el control

La mayoría en el Congreso de EE UU sufre una crisis de liderazgo que puede costarle cara en las elecciones de noviembre

El Congreso está de vacaciones. La semana anterior a la pausa de primavera había en el Capitolio tres acuerdos casi a punto: presupuesto, recortes fiscales y reforma de la inmigración. Ninguno se cerró, y congresistas y senadores se fueron a casa a tratar de explicárselo a sus votantes. Demócratas y republicanos se acusan mutuamente. No importa de quién es la culpa; la responsabilidad es del partido que tiene la mayoría.

¿Cómo es posible que los republicanos, que controlan la Cámara y el Senado y ocupan la Casa Blanca, estén en esta situación? La clave, en parte, es la crisis de liderazgo parlamentario en el partido del elefante tras la caída del poderoso Tom DeLay, apodado El martillo en sus buenos tiempos: toda una década (de 1995 a 2005, primero como controlador del grupo y luego como su líder) llevando las riendas y garantizando la sintonía entre las familias republicanas.

La disciplina del grupo ha quedado dinamitada con la caída de Tom DeLay
Algunos intuyen una catástrofe electoral como la de los demócratas en 1994
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Caído en desgracia por su exceso de celo en Tejas y sus vínculos con el lobbysta procesado por corrupción Jack Abramoff, la disciplina del grupo ha quedado dinamitada en el peor de los momentos, con legislativas en noviembre y con un Bush incapaz de llevar la batuta de la hasta ahora bien afinada orquesta republicana. En la opinión pública, y a pesar de una economía que crece y un desempleo del 4,7%, sus índices de aprobación sean escuálidos por Irak y el recuerdo del Katrina. Por eso, algunos de los suyos creen que es un presidente radiactivo del que conviene distanciarse.

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DeLay tuvo que dejar de ser líder de la mayoría de la Cámara en septiembre, al ser procesado por el uso incorrecto de fondos para financiar campañas. Su sucesor, John Bohener, aún está muy verde. El líder republicano del Senado, Robert Frist, ya ha demostrado que no da la talla.

La indisciplina dio el primer aviso en diciembre: la Cámara aprobó un proyecto de ley de inmigración represivo, en contra de los planes de Bush, y el Congreso se negó a prorrogar la Ley Patriótica; casi simultáneamente, la Casa Blanca encajó una ley contra la tortura, apadrinada por el republicano John McCain, que fue un trago amargo para el vicepresidente. Cheney, tras haber perdido a su jefe de gabinete, Lewis Libby, procesado por falsedades y obstrucción a la justicia, se dedicó a rociar de perdigones a un amigo de cacerías.

En marzo, el revolcón llegó de la mano de la operación por la que Dubai iba a gestionar seis puertos de EE UU; la demagogia de demócratas y republicanos frenó el acuerdo y sacó los colores a Bush. A finales de mes, Abramoff fue condenado a seis años de cárcel en uno de sus procesos; después, Tony Rudy, ex jefe de gabinete de DeLay, se confesó culpable de corrupción, electrocutado por una ramificación de Abramoff.

Cercado, DeLay anunció a primeros de abril que no se presentará a la reelección. Días después, los republicanos no eran capaces de superar las maniobras demócratas para bloquear la reforma de la inmigración, ni de aclararse para controlar un presupuesto lleno de gastos injustificables, ni de aprobar la ampliación de los recortes fiscales tan caros al presidente Bush.

La discordia familiar republicana es honda y el presidente no parece capaz de resolverla, ni de evitar que se contagie a los votantes. "La percepción de que han estado demasiado en el poder, y no los asuntos de corrupción, está en la base del lastre de los republicanos. Y aunque denunciar la cultura de corrupción anime a demócratas e independientes, el mayor peligro para los republicanos es que su base esté desilusionada o desmotivada en unas elecciones en las que los adversarios estarán llenos de energía", escribe en el National Journal el analista Charles Cook.

¿Se aproxima una catástrofe electoral republicana como la que los demócratas sufrieron en 1994, cuando perdieron el control de las dos Cámaras? "Nadie espera que este año ocurra un tsunami de esas proporciones, gracias a la protección de los escaños y al diseño de los distritos electorales, pero hay estrategas republicanos que ya hablan abiertamente de los paralelismos entre 1994 y 2006", dice John Fund en The Wall Street Journal.

Por ahora, los demócratas tienen el viento a favor sin haber hecho prácticamente nada. La oposición eficaz al Gobierno ha venido casi siempre de los propios republicanos y de la prensa. Sin líderes ni alternativas claras, los demócratas disfrutan del caos y sueñan con noviembre.

Pero el timing [el momento elegido] es prematuro: ¿quién sabe cómo será todo dentro de seis meses y medio? Y sería suicida subestimar tanto la capacidad de contraofensiva de Bush -que tiene desde hoy un nuevo jefe de Gabinete y que podría sorprender con cambios audaces- como la lucha sin cuartel de los republicanos, una vez libres de la carga de DeLay, para tratar de evitar la derrota el 7 de noviembre.

Tom DeLay, durante una rueda de prensa en Washington, en septiembre de 2005.
Tom DeLay, durante una rueda de prensa en Washington, en septiembre de 2005.AP

El exterminador exterminado

Tom DeLay, que acaba de cumplir 59 años, empezó su vida profesional en Houston como exterminador de insectos. Después de algunos problemas legales -resistencia a pagar impuestos, socios insatisfechos-, dio el salto a la política local. Tras años de juergas y alcohol que alcanzaron incluso su debú en el Congreso de Washington, en 1985, DeLay vio un vídeo del líder cristiano evangelista James Dobson y renació.

Según Peter Perl, el periodista de The Washington Post que escribió un perfil de DeLay, "desarrolló su visión de un país en el que la Constitución estaba inspirada por la Biblia, en donde tenía que promover la oración e ilegalizar el aborto, limitar los derechos de los gays y acabar con la separación Iglesia-Estado".

DeLay se lanzó a la yugular de Bill Clinton después del caso Lewinsky, desoyendo los pactos para dar una salida bipartidista al escándalo, y favoreció el impeachment, frenado luego en el Senado. El congresista, mediante sus vínculos con Jack Abramoff, jugó un papel vital en el Proyecto de la calle K, el plan que logró que los lobbies de Washington contrataran a personalidades republicanas, que a su vez facilitarían el acceso de los grupos de presión a los altos cargos del Gobierno. Debido a su infatigable esfuerzo, los republicanos se hicieron con la mayoría del legislativo en Tejas, en 2002; gracias a eso modificaron los distritos electorales, lo que les permitió enviar más congresistas a Washington en las elecciones de 2004.

Ahora, el feroz perseguidor de insectos y vicios ajenos está procesado por conspiración y lavado de dinero por usar ciertos fondos políticos para financiar campañas.

Por haberse convertido en símbolo de la corrupción y lastre para su partido, DeLay no volverá a presentarse a la reelección. Políticamente, el exterminador está exterminado. ¿O no? En opinión de Perl, el que crea que DeLay está acabado porque va a dejar el Congreso se equivoca. "Volverá. Es de una determinación feroz, cree que tiene una misión político-religiosa divina".

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