La nieta pacifista del Mariscal Tito
Svetlana Broz lanza un mensaje pacifista contra todas las guerras
Al mariscal Josip Broz, Tito (1892-1980), le ha salido una nieta pacifista. Svetlana Broz (Belgrado, 1955) recorrió 6.000 kilómetros en la ex Yugoslavia para recoger centenares de testimonios de víctimas de la guerra, subrayar su brutalidad y mostrar cómo incluso "en tiempos del mal" existe "buena gente" que salta la trinchera de su etnia, religión o ideología para ayudar al otro. Lo ha plasmado en Buena gente en tiempos del mal (editorial Kailas), que ayer presentó en Madrid y que en sus países -en plural, porque añora la Yugoslavia que durante más de tres décadas dirigió con mano de hierro su abuelo- ha irritado "a todos los nacionalistas".
Svetlana, alta, rubia y de unas facciones duras que recuerdan las de Tito, utiliza el conflicto en su tierra para transmitir un "mensaje universal", que sirve para todas las guerras: el de explicar a las generaciones futuras que, como contó Hanna Arendt, siempre es posible elegir entre lo humano y lo inhumano, incluso en medio de la barbarie. "Quise homenajear a todas las personas que tuvieron el coraje de proteger a civiles injustamente perseguidos; todos aquellos héroes que nunca reciben los honores oficiales". Y advierte a España de los peligros del nacionalismo: "¡Yo defendía siempre que la guerra era imposible en Yugoslavia!"
Cirujana y periodista, Svetlana dejó en 1999 Belgrado, donde había pasado toda su vida, al considerar que la ciudad ha perdido su carácter de metrópoli abierta y cosmopolita y se trasladó a Sarajevo. Desde la capital de Bosnia ha visto cómo moría Slobodan Milosevic, el más odiado de los políticos que a su juicio "asesinaron" Yugoslavia, pero ello le ha dejado poco consuelo. Más bien todo lo contrario: la noticia le ha provocado "enfado" porque el sátrapa ha fallecido sin castigo.
El enfado lo dirige también al Tribunal de La Haya, al que acusa de no hacer bien su trabajo, lo que tiene, subrayó, un coste altísimo: dificulta la justicia, condición necesaria para una reconciliación auténtica. Y sus azules ojos miran también con furia a los gobiernos de todos los países de lo que un día fue Yugoslavia, salvo Eslovenia, que logró esquivar la guerra: les acusa a todos de proteger a "criminales de guerra" y muy especialmente a Serbia, por no hacer nada por sentar en el banquillo a Ratko Mladic y Radovan Karadzic.
¿Incluiría a su abuelo entre la "buena gente" de la que habla en el libro? Svetlana sonríe, recuerda que la Constitución que promulgó garantizaba la igualdad de todos con independencia de su procedencia, pero después se detiene y vuelve a sonreir: "Era mi abuelo, soy demasiado subjetiva; son otros los que deben evaluarlo".-
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