Segunda República, una visión consciente y cordial
Al conmemorarse el 75º aniversario de aquella República democrática de trabajadores de toda clase, que se organizó en régimen de Libertad y de Justicia, cuyos poderes emanaban del pueblo, que constituía un Estado integral, compatible con la autonomía de municipios y regiones,... que proclamaba que todos los españoles eran iguales ante la Ley y que el Estado no tenía religión oficial, que renunciaba a la guerra como instrumento de política nacional y acataba la normas universales del derecho internacional,... reivindicamos como propios los valores del republicanismo español, como reza un manifiesto que muchos suscribimos estos días, "con orgullo, con modestia, con gratitud".
Es cierto que ningún proyecto político debe legitimarse al margen de lo político y por tanto son plenamente oportunos todos los análisis en torno a la II República española, rechazando en consecuencia las posiciones de quienes tratan de defenderla diciendo que fue un sueño y "de los sueños se puede decir todo menos que sean mentira". Pero también hay que negar la actitud contraria de quienes siguen pensando que fue un bello propósito condenado al fracaso.
No compartimos ni una idealización optimista ni una idealización pesimista. Aunque el silencio y la represión tan injustamente ejercida por el fascismo español, tan impenitente todavía, legitima los ideales regeneracionistas y modernizadores de la II República española, dándoles mayor significado. Los olvidos nunca son neutros. Lo dice Benedetti: "El olvidador no olvida porque sí, sino por algo, que puede ser culpa o disculpa, pretexto o mala conciencia, pero que siempre es evasión, huida, escape de la responsabilidad". La actitud de olvidar puede ser más brutal que inconsecuente cuando hay víctimas de por medio. Y, sigue diciendo Benedetti, "(...) cuando se propone comenzar de cero, como si esto fuera posible (...) el significado recóndito es que renunciemos a ser justos: que el sentido de la justicia desaparezca junto con los desaparecidos.(...) Ningún pueblo logra una verdadera paz si tiene un pasado pendiente".
La segunda República es pasado. Decirlo hoy, cuando se conmemoran los 75 años, es una obviedad. Y sin embargo, el ejercicio más saludable y maduro es recordar. No defendernos sublimando o trivializando. Recordar que frente a un régimen corrupto y en crisis caracterizado por la limitación de derechos y la frustración de esperanzas, la república abrió un período de libertad, de debate público, de cambio institucional, de derechos para mucha gente ignorada y no poca ilusión en todas las acepciones de esta palabra.
Cuando se vuelve a leer el título preliminar de la Constitución de diciembre de 1931, que he reproducido al principio, y toda ella, se percibe la voluntad de cambio y de transformación, la voluntad constituyente de un Estado moderno, que quiere abordar las grandes cuestiones que quedaron pendientes de normalización democrática y superar los factores del atraso social y político. Bajo fórmulas, muchas de ellas no exentas de trasfondos y ambigüedad, fruto del trabajo parlamentario, se instituye una auténtica democracia representativa. A España la constituye el trabajo que se organiza en libertad y en justicia, los poderes emanan del pueblo, todos los españoles son iguales ante la ley, todos votan, hombres y mujeres. La república es un Estado integral compatible con las autonomías regionales y municipales, con lo cual se reconoce la emergente plurinacionalidad del Estado. En lo religioso, España es un Estado radicalmente laico. En lo militar, renuncia a la guerra y se somete al derecho internacional y subordina las fuerzas armadas al poder civil.
Y efectivamente la República acometió una nueva Constitución, el desarrollo de estatutos de autonomía, la separación de poderes, el sometimiento del estamento militar al poder civil, la extensión de la educación y la supresión de la enseñanza religiosa obligatoria, la difusión de la cultura y el desarrollo científico, la asistencia sanitaria pública, una ambiciosa reforma agraria y una profunda reforma social.
Superando el paternalismo primoriberista, estableció contratos de trabajo regularizados, igualdad de tareas y de retribución entre sexos, la ordenación de la jornada y del despido, la prohibición del trabajo de menores en horas escolares, seguros de paro, de accidente, de maternidad, los jurados mixtos de arbitraje,... y particularmente una reforma agraria que atacaba el latifundismo y fue permanentemente bloqueada por la intransigencia patronal que quería desgastar al Gobierno republicano, enfrentarlo con la Generalitat a propósito de la ley de contratos de cultivo o compensar los aumentos de salarios con restricciones en la contratación e inversiones.
En la España de los treinta, con la crisis económica mundial, la caída de exportaciones y el paro estructural agrario, cinco años intensos, en los que el nuevo régimen tuvo que bregar con la intransigencia y la impaciencia, para hacer realidad las esperanzas de los más.
Un buen observador de la historia contemporánea dijo que la historia es el proceso del olvido porque así es vivida. Sin embargo, quien se ha quedado sin memoria se ha quedado sin inocencia y probablemente sin responsabilidad.
Por eso estas fechas son para "recordar"; para pasar de nuevo todo por el corazón, que diría E. Galeano. O para "tomar conciencia y despertar", como dice la Real Academia. Antes, Victor Hugo lo dijo de otro modo: hay seres que viven, el ser humano existe.
Joan Sifre es secretario general de CCOO-PV.
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