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Crónica:NUESTRA ÉPOCA
Crónica
Texto informativo con interpretación

"Acuérdate de La Haya"

Timothy Garton Ash

La muerte de Slobodan Milosevic debería suponer un final y un comienzo. El final de un largo periodo en el que la Europa de los imperios multiétnicos se transformó, con sangre, en una Europa de naciones-estado, en general con claras mayorías étnicas. Y el comienzo de un periodo en el que la soberanía de esas naciones-estado ya no sea absoluta y los gobernantes sepan que se les van a pedir responsabilidades, ante un tribunal internacional imparcial, por los crímenes que cometan contra su propio pueblo o contra sus vecinos.

Veamos primero el final. Como observó en una ocasión el antropólogo Ernest Gellner, al contemplar los mapas históricos de Europa en los que los grupos étnicos estaban indicados por colores distintos, lo que era un cuadro de Kokoschka se ha transformado en uno de Modigliani. En vez de las infinitas mezclas de pigmentos de Kokoschka, tenemos bloques diferenciados, más o menos claros, de colores independientes. Milosevic no fue más que el último en una larga lista de dirigentes europeos que empujaron sus países hacia esa separación étnica, por diversos motivos, mediante la guerra, la diplomacia, la limpieza étnica y un enorme derramamiento de sangre.

Milosevic fue el último dirigente europeo que hizo la separación étnica con la guerra, la diplomacia, la limpieza y el derramamiento de sangre
Al ver los mapas históricos de Europa en los que los grupos étnicos están en colores, lo que era un cuadro de Kokoschka ahora es uno de Modigliani
Con el tribunal, los tiranos deben saber que la soberanía nacional no les otorga el derecho a cometer atrocidades dentro de las fronteras de su propio país

Todavía existen en Europa rincones significativos de Kokoschka que son objeto de preocupación y esperanza. Kosovo, donde empezaron y terminaron las guerras de Milosevic por la sucesión yugoslava, está negociando ahora su situación definitiva. En el este de Europa se encuentran aún Moldavia, Rutenia y diversas zonas de la Federación Rusa y el Cáucaso formadas por mezclas étnicas. Incluso en Europa occidental están aún sobre el tapete temas como los del País Vasco y Cataluña, Valonia y Flandes, Irlanda y Córcega. Algunos de estos lugares han sufrido hasta hace muy poco el terrorismo nacionalista (ETA, IRA, KLA). En todos ellos se oye a algún viejo nacionalista que dice: "¿Por qué debemos ser una minoría en vuestro país cuando vosotros podríais ser una minoría en el nuestro?". Pero la transformación del kokoschka al modigliani está muy avanzada. Y las presiones para que los nacionalistas étnicos persigan sus fines por medios pacíficos han aumentado, en parte gracias al desarrollo de organismos europeos como la UE, la OTAN, el Consejo de Europa y la OSCE.

Existen ciertas bases, pues, para confiar en que las guerras de los Balcanes de los años noventa fueran la última gran locura de violencia política etnonacionalista que, en oleadas repartidas a lo largo de más de 100 años, desmantelaron los restos del imperio otomano, el austrohúngaro, el germánico y, hasta cierto punto, incluso el ruso. Slobodan Milosevic fue el político con más responsabilidad personal por la locura balcánica, pero no fue el único. La Croacia de Franjo Tudjman ha logrado salir librada con menos reproches de los que merece, más o menos lo mismo que ocurrió con Austria tras 1945. Los bosnios musulmanes o posmusulmanes fueron, sin duda, las principales víctimas de la agresión serbia y croata, pero tampoco ellos fueron siempre los héroes inmaculados que preferirían creer sus partidarios extranjeros. Los albano-kosovares también fueron víctimas, pero recurrieron (con éxito) a la violencia para defender su causa.

Nadie sugiere, por tanto, que Milosevic fuera el único malo de la película. Desde luego, no lo hace Carla del Ponte, la fiscal del Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia -muchas veces llamado "el tribunal de La Haya"-, que habla sin pelos en la lengua. Uno de los éxitos de los últimos meses fue lograr que Croacia entregara a su héroe de guerra y presunto criminal Ante Gotovina a La Haya, después de que la UE lo exigiera como requisito para avanzar hacia las negociaciones de ingreso en la Unión. Ahora, la UE tiene razón al imponer como condición a Serbia que localice y entregue a los líderes serbobosnios Radovan Karadzic y Ratko Mladic. También están pendientes de juicio varios combatientes bosnio-musulmanes y kosovares.

