Tres pecados capitales
Con el alto el fuego de ETA se abre, en la política de las Españas, un período de riesgo político, lleno de tentaciones. Hay tres errores o pecados capitales a evitar: el síndrome de Estocolmo, el oportunismo y el resentimiento. El partido político que caiga en alguno de ellos tarde o temprano lo pagará.
La sensación del que el final definitivo de la violencia etarra está cercano es un alivio para todos. Al llegar el alto el fuego, después de tres años sin muertos, se ha recibido casi como algo normal, que de algún modo estaba ya en el ambiente desde hace tiempo. Con lo cual, si el camino se torciera la frustración sería enorme. Precisamente esta naturalidad del acontecimiento es una de las razones para pensar que esta vez puede ser la buena. Es el indicio de que la sociedad entera ha tomado conciencia de que ETA es definitivamente inviable: en los tiempos del terrorismo internacional de destrucción masiva este terrorismo local carece por completo de sentido. El terrorismo ha alcanzado en Europa las máximas cuotas de descrédito, de modo que ETA ni siquiera en los territorios ideológicos más próximos -cierto nacionalcatolicismo vasco- encuentra ya comprensión.
Si la violencia se acaba es porque ETA sabe que no hay otra salida si no quieren hundirse en su propio pantano de clandestinidad, cárcel y rechazo masivo
Pero las ganas de que esto termine de una vez son tan grandes que el riesgo del síndrome de Estocolmo sigue existiendo. ¿Qué entiendo por ello? La creencia más o menos consciente de que debemos algo al verdugo, de que ETA nos ha hecho un gran favor declarando el alto al fuego y tenemos que reconocérselo. Es un discurso al que tienden algunos profesionales del diálogo, como el inefable cura Alec Reid, que, como todos los funcionarios de Dios, pretende siempre colocarse por encima del bien y del mal y, por tanto, actuar como si el bien y el mal fueran lo mismo. Dios nos coja confesados si el proceso de fin de la violencia tiene que estar en manos de curas.
ETA está todavía muy en deuda con toda la sociedad española a la que sólo ha causado sufrimiento. No hay, por tanto, que agradecerle nada. Hay que aprovechar la inviabilidad de su proyecto para inducirla a abandonar definitivamente las armas y a incorporarse al libre juego democrático, en el que, como ha escrito Daniel Innerarity en esta mismas páginas, no cabe ni el chantaje de la violencia ni el chantaje del retorno de la violencia. ¿Alguien puede explicarme una diferencia de carácter moral, o incluso político, entre estos dos modos de coacción? Hay demasiadas voces que están permanente pendientes de ETA. Cuidado con lo que se dice: que no se ofendan. Si ETA realmente está decidida a dejar las armas sabe que lo único que puede esperar es la paulatina integración en el espacio de juego democrático de su entorno político-social y un largo proceso de reinserción de sus miembros. Y si no sabe eso, el síndrome de Estocolmo tampoco servirá para nada porque será que no está decidida a dejar las armas.
Esta dependencia psicológica de ETA puede ser también la coartada de los oportunistas. El único pacto posible entre demócratas españoles y vascos es el que dice: con violencia, la prioridad es el final de la violencia y cualquier otra cosa es ventajismo; sin violencia, cada cual puede presentar libremente su programa de máximos, sin otro límite que los principios democráticos y sus reglas del juego. La ausencia de violencia no sólo significa que no hay violencia, sino también que la violencia no volverá. Aprovechar el ínterin entre el anuncio de un alto el fuego y la confirmación de que la violencia se acabó para colocar programas de reformas institucionales sobre la mesa, con la coartada de garantizar que la violencia no vuelva, es puro oportunismo. O sea, utilizar el síndrome de Estocolmo para sacar ventajas de la situación y romper de este modo los equilibrios del proceso de fin de la violencia.
