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Columna
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El esplendor

Manuel Rivas

Uno de los arrestados por la corrupción en Marbella lanzó un paradójico yo acuso y se preguntó por qué no los habían detenido antes. He ahí la desesperación de un hombre atrapado por la realidad excesiva. Me hablaron de un pintor obsesionado con pintar todo lo que encontraba en la calle. Fue llenando el estudio hasta que llegó el momento en que no tenía espacio para pintar. Lo irreal puede engullirte y convertirte en un sombrero vacío, pero el exceso de realidad es una gran irrealidad. La primera regla de la mafia es que la mafia no existe. La dimensión de la gran corrupción la hace invisible porque se confunde con la zoo-geografía. Para camuflarse, el pulpo utiliza unos sacos de pigmentos denominados cromatóforos. La gran corrupción no se adapta al territorio. Al contrario. Lo mete en el saco. Lo convierte en un gran cromatóforo. Es el territorio el que cambia de color. Así que lo que vemos es la corrupción del paisaje, pero no a sus corruptores. La mirada se acostumbra al crimen catastral como se acostumbra a considerar placentera la visión de una naturaleza muerta, ese cuadro que al final devora a los huéspedes, a los anfitriones y a la casa.

Si uno ve a un ponente de Urbanismo con un caballo por la calle puede sospechar que es un corrupto. Pero si circula con una manada de cien alazanes purasangre llegaremos a la conclusión de que es un amante de los caballos. Sospechamos de un concejal si aparece con una gran berlina. La corrupción nunca va en bicicleta. Si de repente se presenta en helicóptero, no pensaremos en corrupción, sino en una todavía innombrable elevación de status.

La obsesión por el lifting de esta gente es un signo silencioso del malestar moral de los cuerpos. Lástima que no haya lifting para el paisaje corrompido, el litoral encofrado, la obesidad urbanística. Marbella es un signo. Vean la verdadera amenaza a la integridad de España: la propagación del crimen catastral.

Al lado de esta gente, dicen que Gil y Gil era un intelectual. No sólo poseía caballos, sino que hablaba con ellos. Tenía discurso. Había que erradicar a los mendigos, a la gentuza. Después todo fue a más en Marbella. Ese tipo de esplendor existencial que hace gritar a un hombre: ¿Por qué no nos han detenido antes?

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