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Columna
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Hoja de ruta

Sorprende que en este país descreído y reticente con las nuevas que nos vienen del Imperio haya calado con tanta fuerza una aportación de Bush al vocabulario político. Fue el presidente norteamericano quien enunció el término "Hoja de ruta", para planificar el camino que llevaría a la paz entre israelíes y palestinos. Ha gustado. Ni siquiera nos desalientan las desgarraduras de la hoja de ruta original, la de Bush, que ni sabemos si sigue en vigor. Aquí, en las tierras vascas, quien más quien menos tiene su hoja de ruta. Se diría que sin ella no somos nada.

Tenemos, así, hojas de ruta para diversas materias. Según avisos sucesivos, contamos con ella para los movimientos sociales, para las tecnologías electrónicas y de la información, para la confiabilidad, para leer determinados anuncios, para conocer la vida musical de componentes de grupos musicales, para ir hacia un mercado europeo de electricidad, para la integración de inmigrantes, para la política que van a desarrollar en la legislatura algunos parlamentarios vascos. La propia Esther Larrañaga, siempre atenta a las novedades intelectuales, aseguraba el otro día que su departamento va a elaborar "la hoja de ruta" para "la sostenibilidad mediambiental". Y así sucesivamente. Da gusto. No sabemos qué nos deparará el destino, pero tenemos claro cuál es el camino.

Pero la Hoja de Ruta estrella, la que está en la mente de todos, es la que nos llevará hacia el futuro próximo (o no tan próximo), ahora que estamos de alto el fuego permanente. Algo de esto se podía presagiar cuando, en vísperas de las últimas elecciones autonómicas, Ibarretxe proclamaba que si salía reelegido (salió) propondría una "Hoja de ruta" a los partidos para que esta legislatura (la de ahora) sea "la de la negociación y la decisión en Euskadi". Debe de ser difícil confeccionarla, pues seguimos a la espera. A lo mejor era la propuesta que iba a hacer en septiembre si otros agentes de la cosa política no desbloqueaban la situación. O la que augura para "después de verano" una vez que dan señales de vida y desbloquean. Del contraste no se deriva paradoja, sino enseñanza: lo importante, lo prioritario, es la Hoja de Ruta, por lo que circunstancias opuestas pueden desembocar en anuncios similares, en el único camino, que puede ser a la vez premio y castigo. Veremos en septiembre, qué cae después de verano.

Pero la Hoja de Ruta de moda es la que aseguran tiene Zapatero "para el proceso de paz", o "para el final del terrorismo", que de ambas formas puede leerse, según sean los transcriptores. Y es anuncio para felicitarse, pues sugiere que hay algo planificado, que se sabe por dónde se va, lo que no es poco, pues no es cuestión para andar en improvisaciones. Aunque tampoco faltan quienes aseguran que es "la organización terrorista la que marcará la Hoja de ruta"; optimismo que no falte. ¿Todo es según el color del cristal con que se mira?

Por eso, el proceso que ahora se abre y que, por muchas vueltas que se le den, ha concitado, si no unanimidades, sí un venturoso clima de esperaza, puede asemejarse a una confrontación entre distintos caminos, previsiones y hojas de ruta mentales. Estaba la Hoja de Ruta del tripartito, la que concluiría en "la negociación y decisión de Euskadi". Estará sin duda la de los terroristas, quizás llena de "territorialidades" y "autodeterminaciones". Y está la del Gobierno, la que habla de la paz y del final del terrorismo. No es lo mismo. Cabe augurar que en los tiempos que nos vienen todo gire en torno a las hojas que cada cual tiene en la cabeza, tan distintas. Pero todas las rutas no caben en la misma hoja, ni son el mismo camino. ¿Será posible conjugar, al menos entre los demócratas, alguna Hoja de ruta conjunta, ponerse de acuerdo no sólo en el camino, sino en el punto final? Seguramente, prudencia manda, no hay prisas para marcar y anunciar los hitos a recorrer, pero sí resulta de agradecer que se conozcan los límites del sendero, lo de que no habrá premios políticos para la violencia. Lo dijo el Parlamento y se reitera. Bien está.

Lo cual no nos evitará más de una disputa sobre la ruta que recorremos, sobre qué es la democracia, cuál nuestra meta y quién el autor de la hoja. De todo habrá. No importa, si al final la dicha es buena: la paz no tiene precio.

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