La amenaza de la violencia planea sobre la huelga en Francia
Sindicatos y estudiantes han convocado un paro para mañana contra la ley de empleo
La jornada de mañana en Francia empieza a dar miedo. Sindicatos y organizaciones de estudiantes han convocado huelgas en el transporte público y nuevas manifestaciones contra el contrato de primer empleo (CPE), que precariza el trabajo de los jóvenes. Inquieta la espiral de violencia que se está adueñando de la calle; las imágenes de la manifestación del pasado jueves en el centro de París no desmerecen de las que surgieron el pasado otoño de las barriadas desfavorecidas de las ciudades francesas.
Pero las cartas ya están todas sobre la mesa. Hace ya un mes y medio -y una decena de jornadas de protesta- que se inició la campaña contra el contrato para menores de 26 años que permite el despido sin justificar durante los 24 primeros meses, y mañana por la noche, el Gobierno, por un lado, y el frente anti-CPE por otro, harán cuentas. El primer ministro, Dominique de Villepin, podrá comprobar si ha valido la pena obcecarse en sacar adelante esta pequeña reforma laboral contra viento y marea. Los sindicatos descubrirán si son capaces o no de echarle un pulso al Gobierno. Y, pase lo que pase, los estudiantes perderán un curso académico.
Pero todos pueden perder mucho más si violencia acaba por cobrarse víctimas. El ministro del Interior, Nicolas Sarkozy, ha insinuado que puede ordenar a la policía que infiltre a sus agentes dentro de la manifestación para detener a los reventadores. Los líderes sindicales y estudiantiles se muestran en contra y confían en sus servicios de orden. Pero cualquiera que estuviera el jueves en el bulevar Montparnasse o en la explanada de los Inválidos puede dar fe de que los corpulentos sindicalistas fueron burlados una y otra vez por los casseurs (reventadores).
Según los servicios de información de la policía, ese día subieron a París unos 2.000 "jóvenes violentos". Hubo 140 detenidos, de los que una veintena fueron juzgados el sábado por el procedimiento de urgencia en París. Y ninguno correspondía al retrato del casseur de barriada. Por ejemplo, Paul Croenne, de 20 años, condenado a un mes de cárcel y unas cuantas horas de trabajo comunitario, tuvo la mala suerte de protagonizar la primera página de un periódico gratuito parisiense, en la que se le podía ver dando una patada a un vehículo volcado. Había llegado a la capital desde Dijon, donde estudia Economía. Bebió más de la cuenta, y lo reconoce. Pero niega haber lanzado piedras contra los policías antidisturbios.
Julien Softic, de 21 años, sí que admite haber lanzado una botella contra los antidisturbios, pero niega ser un casseur. Hace poco más de una semana que lo despidieron de la panadería donde trabajaba, estaba indignado y por eso acudió a la manifestación, pero lamenta haber hecho semejante "bestialidad" y lo justifica por el contagio mimético. "Todo el mundo estaba enloquecido", le dijo al juez. "Era verdaderamente impresionante, se lo juro, no había reglas".
Otro que también pasará un mes entre rejas es Diego, de 20 años, hijastro de un capitán de la policía, cabeza pelada, tatuajes y un ojo morado. Le explica al juez que es inocente, que había venido a París en bicicleta con un amigo desde su casa de la localidad periférica de Sceaux y que se vio envuelto en el follón, pero no hizo nada. Las imágenes, sin embargo, le delatan. Muestran cómo destrozó una parada de autobús y una cabina. Su padrastro, presente en el juicio, reconocía lo merecido del castigo. "No porque no lleven capucha y la cara tapada no dejan de ser igualmente peligrosos cuando atacan a la policía", explicaba.
Pero vistas una y otra vez las imágenes de los incidentes de la manifestación del pasado jueves surge la cuestión de si los detenidos por la policía, al menos los que han sido juzgados hasta ahora, son realmente esos tipos que practican la violencia extrema entre risas, no sólo contra los policías, sino contra otros manifestantes a los que agreden y roban o contra los comercios y vehículos. Y el comentario de un juez añade ambigüedad a la situación. "No sirve una lectura binaria de los hechos; no hay, por un lado, los habituales reventadores y por otro los manifestantes angelicales".
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