El crítico literario, asesinado
Roberto Bolaño (1953-2003) es el autor que por su fuerte personalidad literaria y la seducción infinita de sus tramas narrativas está destinado a ejercer una gran influencia en la literatura joven hispanoamericana como ya se está viendo. El círculo... se acoge con fruición a su amplia sombra protectora desde la cita inicial hasta la cálida dedicatoria final. La presencia fulgurante y casi mágica de Arturo Belano y Ulises Lima, los famosos personajes de Los detectives salvajes, héroes intocables entre la realidad y la ficción, es el punto de apoyo de los personajes de esta novela. Son hijos literarios de aquéllos, pero conociendo que nunca alcanzarán su grandeza se conforman con ser sus pálidos reflejos. Son, como los del autor chileno Roberto Bolaño, enfermos de literatura, poetas perdidos y un tanto absurdos, pero son también su caricatura, de tal manera que convierten en tópico lo que podría ser auténtico y se dedican a citar continuadamente autores, películas y obras literarias.
EL CÍRCULO DE LOS ESCRITORES ASESINOS
Diego Trelles Paz
Prólogo de Santiago Roncagliolo
Candaya. Canet de Mar
Barcelona, 2005
315 páginas. 16 euros
Diego Trelles Paz (Lima, 1977), autor también del libro de relatos Hudson el redentor, acierta al hacer que un personaje se dedique a poner notas a pie de página y ayudar así al lector poco avisado, que con razón podría desorientarse ante tanta cita y ante tanta referencia. Es significativo que esos aspirantes a la gloria literaria, en cuestiones relativas a su vida personal, emprendan acciones equivocadas o confundan con facilidad las motivaciones de los demás. Es una cuestión de equilibrio del universo ficcional que satisface las necesidades lectoras.
El autor (que ha estudiado cine y dirigido algún cortometraje y estudiado también periodismo) trabaja bien a sus personajes, los hace llegar enteros al lector mediante un hábil mecanismo narrativo que otorga categoría a la obra. El asunto es sencillo y bastante original: cinco escritores (cuatro hombres y una mujer) deciden asesinar a un crítico literario que les ha chafado una obra colectiva. Una vez muerto, niegan ser los ejecutores y para justificarse cuatro de ellos ponen por escrito su versión del asunto y el quinto edita los textos y pone notas a pie de página aclarando o contradiciendo lo que en ellos se dice.
Abundan las escenas cómi-
cas y las situaciones paródicas y el tono general es tragicómico, pero quizá lo más delicado, atractivo para algunos, entre los que me cuento, pero no tanto para otros, es la sobreabundancia de metaliteratura. Como en un juego de espejos, los personajes viven situaciones que reflejan escenas literarias o artísticas preexistentes. Los nombres de los personajes son máscaras que esconden su verdadera identidad. Se llaman Ganivet, Larrita, Alejandro Sawa, Casandra o García Ordóñez, que es el sobrenombre del crítico el cual al tomar la personalidad de este personaje del Cantar del Cid pasa a simbolizar el rencor y la traición. Mal asunto, pues, para los críticos literarios. Para compensar, con el objeto de mantener el interés por la trama, el autor sigue los esquemas propios de la novela negra. Hay tensión narrativa y es constante la pregunta sobre la identidad del culpable. Desde esta perspectiva, ella es la clásica (y tópica) mujer fatal y los cuatro hombres los que la desean y caen bajo su dominio. En fin, también esto es metaliterario. Pero la calidad de la novela y el buen hacer literario de su autor son, en mi opinión, indudables.
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