"Está en crisis el concepto de vanguardia como transgresión"
Estudioso de las corrientes artísticas que desembocaron en los movimientos de vanguardia surgidos en la década de los 60, con Oteiza y Basterretxea entre sus abanderados, Fernando Golvano (San Sebastián, 1957) ejerce la docencia en la Facultad de Filosofía de la UPV. Actualmente compagina esa labor con la de crítico de arte e imparte conferencias, como la que ofreció recientemente en Durango dentro de un ciclo organizado por el Museo de Arte e Historia de dicha localidad vizcaína.
Pregunta. ¿Qué motivó el nacimiento de la vanguardia artística vasca en los años 60?
Respuesta. Hay que partir de que Oteiza fue el nexo entre las primeras vanguardias de los años 30 y la tentativa de recuperación de una escuela vasca en el arte, en los años 60. Fue la bisagra y asumió un papel de vidente, impulsor y teórico de esa renovación. Aquello fue una tentativa regeneradora en un contexto de autarquía, de páramo creativo intelectual, de dictadura y falta de libertades.
"Cuando la vanguardia se sitúa en el 'marketing' pasa a ser subversión subvencionada"
P. A pesar de esa situación, el propio Jorge Oteiza y Chillida obtuvieron en su época un amplio reconocimiento internacional.
R. Oteiza y Chillida son dos figuras que están en contacto con la vanguardia internacional y que permiten una regeneración del arte en este contexto, a veces casi clandestino. Estos grupos se encuentran con una coyuntura en la que el factor político es tan poderoso, que el arte, más allá de sus propias capacidades para crear imaginarios nuevos, da cuenta de una situación opresiva; por tanto, la libertad conquistada para el arte es también un reflejo de una libertad nueva que se quiere política. También es importante que en el contexto internacional se den las llamadas segundas vanguardias; aparecen nuevas rupturas artísticas, emerge el pop art, el arte minimal, el feminista. Hay un giro etnográfico e identitario, que afecta a las elecciones sexuales, culturales o de otro tipo, de manera que esta renovación del arte vasco coincide con esas nuevas corrientes internacionales.
P. ¿Por qué esa llamada escuela vasca se diluyó tan rápido?
R. En parte, porque el contexto no permite esa opción. No hay ni público, apoyo oficial ni libertad para que ese arte pueda surgir. Pero tampoco debemos infravalorar sus propias disensiones internas. Lo que pasa es que dejaron el terreno abonado para que, a partir de la Transición, con la aparición de la Facultad de Bellas Artes y de nuevos centros de arte, se iniciara un trabajo de recuperación de estos grupos de artistas, aunque ya disuelta esa primera tentativa donde el impulso crítico y utópico estaba vinculado a la creación.
P. En ese sentido, ¿qué o a quién destacaría del arte vasco actual?
R. Más que nombres concretos, destacaría que hay una tensión entre una generación de artistas que plantea un regreso a la realidad y otra corriente que se plantea que la tarea del arte casi siempre ha sido inventar mundos. Un problema que me preocupa es que hay un cierto momento de involución creativa; hay una gran posibilidad de creación, con muchas becas y muchas instituciones que la apoyan, pero con un desfase creciente entre la cantidad de gente haciendo cosas y la calidad de las propuestas. El problema es: ¿quién se encarga de discernir lo que merece la pena de lo que no?
P. ¿Sigue existiendo la vanguardia?
R. Creo que la vanguardia, entendida como momento de apertura y de transgresión de los límites, está en crisis. Cuando la lógica de la vanguardia se sitúa en el marketing, difícilmente puede jugar esa función de avanzadilla, ya que pasa a ser subversión subvencionada. Ésa es la paradoja actual.
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