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Reportaje:ARQUITECTURA

Ríos de Siza

Cornellà lleva el patronímico del Llobregat, un caudal generoso ligado a la historia de la industrialización de Cataluña; y Porto Alegre tiene el Guaíba, cuyo cauce confluye con otros cuatro en un inmenso lago. Situados cada uno en una punta del mundo, estos ríos no tienen en común otra cosa que ser "ríos de Siza", accidentes geográficos en un mapa de obras que se extiende desde Cádiz hasta la parte latina de América, pasando por Venecia, La Haya o Londres. El Duero, al que se asoma la Facultad de Arquitectura de Oporto, o el Tajo, que flanquea el Pabellón de Portugal en el recinto de la Expo de Lisboa, son también ríos de Siza, cuyos recursos a la hora de interpretar el paisaje forman una corriente que siempre fluye y nunca se desborda, que regenera y no arrasa.

Al arquitecto portugués parece importarle más cómo son sus clientes o el contexto donde va a trabajar que la escala o la clase de encargo

El primer edificio brasileño de Siza es el segundo que construye en América Latina tras el centro cívico de Rosario, en Argentina. A diferencia de algunos de sus ilustres colegas con los que comparte el honor de un premio Pritzker, el arquitecto portugués no ha hecho una carrera norteamericana o asiática. No ha diseñado un rascacielos para Nueva York, una catedral para Los Ángeles, un aeropuerto para Hong Kong o un estadio para Pekín. Se resiste a participar en los grandes concursos, aunque está dispuesto a asumir proyectos tan comprometidos como la reconstrucción del Chiado lisboeta o la remodelación del eje madrileño Recoletos-Prado; y puede decidir también dedicar su tiempo a rehabilitar una vieja granja belga con un pabellón residencial y una pequeña galería. Aunque a estas alturas de su trayectoria se puede permitir el lujo de escoger lo que hace, parece importarle más cómo son sus clientes o el contexto donde va a trabajar que la escala o la clase de encargo. Y el resultado es que repite tipos y programas.

Con referentes museísticos como el Centro Gallego de Arte Contemporáneo y la Fundación Serralves a sus espaldas, Siza se hizo cargo de la nueva sede de la Fundación Iberê Camargo en Porto Alegre, creada en 1995 a partir de los fondos del artista plástico gaucho que le da nombre. Las actividades de la fundación no reclamaban nada extraordinario -salas de exposición y talleres (con los que aspira a convertirse en un centro de referencia para el arte contemporáneo), además de biblioteca, auditorio, cafetería y tienda-, de modo que probablemente fuese el emplazamiento lo que sedujo al arquitecto, ya que desde el escarpado solar de la avenida del Padre Cacique se domina el horizonte azul del estuario. Así, sobre una plataforma rectangular bajo la que disponía el aparcamiento, decidió elevar cuatro plantas irregulares, las tres últimas con salas idénticas; unas rampas recorrían el atrio y se proyectaban hacia el exterior en galerías que ceñían el volumen de silueta sinuosa. Con una sencilla maqueta de madera y los extraordinarios dibujos a mano alzada de Siza, la Fundación Iberê Camargo obtuvo el León de Oro al mejor proyecto en la Bienal de Venecia de 2002. En un artículo publicado en esta misma página sobre aquel evento, Richard Ingersoll no ocultaba su desconcierto por el galardón, ya que la propuesta de Siza, por el que confesaba su admiración, le parecía "una versión impenetrable" del High Museum de Richard Meier en Atlanta, y deploraba que el atrio fuese cavernoso y las galerías opacas.

Cuatro años más tarde y con las obras terminadas, hay que reconocer que el crítico acertó con el antecedente. El museo estadounidense y la fundación brasileña son piezas escultóricas, minuciosamente trabajadas en el recorrido que establecen, en cómo se delimitan las zonas de circulación respecto a las de estancia y en el juego de superposición con la fachada. Sin embargo, no hay nada sombrío en esta nueva entrega de Siza: el hormigón blanco dulcifica las hechuras un tanto rechonchas del edificio; y respecto a las galerías, uno no acaba de decidir si le confieren un porte monumental o una imagen doméstica. Capaz de evocar también la figuración ingenua de Niemeyer y la rotundidad expresionista de Lina Bo Bardi, la Fundación Iberê Camargo se recorta sobre un fondo verde boscoso y dibuja desde la cuesta un gesto abierto de abrazo al visitante.

En el borde sur de Cornellà, el gesto de bienvenida es una plaza de dimensiones generosas y elevada respecto a la calle, que proclama la condición cívica de un centro deportivo de 40.000 metros cuadrados e inaugurado sin esperar a que estuviese terminada la urbanización exterior del recinto. Esa elevación de la plaza ha permitido a Siza despegarse de un entorno en proceso de cambio y proporcionar a los ciudadanos una experiencia memorable de las instalaciones, enhebradas por un corredor de proporciones eclesiales que recibe luz en picado a través de lucernarios recortados en determinados puntos del trayecto. Este espacio da acceso, por la parte alta de la grada, al cálido pabellón con pistas adaptables a distintos juegos; y por el lado opuesto, al cuerpo menos interesante de los que componen el complejo, con la zona de vestuarios en planta baja y las salas de musculación y fitness en la superior. Tras pasar junto a un ventanal soberbio y traspasar una puerta insignificante, el recorrido culmina en un balcón desde el que se ofrece un espectáculo digno de contemplarse: la piscina cubierta, protegida por una cúpula perforada por óculos que bañan el ambiente con una luz lechosa. De geometría imposible para servir lo mismo a quienes desean entrenarse que a los que prefieren el chapoteo relajado, el vaso de la piscina sale por un extremo del recinto cubierto para configurar la zona ajardinada de baños al aire libre.

Lo emocionante de ámbitos co-

mo la piscina -¿terma romana, baño árabe o balneario suizo de otra época?-, la maestría en el diseño de los espacios servidores o la habilidad en la composición de las distintas partes no son inéditos en su autor, y hacen olvidar que la ejecución de la obra podría haber sido más rigurosa. Pero en este viaje desde Porto Alegre a Cornellà habría que haber hecho una parada en Berlín para recordar un viejo proyecto nunca construido. En 1979, un Siza que empezaba a interesarse por construir fuera de Portugal participó en un concurso para el diseño de unas piscinas en el parque Görlitzer, en Kreuzberg. No lo ganó, pero obtuvo una mención especial. En aquella ocasión, dividió la parcela en cuatro partes, de las que se ocupaban fundamentalmente tres; desplazado ligeramente del centro de la composición aparecía un espacio cupulado con la informe piscina principal. Para construir el complejo deportivo de Cornellà, el arquitecto volvió sobre sus pasos porque aquella propuesta coincidía con ésta en su voluntad de crear un escenario privilegiado para ritos cotidianos y colectivos. Los ríos de Siza tienen meandros; y en ellos uno puede volver a bañarse en las mismas aguas.

La Fundación Iberê Camargo en Porto Alegre, primera obra brasileña de Álvaro Siza.
La Fundación Iberê Camargo en Porto Alegre, primera obra brasileña de Álvaro Siza.LEONARDO FINOTTI

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