Marzo del 2006 no es Mayo del 68 / 1
Las ciencias de la comunicación nos ofrecen un razonable patrimonio de conocimientos de fiabilidad limitada, pero suficientemente contrastados para que su utilización sea imperativa para cuantos tienen que ver con el mundo de los medios. La ignorancia de ese patrimonio y la urgencia propia de la actividad periodística conduce a una lectura con frecuencia falseada de los aconteceres de los que se da noticia. Y así, el tratamiento de la información en base a la categoría psicosocial de la manipulación, tan en uso hace 30 años, ha sido sustituido por el estudio de la producción de la realidad mediática. No se trata pues de estudiar la modificación por parte del poder de las noticias y los comentarios, sino de los mecanismos que utilizan esos poderes para crear y difundir los contenidos que convienen a sus intereses. Lo que se traduce en la producción de una realidad mediática que ocupa el lugar de la realidad acontecida. A lo que hay que agregar la capacidad de condicionamiento analítico que tienen los estereotipos dominantes en cada contexto sociohistórico concreto, a los que no es fácil que puedan sustraerse los informadores.
Por estas razones, la presentación periodística de la contestación del contrato del primer empleo, apoyada en el papel protagonista que han asumido los estudiantes, a los que luego han venido a asociarse los sindicatos, hacía inevitable que se parangonara con los acontecimientos de Mayo de 1968, convertidos desde entonces en el emblema de toda revuelta juvenil y universitaria, con el uso de la Sorbona como logo. La interpretación ha sido la de que estábamos en la segunda vuelta de aquello, lo que es completamente falso, pues si el escenario principal es el mismo -las universidades, los liceos, las manifestaciones y los actores, en buena medida, también-, los propósitos son no ya distintos, sino antónimos. La sociedad francesa de 1968 tiene un elevado nivel de oferta laboral y una notable expansión del consumo. Los jóvenes rechazan esta exultación de la sociedad de la abundancia con la saturación del horizonte de cambio y la autocomplacencia colectiva en que se baña y quieren excluirse del modelo que representa y de las imposiciones del pragmatismo realista. Sus eslóganes "la imaginación al poder" y "pedid lo imposible" son la postulación de esa autoexclusión y de su exigencia de un horizonte de cambio radical. La situación en 2006 es muy distinta. El paro en el conjunto del país se sitúa entre el 9% y el 10% y en los jóvenes menores de 26 años oscila entre el 25% y el 30 %, pero además Francia parece presa de un patriomasoquismo, de una sinistrosis que recarga las tintas de lo negativo y pesa sobre el ánimo de los jóvenes, sobre todo de los estudiantes, que después de varios años de disponer de títulos universitarios no logran encontrar trabajo. De aquí que su petición unánime sea la de conseguir un empleo que les permita incorporarse al mundo real, incluirse como adultos en la sociedad. Esta reclamada inclusión es lo que el contrato de primer empleo problematiza y somete a la sola arbitrariedad del empresario, privando al trabajador de toda posibilidad de justificar su comportamiento laboral. La arrogancia con que ha sido llevado este asunto por parte del primer ministro Villepin explica por qué en Francia, con un índice de precariedad tres veces inferior al español, esta propuesta ha suscitado una conmoción tan grande. La persistencia de las huelgas, la reiteración de las manifestaciones, la extraordinaria convergencia de estudiantes y sindicatos es, antes que nada, una respuesta a la antagonización frontal que parece haber buscado el Gobierno, a pesar de la moderación de los líderes tanto estudiantiles como sindicales, que sólo piden que se retire el proyecto para comenzar a negociar. La comparación de las arengas incendiarias de Daniel Cohn-Bendit en Mayo del 68, con la voluntad de apaciguamiento de las intervenciones de Bruno Juillard, el presidente de la UNEF y el líder más visible de los estudiantes, nos muestra que se trata de dos procesos muy distintos.
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