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Columna
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Privado de interés

El pasado fin de semana se reunió en Bakaiku el Foro Europeo de Estudiantes. De allí surgieron diversas reflexiones referidas, sobre todo, al nuevo horizonte que se abre para las universidades con la declaración de Bolonia y el proceso de convergencia en un espacio europeo de educación superior. Sobre el futuro de la universidad doctores tendrá la iglesia (la universidad, en concreto, tiene muchos, muchos doctores), de modo que el columnista se resiste a entrar en materia tan ardua, pero sí hay en las declaraciones realizadas desde el Foro otros motivos para la reflexión.

La prensa ha dado testimonio fiel del carácter feroz del estudiantado reunido, arremolinado (prácticamente atrincherado), este revolucionario mes de Germinal, en tierras de la Sakana. "Los estudiantes muestran su intención de sacar de las universidades los intereses privados", titulaba algún periódico. En efecto, los estudiantes denunciaban la existencia de una universidad "al servicio del capital y del mercado", "que se somete a las imposiciones del capital", "en manos de ciertas elites" y "diseñada por la burguesía".

Resulta del máximo interés antropológico oír hablar de nuevo en términos marxistas, o conceptuar el interés privado como un móvil diabólico. Asoman en tal discurso, con encanto pintoresco, resabios megalíticos, rupestres, preservados del embate del tiempo en una milagrosa urna de cristal. Claro que, al margen de cuestiones folclóricas, convendría reflexionar acerca de cuáles son las fallas de la educación preuniversitaria, cuando llevan al estudiantado a identificar, de forma tan resuelta, el interés privado con la explotación y la vileza. Vaya por delante la inexactitud del sujeto que formula tales presupuestos. Porque además se atribuye el exordio a "los estudiantes", como si éstos fueran una identidad unánime, indistinguible, que participa de una comunión colectiva. Resulta evidente que la representación estudiantil ya llegaba sesgada, pero aun así asombra el demagógico objetivo que confiesa con fervor la muchachada: sacar de la universidad, sin anestesia ninguna, todos los intereses privados que se pueda imaginar.

¿Cómo se sacan de la universidad los intereses privados? Dudo que haya en el templo del saber (ni en ningún otro sitio) personas desprovistas de intereses privados. No sé si es un orgullo ostentar semejantes intereses; posiblemente sólo es inevitable, de modo que a quienes los niegan podría aplicarse algún calificativo más grave que el de demagogos: digamos que el de hipócritas. La universidad está alfombrada de inteligencias admirables, pero en ella, como en cualquiera otro entidad, las personas no se manejan de modo sustancialmente distinto a como se maneja el común de los mortales, es decir, con una saludable mezcla de responsabilidad pública (incluso bajo la inspiración de algún vago ideal) y de legítimos y razonables proyectos egoístas.

Cada vez que oigo criticar, con fiereza, los intereses privados pienso, con alarma, en mis intereses privados. Y cada vez que debo ponderar las virtudes del sector público pienso, con no menos coherencia, en los mismos intereses. Seamos sinceros: yo no estaría muy seguro de pagar demasiados impuestos si el poder público dejara la decisión en mis manos (o acaso me aplicaría, digamos, un tipo a la baja: ¿un 0,7%?). Quiero decir que dudo mucho que pueda alzarse ningún modelo de ética social que no contemple, como primera referencia, la conciencia individual, con sus poderosas debilidades y sus pequeñísimas grandezas. No tengo ninguna duda de qué lugar corresponde a la iniciativa privada y qué lugar a la iniciativa pública dentro de una sociedad organizada: me basta examinarme a mí mismo, en mis virtudes y en mis defectos, para intuir los márgenes de libertad (y control) que necesito.

Por eso, cuando escucho a alguien que desearía expulsar (de donde sea) la iniciativa privada percibo el enésimo intento de violentar el alma humana, invadir los territorios de la conciencia y forzar la creación de un hombre nuevo y virtuoso. Lo que ocurre es que ese proyecto está inventado hace tiempo y cuenta con muchas versiones: se llama totalitarismo.

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