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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

'Western' budista

De vez en cuando, los misterios de la distribución cinematográfica provocan que se estrene en las salas españolas una película como Himalaya, realizada hace siete años, ganadora de dos premios César en el año 2000 y candidata ese mismo año al Oscar al mejor filme de habla no inglesa y al galardón al mejor director en los Premios del Cine Europeo. Bienvenidos los misterios semejantes, porque esta producción de Jacques Perrin (Microcosmos, Nómadas del viento) dirigida por Éric Valli es una excelente muestra de cine aventurero dentro y fuera de la pantalla, en la línea de algunas de las mejores películas de Werner Herzog, paradigma del director que convertía el rodaje de sus cintas en una peripecia en sí misma.

HIMALAYA

Dirección: Éric Valli. Intérpretes: Thilen Lhondup, Gurgon Kyap, Lhakpa Tsamchoe, Karma Wangel. Género: drama. Francia, R U, Suiza, Nepal, 1999. Duración: 108 minutos.

Ambientada en el suroeste de Nepal, Himalaya es una reflexión sobre las luchas de poder entre los modos tradicionales de gobierno en los poblados del lugar, basados en la influencia de una religión que en ocasiones casi tiene más que ver con la magia, y la actitud de las nuevas generaciones, más apegadas al sentido práctico, a la pura y dura experiencia, y no a lo que pueda dar a entender la lectura de unas piedras a la luz del fuego. La historia, con personajes y estructura de película del Oeste, apasiona por su concepción, por el poder de sus imágenes y por la garra con la que está contada. Las dos caravanas de yaks que transportan la sal desde las altas mesetas hasta la llanura, donde las intercambiarán por grano, están representadas por dos cowboys de estilos y actitudes distantes, muy orgullosos de sí mismos, pero también respetuosos, valientes, honorables.

"Un jefe manda a sus hombres, pero cumple las órdenes de los dioses", resume el anciano ante la mirada, entre airada y admirativa, del joven aspirante al relevo.

Cada tormento espiritual sufrido por los protagonistas a lo largo del metraje es superado poco después por otra tormenta, pero esta vez natural, física, tangible, y ambas van sacudiendo sus entrañas hasta hacerlos cambiar, prerrogativa obligatoria de las buenas películas. El espectador sufre cada resbalón de los yaks por los estrechísimos pasos de las montañas, se solidariza con los esforzados protagonistas, con su filosofía existencial, y, al mismo tiempo, se va haciendo una idea de la ardua tarea que han llevado a cabo el director y su equipo de técnicos para rodar cada secuencia.

Esta película, Himalaya, tiene el don del clasicismo y, al mismo tiempo, la virtud de la singularidad, de sus paisajes, de sus ambientes, de sus actitudes. Cine de hace siete años. Cine imperecedero.

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