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Columna
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Silogismo

Una persona amiga y competente en la materia me reprocha en tono afectuoso el que yo aplicara alegremente hace unas semanas, sin pruebas ni matices, el calificativo "turismo de botellón" a lo que constituye con mucho la principal industria de España. Acepto el correctivo, tanto más cuanto que incurrí por ligereza en uno de los vicios que tengo la petulancia de fustigar: la generalización.

Por supuesto, generalizar es necesario para hablar de las cosas. El afán de exactitud nos haría caer en el absurdo de los cartógrafos del cuento de Borges, que por exceso de rigor acabaron trazando un mapa tan grande como el territorio que querían representar. Pero esto no quita que la reducción a escala deba mostrar, en conjunto, un perfil fiel de la realidad.

Por España pasan todos los años decenas de millones de turistas y es evidente que sólo una minoría viene en pos de la cogorza y la trifulca. Pero es una minoría visible, ruidosa y no escasa, como se puede apreciar a simple vista en muchos sitios, por ejemplo en Barcelona, donde resido. En parte es el precio que hemos de pagar por nuestra tolerancia y una indisciplina crónica que nos hace acogedores, flexibles y simpáticos. Pero es un hecho que preocupa a quienes no concierne la gestión del turismo, sino la del orden público.

Ciertamente, el turismo es una industria, y no hay industria sin contaminación ambiental y sin detritus. Hay que aceptarlo y minimizar el impacto. Los demás son juicios morales, reprobables si inexactos y también por morales, porque la moral sólo se debe aplicar a las personas y no a los colectivos.

Un borrachuzo no hace verano. Y lo mismo pasa con el lío de Marbella. Hace un par de décadas, un escándalo de esta envergadura habría hecho tambalear nuestra confianza en los gobernantes, nuestra fe en la democracia. Hoy ya no. El país funciona como una máquina a pleno rendimiento, a la que un percance así no afecta demasiado. A fuerza de sobresaltos hemos aprendido a distinguir entre la responsabilidad y el fenómeno.

Aplicando este sermón a mi infausto calificativo, admito el error de un silogismo sofista cuyo enunciado dice así: Alguna gente en Barcelona se mea por las calles; Apolodoro está de visita en Barcelona, ergo Apolodoro etcétera y etcétera.

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