_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Arduas bodas de brillantes

Si un hipotético politólogo finlandés decidiera consagrar su tesis doctoral a la trayectoria de Esquerra Republicana (ERC) -el decano de los partidos parlamentarios catalanes, que cumplió 75 años el pasado fin de semana- y comenzase por explorar los contornos del tema, su primera impresión sería probablemente de asombro. Hallaría, en efecto, una fuerza política surgida en marzo de 1931 por la confluencia -bastante aluvial- de personas y grupos con antecedentes y filiaciones variadas (independentistas, federalistas y autonomistas, un antiguo militar junto a ex sindicalistas libertarios...). Un partido que parecía predestinado a prolongar la lista de fracasos que fórmulas parecidas habían conocido durante las dos décadas anteriores pero, a favor de una coyuntura histórica excepcional, consiguió a los 24 días de vida ganar unas elecciones plebiscitarias, y 48 horas después precipitar un modélico cambio de régimen, cambio que catapultó a sus protagonistas al poder.

Nuestro estudioso nórdico descubriría a continuación que la flamante Esquerra alcanzó en pocos meses una abrumadora hegemonía institucional, política y cultural sobre la Cataluña republicana; cómo fue capaz de atraer a sus filas, simultáneamente, a empresarios y a proletarios, a ingenieros y a rabassaires, a católicos y a anticlericales; cómo, pese a sus discordias internas, a sus ramalazos autoritarios (los escamots) y a sus errores tácticos (el más grave, el Seis de Octubre), el grueso de las clases populares y medias del país le mantuvo la confianza y el voto.

El desbordamiento revolucionario de 1936, la pérdida del poder real a manos de comités y sindicatos, luego la eficaz competencia del Partit Socialista Unificat (PSUC) entre la pequeña burguesía sedienta de orden, más tarde el españolismo negrinista... y, por último, la catástrofe de 1939, todo eso era más que suficiente para finiquitar a ERC y enviarla al desguace de la historia. Pero -como averiguaría sin duda el doctorando finlandés- la realidad fue otra. Pese a la brutal represión (739 militantes de Esquerra cayeron fusilados en la posguerra, el 35,7% de las víctimas con filiación conocida), la organización subsistió tanto en el interior como en el exilio y mantuvo, durante los años 40, una considerable actividad agitatoria y propagandística contra la dictadura.

Luego sí; luego, y a medida que ésta se consolidaba, comenzó para ERC una larguísima, extenuante, casi fatal travesía del desierto. Además, y al mismo tiempo, Cataluña experimentaba enormes cambios demográficos, económicos, sociales, culturales, hasta convertirse en un país muy distinto del de Macià y Companys. Con todo ello, y aunque un puñado de leales había mantenido la llama sagrada (su cabeza visible era Heribert Barrera), en las postrimerías del franquismo todo inducía a pensar que la hora de Esquerra había pasado definitivamente, puesto que su papel histórico lo ejercían con mayor eficacia socialistas y comunistas. La no legalización inicial de las siglas republicanas pareció el golpe de gracia.

Sin embargo, contra todo pronóstico, y gracias a la estrafalaria coalición con un grupo marxista-leninista, Esquerra pasó el corte de junio de 1977 y entró, aunque por la mínima, en el nuevo sistema de partidos del posfranquismo. Esto no le garantizaba todavía el futuro, menos tratándose de un grupo huérfano de padrinazgos internacionales: ni democristiano, ni socialdemócrata, ni liberal... Por otra parte, desde los primeros años de la década de 1980 y hasta 1996 la vida interna de ERC fue tumultuosa, y su imagen externa más bien errática, con candidatos que hacían campaña junto a un elefante de circo, y otros que la efectuaban a lomos de un mesianismo desbocado. Pero la marca del triángulo lo resistió todo, antes de enfilar, rejuvenecida, una década prodigiosa de crecimientos electorales continuados y de regreso al poder, tras seis décadas largas de ayuno.

No obstante, el ejercicio de ese poder -ejecutivo en Barcelona, parlamentario en Madrid- no está teniendo nada de plácido, como comprobaría aquel imaginario politólogo finlandés con sólo hojear la prensa diaria. Primera impulsora del carácter estatuyente de la actual legislatura catalana, y a la vez debutante en el apoyo a un Gobierno español, Esquerra Republicana sufre -a veces se diría que desde un exceso de credulidad- las contradicciones y los conflictos inherentes a la lógica respectiva de ambos papeles: si eres un puntal de la mayoría que invistió a Rodríguez Zapatero, no deberías crearle problemas ni criticarle demasiado; pero si ejerces de motor y Pepito Grillo del nuevo Estatuto, entonces tus aspiraciones tienen por fuerza que poner a La Moncloa en dificultades y conducir a un cierto grado de enfrentamiento...

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Por otra parte, da la impresión de que los dirigentes de ERC rechazan la disyuntiva entre partido de gobierno y partido de reivindicación o protesta, de que se niegan a escoger uno u otro y pretenden acumular las ventajas de los dos papeles: las regalías del poder, pero también la virginidad, la franqueza y la radicalidad de la calle. Es comprensible que lo intenten, pero resulta difícil que lo consigan, e inevitable que sus socios -en el tripartito gobernante o en el cuatripartito estatutario- reaccionen indignados ante tal pretensión. A lo largo de tres cuartos de siglo, Esquerra Republicana ha cometido errores o tenido conductas discutibles tanto por exceso de pragmatismo como por exceso de idealismo: seguramente, creer que el baño de sangre de 1936 era imparable fue de un realismo timorato, y sin duda confiar en el gesto del Seis de Octubre constituyó una ingenuidad temeraria. ¿Sabrán Carod, Puigcercós y los demás mantener durante los próximos meses un rumbo equilibrado entre ambos escollos, los dos igualmente peligrosos?

es historiador.

Joan B. Culla i Clarà

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_