La hora de los civiles en la política israelí
Ehud Olmert, Amir Peretz y Benjamín Netanyahu se distancian del perfil guerrero o de estadista de sus antecesores
El futuro primer ministro de Israel no será un antiguo militante de una organización clandestina terrorista; ni un general victorioso en alguna de las cinco guerras que ha librado el Estado sionista; su expediente no estará manchado con matanzas de civiles; ni gozará del prestigio de haber recibido un premio Nobel de la Paz. Los tiempos del carisma y la popularidad forjados en el campo de batalla, en la construcción del Estado y en la alta política internacional han pasado, al parecer, a mejor vida.
Los atributos esenciales de Menahem Begin, Isaac Shamir, Simón Peres, Isaac Rabin y Ariel Sharon difieren de los rasgos que adornarán al próximo jefe de Gobierno. Ya triunfe el favorito, el abogado Ehud Olmert (Kadima), o den la campanada el sindicalista sefardí Amir Peretz (Partido Laborista) o el diplomático Benjamín Netanyahu (Likud), el perfil del gobernante será un reflejo de los nuevos tiempos.
El primer ministro Olmert quiere fijar las fronteras definitivas de Israel antes de 2010
La prensa ha prestado más atención a los brotes de gripe aviar que a los comicios
Hace sólo cuatro meses ningún israelí habría imaginado el panorama político imperante a 48 horas de las elecciones generales. Sharon, hospitalizado tras sufrir masivos derrames cerebrales en enero, no dirige el país. Peres ha abandonado el laborismo en el que militó toda su vida para incorporarse al partido creado por Sharon antes de enfermar tan gravemente. Y el movimiento fundamentalista palestino Hamás, que en elecciones previas sembró de cadáveres varias ciudades de Israel con sus atentados terroristas y suicidas, derrotó en enero, en los comicios palestinos, a Al Fatah, el partido-guía creado por Yasir Arafat.
La campaña ha sido descafeinada. En los cruces de carreteras escasean los activistas que reparten propaganda, y los medios de comunicación han prestado más atención en los últimos días a los brotes de gripe aviar que a la pugna electoral. Pocos dudan de que la participación, alrededor del 69%, será la más baja de la historia, y los indecisos (cerca del 20% de los encuestados) son legión.
Ehud Olmert, de 60 años, es un dirigente contradictorio que responde a las mil maravillas a la idiosincrasia de un partido sin ideología concreta, Kadima, en el que conviven izquierdistas y conservadores. Laico y liberal, aunque con buenas relaciones con los ultraortodoxos, este hijo de un ex militante de la organización terrorista Irgun y parlamentario desde hace tres décadas, no es la primera vez que deserta del Likud. Ya lo hizo siendo joven para ingresar en el Centro Libre, un efímero experimento que acabó en desastre. Repite ahora la jugada prometiendo seguir el programa esbozado por Sharon.
Plantea Olmert las elecciones como un referéndum sobre su iniciativa para desmantelar colonias en Cisjordania, conservando un gran pedazo de territorio ocupado. Hamás, y también el presidente palestino, Mahmud Abbas, consideran el plan de Olmert un desatino. El candidato, que corre todas las mañanas largas distancias, tendrá que imprimir un buen ritmo a sus planes para cumplir su pretensión de fijar las fronteras definitivas de Israel antes de 2010. Busca para ello el respaldo de Estados Unidos, país en el que goza de buenos contactos forjados en su periodo como regidor de Jerusalén (1993-2003). El "alcalde volador", le llamaban sus contrincantes, dada su afición a los viajes.
Acaudalado por su ejercicio de la abogacía y poseedor de una valiosa colección de plumas estilográficas, adora los puros más caros. Casado con una artista militante de izquierdas y con cuatro hijos -una de ellas lesbiana y activista de grupos de defensa de los derechos de los homosexuales-, sus vínculos de antaño con personajes de dudosa decencia no le han acarreado serios contratiempos en los tribunales. Algún quebradero de cabeza más le aporta Avigdor Lieberman, el candidato de Yisrael Beiteinu, un partido extremista que está copando el apoyo del casi millón de votantes rusos que emigraron a Israel tras la desintegración de la Unión Soviética.
Es precisamente la honradez el fuerte de Amir Peretz, nacido en Marruecos en 1952. El líder laborista arrebató a Simón Peres, contra todo pronóstico, la presidencia del partido en noviembre y se perfila como aliado en el futuro Gobierno, dado su apoyo a la iniciativa de Olmert de desmantelar asentamientos. Abundan los chascarrillos de sus rivales sobre su bigote estalinista. Con menor buen gusto se burlan de su desconocimiento del inglés, idioma que aprende a marchas forzadas, y critican su defensa a ultranza de la negociación con el presidente palestino Abbas. Pero nadie cuestiona su coherencia. Y tampoco que a este sefardí -ex presidente de Histadrut, la histórica confederación sindical, y ex alcalde de Sderot- no se le pueden rastrear casos de corrupción.
Peretz encara uno de sus principales inconvenientes en las entrañas de su partido, abandonado por muchos militantes. No lo dicen abiertamente, pero no soportan la identidad sefardí de Peretz en una organización regida siempre por judíos askenazíes procedentes de Centroeuropa.
Marcado por una infancia castigada por la penuria, este ex paracaidista, víctima de un accidente en 1974 que le postró dos años en una silla de ruedas, es el único de los tres aspirantes que hace hincapié en sus mítines en asuntos sociales: aboga por subir el salario mínimo, por aumentar las pensiones y por recortar el presupuesto de Defensa.
Es Benjamín Netanyahu, líder de un Likud muy deprimido, quien dispone, a sus 56 años, de un pedigrí más consistente en materia de seguridad. Sirvió en filas en una unidad de élite y su labor como ex embajador en Washington y ante Naciones Unidas le granjea la experiencia necesaria. Pero pocos, incluso en su partido, le perdonan su oportunismo. Malas lenguas dicen que si su derrota es la que auguran los sondeos volverá a trabajar en firmas financieras, como hizo en el pasado.
Su feroz oposición a la evacuación de la franja de Gaza, aunque sólo abandonó el Ejecutivo de Sharon días antes, fracturó el Likud. Bibi abomina de toda concesión territorial -se declara el más fuerte e intransigente ante Hamás- si no media una negociación con los palestinos que no se vislumbra a corto plazo. Domina las cámaras y el inglés como ninguno de sus adversarios, pero el rechazo de Olmert a un debate televisivo no le ha dado opción a contrarrestar los efectos de las políticas neoliberales que aplicó hace un lustro, y que han causado una profunda brecha social.
En el Estado israelí el mapa político ha sufrido en los últimos años una fragmentación enorme. Las elecciones solían ser una lotería. No parece que el martes vaya a saltar la sorpresa.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.