Poética del cuerpo vulnerable
El noruego Per Barclay (Oslo, 1955) lleva tras de sí una amplia trayectoria artística, que alcanzó resonancia internacional ya desde la década de los ochenta del pasado siglo, lo cual lo convierte en un ejemplo de supervivencia dentro del aleatorio mundo de la compulsivamente cambiante actualidad. Esta resistencia como casi siempre es fruto de la coherencia personal y la solidez de un lenguaje artístico propio, que no tiene que ver tanto con los versátiles procedimientos materiales o técnicos empleados, que en Barclay han sido tan diversos como hoy es posible -es instalador, escultor, fotógrafo, por usar la fraseología al uso-, sino con una auténtica poética de lo escénico, donde sean imágenes, objetos o sonidos, todo está al servicio de una nítida representación del encuentro sensible del cuerpo humano y el medio. La intensidad física de ese encuentro la resuelve de una forma tan desnuda y, por tanto, desoladora, que no puede por menos que recordarnos el escalofrío emocional de su compatriota Munch. Como éste, también Barclay ha sido un trotamundos, de querencia meridional, con estancias en Italia y Francia.
PER BARCLAY: ASHILD, SIMEN Y HALVARD
Galería Oliva Arauna Barquillo, 29. Madrid
Hasta el 12 de abril
En nuestro país, Barclay ha podido ser visto en diversas ocasiones, pero quizá la más reciente y memorable fue con motivo de su instalación, hace un par de años, en el Palacio de Cristal, del Retiro madrileño. Ahora se nos presenta con una individual que es una instalación sonora, donde un fino cable registra con un altavoz nuestro impremeditado roce, flanqueada por diversas imágenes que nos muestran el cuerpo humano moldeado por el agua. La multiplicación de efectos que compendian este contacto concierne a todos nuestros sentidos de forma directa o indirecta, creando una sinestesia, que, sin embargo, está cargada de un profundo sentido emocional. La belleza de alguna de estas fotografías de cuerpos sumergidos en aguas frías, cuando no dejando una impronta en la nieve, manteniendo siempre una horizontalidad a la que nos asomamos, a veces, por la vertical de la pared a la que nos enfrentamos, son fascinantes. Lo son, en gran medida, por su componente simbólico, como esa hermosísima Ofelia sumergida con su traje blanco, pero, es lo mismo, porque estos cuerpos varados no necesitan el amparo de ningún arquetipo para que la reverberación acuática de su silueta nos transporte a cualquier metamorfosis. Hay, a mi modo de ver o de sentir, un latido romántico en toda esta instalación, que nos remite a la vulnerabilidad de cuerpo, atrapado en una antiquísima memoria natural y en perpetuo renacimiento. Es difícil decir más cosas, no con menos, sino con lo esencial.
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