Sobre castores y 'botellones'
Es cierto que la palabra cultura ha dejado de significar, y a base de repetición se ha transformado en un cantinflesco recurso de los amantes de lo políticamente correcto. También es cierto que las sociedades vivimos en lo que Octavio Paz ya señalaba como un "hedonismo cínico", mezcla de desinformación, apatía e ignorancia, debido no sólo al desconocimiento de lo que somos (Goytisolo), sino a la manipulación a la que desenfadadamente nos prestamos. Todo esto recae de manera directa en los jóvenes, que aparecen ante la mirada de todos como gamberros y oportunistas, amantes de lo inmediato y filósofos del mínimo esfuerzo. No digo que no seamos (tengo 27 años) una generación hasta cierto punto sobreprotegida. Hijos bastardos del baby boom, nos han llamado "generación x", "generación del videojuego", "posmodernistas"... y hemos pasado de adjetivo en adjetivo hasta entender que en realidad somos hijos del "fin de la historia", es decir, no existimos y estamos condenados a llegar tarde a todo. No alcanzamos a pertenecer, como nuestros padres, a los ismos que les dieron certeza en su juventud y los dotaron de una postura ante el mundo. Somos otra cosa, pero la protesta está ahí: escondida. La búsqueda nos ha llevado más tiempo, los enemigos ahora son más abstractos que hace 30 años. Aunque soy mexicano, veo a los jóvenes españoles luchar no sólo por el derecho a emborracharse. De manera intrínseca y no muy clara, su manifestación se corresponde directamente a la de los estudiantes franceses. Porque, después de todo, el derecho al botellón, así como a un mejor contrato de trabajo, son ambos reclamos legítimos ante la pérdida del ocio y de la calidad de vida que han hecho de Europa, a través del tiempo, la portadora de las artes y de la cultura de un Occidente que cada vez parece más lejano.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.