Los fines políticos de un partido pacífico y respetuoso de las reglas del juego democrático no son condenables por el hecho de que otros partidos defiendan fines parecidos por métodos violentos. El PP tiene perfecto derecho democrático a defender su idea de España una y grande, por mucho que otros hayan puesto al servicio de ella la violencia y las armas. Del mismo modo un partido vasco tiene todo el derecho democrático a ser independentista sin que este objetivo esté contaminado porque ETA lo defiende por la vía de las armas. El ideal independentista queda, sin embargo, contaminado si uno de estos partidos -como ha hecho Batasuna durante tanto tiempo- ve con simpatía y complicidad el método escogido por ETA. La violencia terrorista es incompatible con la democracia y además los fines son casi siempre función de los medios: es decir, que la violencia autoritaria reinaría en una Euskadi ganada por los terroristas. Y es oportunista utilizar el temor a los violentos para tratar de avanzar en los propios fines. Si los partidos nacionalistas del País Vasco emprendieran este camino, la amenaza de descarrilamiento del proceso sería grande. Por eso ha sonado mal el oportunismo del lehendakari Ibarretxe de anunciar la convocatoria de una mesa de partidos cuando las bombas todavía humeaban.
Este proceso requiere mucha generosidad por todas partes. No seré yo quien se la pida a ETA porque poco se puede esperar de la sensibilidad de quien utiliza el asesinato como razón de ser. Si la violencia se acaba será simplemente porque la gente de ETA se habrá dado cuenta de que no hay otra salida si no quieren hundirse definitivamente en su propio pantano de clandestinidad, cárcel y rechazo masivo. Pero sí que los demás actores del proceso tienen que saber actuar con generosidad. No entiendo por ello una demostración de buenos sentimientos y virtudes por parte de quienes nos tienen acostumbrados a trabajar siempre con el contador electoral a la vista. Entiendo por generosidad en este caso que sean capaces de entender que los costes de hoy pueden ser beneficios para mañana. Sin duda, el presidente del gobierno, por el protagonismo que le corresponde es el que está mejor situado para ser generoso. Sabe perfectamente que si el proceso acaba bien él se llevará la mejor parte. La avaricia de no querer compartir por los demás sólo podría arruinarle.
El principal partido de la oposición ha de entender que, aunque ahora se le haya venido abajo la estrategia de máximo riesgo en la que se encontraba metido, sólo desde su lealtad al gobierno en esta materia podrá pensar en reemprender el camino hacia el poder. Nadie entendería que pusiera obstáculos innecesarios al camino del fin de la violencia. Y, sin embargo, es ésta una oportunidad para que el PP recupere la serenidad, es decir, la influencia de sus voces más liberales y abiertas, y avance en el proceso de desaznarización. Las bajas pasiones son tan fáciles de estimular en este tema que la derecha tiene que actuar con suma responsabilidad. El efecto de las deslealtades es multiplicador. Declaraciones como las del inefable Francisco Alcaraz, quizás frustrado por el buen tono del comunicado de las asociaciones de víctimas, cuando dice que "si no se hace justicia, hay gente que se lo tomaría por su mano", son un indicativo del terreno al que pueden conducir los que se instalen en el resentimiento y la revancha. Hay demasiada gente en España que teme el fin de ETA por que obliga a jugar de otra manera la partida vasca. Los nacionalistas vascos tienen que saber esperar. Puede que en un primer momento el proceso tenga costes para el PNV: la izquierda abertzale tendrá probablemente un voto premio en las próximas elecciones. Pero si el PNV, que es un partido acostumbrado a tiempos largos, opta por la paciencia, puede lavar en este proceso el pecado original del pacto de Estella y llegar en condiciones idóneas para hacer avanzar su programa cuando consolidada ya la normalidad la fuerza del abertzalismo vuelva a sus justas dimensiones.
En cualquier caso, el resentimiento es una enfermedad que agria el alma y provoca más costes al que lo sufre que aquel contra quien va dirigido. El que afronta este período desde el resentimiento lo pasará mal, porque verá como el tren de la vida pasa y él sigue varado en la charca de la irritación negativa. Y el PP lleva demasiado tiempo en este estado de espíritu tan poco constructivo. Por eso es de agradecer la reacción de quienes más razones tienen para el resentimiento (aunque a menudo el verdadero dolor coloca al que lo sufre por encima de estas miserias): las víctimas. Ellas han apostado con generosidad por el fin de la violencia. Y es el camino a seguir.
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