"El bilingüismo nos ha convertido en una sociedad más flexible"
Canadá es el segundo país más extenso del mundo y sus casi 33 millones de habitantes gozan de uno de los niveles de vida más altos del planeta. Su bandera rojiblanca con la hoja de arce se ha convertido en símbolo de una tierra acogedora de fronteras inabarcables. Pero, a pesar de su economía próspera y de su temperamento tolerante, no se ha librado de tensiones internas. Mientras otros países están surcados por divisiones étnicas o religiosas, el idioma ha sido el elemento diferenciador entre los canadienses.
Conformadas a partir de las colonias de Nueva Francia y Nueva Inglaterra, las comunidades anglófona (75% de la población) y francófona (25%) han tenido que superar varias crisis, agudizadas a partir de 1960, cuando la provincia de Quebec, la única con mayoría francófona, planteó su separación de la federación canadiense para defenderse del empuje avasallador del inglés. No faltaron los brotes terroristas. Para lograr la reconciliación entre ambas comunidades, una ley consagró en 1969 al inglés y al francés como idiomas oficiales de Canadá, y asentó la plena igualdad de derechos para ambos grupos lingüísticos. Ampliada en 1988, la legislación de idiomas oficiales estipula la obligatoriedad de que los niños tengan acceso a la educación en su lengua materna, aunque constituyan comunidades minoritarias, como los francófonos de Ontario o los anglófonos de Quebec.
"Queremos garantizar la igualdad de las dos comunidades lingüísticas del país"
"En Canadá es obligatorio el acceso a la educación en la lengua materna"
Una mujer bajita y risueña es la encargada de velar para que esas leyes se cumplan. Es la comisaria para Idiomas Oficiales de Canadá. Nacida en el seno de la minoría francófona de Ontario, Dyane Adam fue siempre consciente de la importancia de cuidar el tejido bicultural de su país. En Madrid, donde ha ofrecido una serie de conferencias, esta psicóloga clínica explica con orgullo que lo que comenzó como un esfuerzo por evitar la secesión de Quebec ha cristalizado, tres décadas más tarde, en un nuevo modelo de convivencia: el bilingüismo es hoy uno de los valores básicos de la identidad canadiense.
Pregunta. ¿Cómo ha afectado la legislación de idiomas oficiales al funcionamiento de la Administración?
Respuesta. La ley garantiza a los ciudadanos el derecho a ser atendidos en su idioma en todas las instituciones federales, incluidos los tribunales y la sanidad. También garantiza el derecho de los funcionarios federales a trabajar en su idioma en aquellas zonas designadas oficialmente bilingües. La ley determina además la participación equilibrada de anglófonos y francófonos en el Gobierno federal.
P. ¿Una política de cuotas?
R. Sí, para representar la proporción que existe en el país. Ahora los francófonos suponen el 27% del conjunto de la Administración federal. Hace 35 años no pasaban del 20%, y muchos estaban en puestos peor pagados. Eso ya se ha superado. Otro aspecto interesante es que el Ejecutivo federal apoya el desarrollo y la vitalidad de las minorías lingüísticas trabajando con los otros niveles de Gobierno (provinciales, municipales) y con el sector privado.
P. ¿Ha habido quejas del costo de este aparato burocrático?
R. Estamos hablando de gastos de traducción, interpretación, servicios al ciudadano, formación de funcionarios, apoyo a la enseñanza del inglés y el francés como segundo idioma, y de la enseñanza bilingüe hasta la secundaria. Todo esto cuesta el 0,5% de todos los gastos federales, es decir, 750 millones de dólares canadienses al año (unos 450 millones de euros). ¿Es caro? Desde luego que no, si se considera lo que significa en términos de garantizar la igualdad entre el inglés y el francés y de asegurar el respeto entre ambos grupos lingüísticos y, con ello, la estabilidad social. Construir una sociedad a partir de dos culturas diferentes no es demasiado oneroso.