Error en el megajuicio

El comportamiento del tribunal no ha sido perfecto, ni mucho menos. Con el beneficio que da el paso del tiempo, se ve que fue un error agrupar todos los cargos contra Milosevic en un solo megajuicio. Que hayan muerto ya cuatro serbios que estaban presos en La Haya y que Milosevic, al parecer, consumiera sustancias que no habían recetado los médicos aprobados por el tribunal, indican un relajo de la seguridad. Al mismo tiempo, resulta muy extraño que Ramush Haradinaj, el antiguo dirigente del Ejército de Liberación Kosovar y, durante un breve periodo, primer ministro de Kosovo, esté en libertad bajo fianza e incluso se le permita participar en la vida pública de Kosovo mientras se prepara su juicio por crímenes de guerra. Da la impresión de que existe un doble rasero.

En general, resulta poco convincente que el tribunal de La Haya, que no se creó hasta después de que ocurrieran algunas de las peores atrocidades en la antigua Yugoslavia, se esté ocupando de un solo país (desaparecido) y, al menos en parte, parezca aplicar la ley con efectos retroactivos, aunque siempre en función de los principios del derecho humanitario internacional. Todo ello sirve para dar credibilidad a las acusaciones de "justicia política" o "justicia de vencedores" que surgen siempre que se juzga a líderes políticos derrocados, como en los casos de los dirigentes nazis en Núremberg, el líder comunista de Alemania oriental Erich Honecker, el dictador chileno Augusto Pinochet o, más recientemente, Sadam Husein.

Un intento serio

No obstante, es un comienzo. Y ya disponemos de algo mejor, también con sede en La Haya: el Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia (TPIY). Empezó a funcionar en 2002, y más de 200 Estados han ratificado ya su estatuto, que abarca el genocidio, los crímenes de guerra y los crímenes contra la humanidad (el delito de agresión internacional quedará incluido una vez que se haya definido con propiedad, un asunto que los abogados internacionalistas llevan tiempo intentando sin éxito). El TPY tiene un presidente canadiense, unos vicepresidentes de Ghana y Bolivia, y un fiscal jefe argentino. Está investigando casos en Uganda, Congo y Darfur, y ha dictado sus primeros autos de detención contra jefes del Ejército de Resistencia en el norte de Uganda. En resumen, se trata de un intento serio de responder a las acusaciones de dobles raseros y justicia política y retroactiva mediante la creación de un tribunal transparente, imparcial y auténticamente internacional, que administre las leyes internacionales que están clara y explícitamente en vigor en el momento en el que se cometen los delitos.

El TPIY no carece de problemas. Su estatuto sólo le permite actuar cuando los Estados "son incapaces o no están dispuestos a realizar verdaderamente la investigación o el procesamiento". Como consecuencia, Estados mafiosos como Sudán pueden pretender que están dispuestos y son capaces de investigar cuando en realidad es mentira. Peor aún, algunos de los países más grandes y poderosos de la tierra no se han adherido y se aferran al viejo estilo de soberanía nacional. Entre los boicoteadores están Rusia, China y EE UU. Éste ha ido incluso un poco más allá. Ha presionado a varios Estados miembros del TPIY para que firmen acuerdos bilaterales de exclusión que protegen al personal estadounidense de posibles procesos. Es una vergüenza que actúe así el país que más ha contribuido, de todos los del mundo, a levantar el edificio del derecho internacional desde 1945.

El TPIY es el mejor tribunal internacional -el mejor que ha tenido el mundo- para abordar nuevos espantos como los de Milosevic, y debemos insistir ante EE UU para que sea fiel a sus mejores tradiciones. El Gobierno de Bush, desde luego, no lo va a ser. Pero Clinton firmó el tratado del TPIY en los últimos días de su presidencia, a pesar de que era plenamente consciente de que ni su sucesor ni el Congreso iban a ratificarlo. Tal vez la próxima Clinton (si es que Hillary llega a la presidencia) pueda intentarlo de nuevo.

Éste es el tribunal que en el futuro deberíamos llamar "La Haya". Con él, cualquier tirano debe saber que la soberanía nacional no le otorga el derecho a perpetrar las atrocidades que quiera dentro de las fronteras de su propio país. Hay unos límites. Todo Macbeth de nuestros días debería tener un espectro de Banquo que le susurre: "Acuérdate de La Haya".

Traducción de M. L. Rodríguez Tapia

Partidarios de Milosevic se congregan para visitar el féretro del ex dictador en Belgrado.
Partidarios de Milosevic se congregan para visitar el féretro del ex dictador en Belgrado.REUTERS

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