¿Y ahora, José?
1 No sabemos qué hacer con tanto imitador de José Mourinho como anda por ahí. Ya le vencimos, ya le enviamos al teatro. ¿Y ahora qué? Nuestras calles se han llenado de mourinhos, personajillos con móvil y andares engreídos, chicle y abrigo inglés. Lo curioso es que muchos de sus imitadores no saben -incluido el propio Mourinho- que en realidad el entrenador del Chelsea, con sus deseos de ser abroncado, pasó por Barcelona imitando al viejo maestro Helenio Herrera, el hombre que inventó en la década de 1960 el frágil prestigio del entrenador de fútbol.
2
Pienso de nuevo en Helenio Herrera cuando recuerdo que el día 30 se anuncia en la galería René Metras de Barcelona la presentación de La suela de mis zapatos, libro de crónicas, reportajes y entrevistas que Gonzalo Suárez publicó bajo el seudónimo de Martín Girard durante la década de 1960 en diversos periódicos y revistas barcelonesas, muy especialmente en El Noticiero Universal.
Y luego pienso en otro libro, uno del que me siento discretamente orgulloso de haber sabido conservar en mi biblioteca: Yo, memorias de Helenio Herrera (Planeta, abril 1962), memorias de las que siempre se sospechó que habían sido escritas por Martín Girard, el yerno del famoso entrenador. Esta misma mañana he estado releyendo esas memorias y he confirmado que allí podían encontrarse, en boca de Herrera y seguramente escritas por Girard, unas frases que evocan algunas de las cosas que, a su reciente paso por Barcelona, dijo Mourinho.
La historia se repite. Y el mundo es más viejo de lo que pensamos: cuando Mourinho explicó que pretendía salir el primero de todos al Camp Nou para que el público le abucheara a gusto, en el fondo no hizo más que repetir textualmente, sin saberlo, unas palabras de Helenio Herrera en su libro de memorias. Ahí Herrera escribía: "Publicaban, por ejemplo, que yo había dicho que ganaríamos sin bajar del autocar. Naturalmente, palabras así de menosprecio hacia nuestro próximo adversario eran acogidas con el disgusto consiguiente por la afición y daban como resultado el que se me abuchease en todos los campos donde jugaba el Barcelona. A mí esto no me importaba, al contrario. Sabía que mientras yo fuese el objeto de las iras populares mis jugadores podrían estar tranquilos y ganar con tranquilidad, que era lo que verdaderamente importaba".
Rijkaard reaccionó como si hubiera leído a Herrera y muy astutamente recomendó que aplaudieran a Mourinho en lugar de abuchearlo, y así pudo desmontar la estrategia del entrenador rival. En fin. El tiempo no pasa para según qué libros. Y hay algunos que mantienen por mucho tiempo su vigencia. Creo que es el caso de esas memorias de Herrera y también el de La suela de mis zapatos, libro que habrá de sorprender a los que no conozcan los artículos de aquel brillante periodista innovador que fue Martín Girard, que un día se fue a Madrid y se transformó en el novelista Gonzalo Suárez y que el día 30 regresará de nuevo a Barcelona para volver a ser Martín Girard.
Y a todo eso, ¿tiene ya Mourinho quien le escriba? Lo tiene, lo tiene, ya están preparando su autobiografía. Pero no se la escribirá nadie de la estirpe de Girard, eso seguro. El coronel Mourinho y su chicle no le llegan ni a la suela de los zapatos a don Helenio, que fue sencillamente un genio.
3
Me doy cuenta de que gran parte de las citas que recuerdo o invento en este dietario suelen ser de personas conocidas. Hoy la persona será una señora anónima, una dama octogenaria, a la que le oí decir, hacia 1989, en una bella confitería de Setúbal, con cierto brillo en los ojos: "Ahora se están muriendo personas que nunca se murieron".
4
De Mourinho sólo nos queda la banalidad de sus elásticas declaraciones y de su no menos elástico chicle de ego. Ya todo lo demás pasó como un zumbido trivial.
En trivialidades andaba yo esta mañana cuando alguien -a pesar de mi aversión a los centenarios- me ha comunicado que este domingo, 19 de marzo y día de San José, el asesino nazi Adolf Eichmann habría cumplido exactamente 100 años. Al escuchar esto, primero he pensado en San José Mourinho y luego en aquella banalidad del mal de la que hablaba Hannah Arendt cuando, como corresponsal de The New Yorker, asistió en Jerusalén al juicio del asesino nazi y escribió Eichmann en Jerusalén (Lumen). Ahí esbozaba su tesis sobre la trivialidad de la maldad: Eichmann, funcionario ejemplar, envió a la muerte a millones de personas como aquel que realiza la tarea burocrática de facturar cualquier otro tipo de "mercancía". Ni siquiera pudo demostrarse que odiase a sus víctimas.
Como dijera Günther Anders (que prosiguió intelectualmente las reflexiones de Arendt, su mujer), Eichmann participaba de un mal absolutamente moderno: la imposibilidad de representarse mentalmente las consecuencias de sus actos. Salvando las distancias, ésa es la impresión que dio Rajoy cuando, en un gesto pasmosamente insensato, sugirió que se anulara el sumario del 11-M, es decir, que se dejara en libertad a los encausados. En las democracias con una cierta tradición se consideraría a Rajoy un jefe de la oposición totalmente inválido por su candidez al leer y tragarse durante el desayuno las noticias o marimorenas que le organizan sus verdaderos jefes a través de su periódico favorito. Al día siguiente -verle producía angustia y vergüenza ajena-, rectificaba, o dicho con sus palabras: aceptaba las aclaraciones de la fiscalía y la Policía. Y aquí no ha pasado nada, claro. Hasta la próxima. Y la próxima fue la de Zaplana demostrando que es cierto aquello de que el mal se hace sin esfuerzo, de forma natural, por fatalidad...
"¿Y ahora, José?", se preguntaba el escritor portugués Cardoso Pires fumando ante el espejo.
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