P. El 18% de los canadienses habla las dos lenguas. ¿No es un porcentaje algo exiguo?
R. Parece bajo, pero hace tres décadas la cifra no superaba el 12%. La ley de idiomas oficiales tenía como propósito promover el bilingüismo institucional, no el bilingüismo individual. En Canadá, la educación es responsabilidad de los gobiernos provinciales. El Gobierno federal no puede imponer el aprendizaje de las dos lenguas, pero subvenciona la enseñanza del francés a la población anglófona y viceversa, y también apoya el sistema escolar en la lengua minoritaria en comunidades en todo el país. Hoy en día uno de cada cuatro jóvenes de entre 15 y 19 años se declara bilingüe. Uno de cada dos niños aprende inglés o francés, bien en cursos específicos o en programas de inmersión, una invención canadiense muy copiada en el mundo: jóvenes anglófonos, por ejemplo, reciben la enseñanza en francés hasta secundaria. Tenemos 300.000 estudiantes matriculados en esos programas. Cuando empezaron, hace 25 años, sólo había 3.000.
P. La Constitución canadiense protege el bilingüismo. ¿Cree que la política lingüística debería quedar en manos del Gobierno central?
R. En Canadá tenemos competencias compartidas en el área de lengua y cultura. Cada provincia y territorio determina qué servicios serán ofrecidos a las minorías lingüísticas. Lo que sí es obligatorio en todo el territorio canadiense es el acceso a la educación en la lengua materna, aunque sea minoritaria. Cada provincia y territorio tiene la obligación de apoyar la enseñanza primaria y secundaria en la lengua de la minoría, y la comunidad es la responsable de esas escuelas. Fuera de eso, cada provincia decide qué nivel de bilingüismo aplica en su jurisdicción.
P. ¿Por qué es tan importante recibir educación en la lengua materna?
R. La educación es el corazón de lo que somos como individuos y como comunidad. Es una cuestión de cultura, de aprender lo que eres, de conocer tu propia identidad. Todo gira en torno a la familia, pero también en torno a la escuela. Por eso es importante apoyar a esas comunidades. Y a medida que avanzamos en la dualidad lingüística hay una expansión de los servicios. Ahora en emplazamientos minoritarios no sólo tienes educación básica: encuentras universidades, medios de comunicación, servicios culturales...Para nosotros es una cuestión de igualdad entre las lenguas, pero también de igualdad de oportunidades.
P. ¿Cree que sería útil una figura de comisario de lenguas oficiales en España?
R. Depende de las necesidades. Mi oficina es una herramienta para garantizar la aplicación de la ley federal sobre lenguas. Soy una auditora en cuestiones lingüísticas, puedo hacer sugerencias en las comisiones parlamentarias e intervenir ante los tribunales. Puedo actuar contra el Gobierno o el Parlamento. Ejerzo además como ombudsman: recibo e investigo quejas de los ciudadanos. Es una buena herramienta. Ya hemos hablado del derecho de las minorías anglófonas o francófonas a sus propias escuelas. Para llegar a este acuerdo, firmado en 1982, las minorías fueron a los tribunales al menos 25 veces en 25 años. Y el comisionado intervino a menudo a su lado.
P. ¿El idioma ya no es un arma en Canadá?
R. La mentalidad está cambiando. Si se ven las encuestas, ocho de cada diez canadienses creen que es bueno para el país tener dos lenguas oficiales. El 80% de los anglófonos cree que la segunda lengua de sus hijos debería ser el francés, el 98% de los canadienses cree que el Gobierno debe ofrecer servicios en los dos idiomas y que las minorías deben tener su propia escuela. Y eso no era así hace 30 años. ¿Hay todavía tensiones entre las dos lenguas? Claro. Es una característica definitoria de Canadá. Nuestra historia nos ha moldeado una mentalidad para adaptarnos, comprometernos y aprender. Es la ventaja de ese reto que es el bilingüismo: nos ha convertido en una sociedad más flexible.
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