Vigilantes y vigilados
Talan árboles y plantan parquímetros que son más productivos y no dejan de ser ecológicos porque se alimentan de energía solar y de nuestros euros. Los parquímetros no solucionaron, precisamente, los problemas de aparcamiento en el centro de Madrid, pero crearon riqueza y empleo: riqueza para las arcas municipales, para los concesionarios y para los amigos de los concesionarios; y empleo para los operarios, instaladores y reparadores; el servicio de mantenimiento, por ejemplo, debe trabajar muchas horas extra para reponer y arreglar los parquímetros desarbolados por los vecinos de los barrios periféricos que les vieron crecer hace unos meses sobre sus aceras. La ampliación de la zona de aparcamiento de pago se extiende a Fuencarral, El Pardo, Carabanchel y Hortaleza, que ahora son más céntricos, integrados por fin en el SER, servicio de estacionamiento regulado. Ser o no ser, ésa es la cuestión, la fuerza centrípeta del ser supremo capitalino es imparable y sólo se libran de ella, por ahora, las urbanizaciones residenciales de las afueras. "Los parquímetros a la Moraleja" fue uno de los lemas coreados en la última manifestación. Mil vecinos de los barrios afectados, agraciados con el modernísimo invento recaudatorio, les cantaron las cuarenta a sus ediles y proclamaron su férrea voluntad de lucha; uno de los representantes vecinales, en un acceso de ardor guerrero, recordó la sublevación de los patriotas madrileños contra las tropas napoleónicas del 2 de mayo de 1808. No pasarán, "Tú los pones, nosotros los quitamos", le gritaban a Ruiz-Gallardón los sublevados.
Entre los más afectados por los malditos parquímetros están los incomprendidos vigilantes del SER, que sufrieron 144 agresiones a lo largo de un año; las empresas sólo reconocen siete y le pasan la pelota a la Policía Municipal, que se la devuelve puntualmente. A uno de cada siete vigilantes le han puesto la mano encima en los últimos 365 días y los insultos y vejaciones son moneda común; antes de pedir la baja colectiva por depresión, los vigilantes del infausto SER han decidido ir a la huelga.
El SER hace agua por todas partes, los vigilantes y los vigilados se rebelan y el Ayuntamiento ni se inmuta, aunque el concejal de Movilidad (sic), Pedro Calvo, reconoce que tuvo que hacer "un importante ejercicio de paciencia" para escuchar las reivindicaciones de un dirigente vecinal sin perder los nervios ni los papeles. Qué paciencia, qué importante ejercicio de paciencia democrática la del concejal Calvo, que debe andar estos días tan estresado como los vigilantes de las plazas, los parquímetros están gafados, nadie los quiere salvo los que les sacan partido e incluso a ellos les están produciendo quebraderos de cabeza. Y todo empezó de la forma más amistosa: en su incesante búsqueda de soluciones de movilidad, el concejal Pedro Calvo se acordó de su amigo Casares, ex diputado del PP y propietario de una pequeña empresa, con sólo 3.000 euros de capital, dedicada a la limpieza de edificios e instalaciones industriales, empresa que amplió su ámbito de actividad a la instalación de parquímetros 21 días antes de que el Ayuntamiento convocara la adjudicación.
El número dos del Ayuntamiento de Madrid, hombre discreto y paciente, dejó el amistoso asunto en manos de su número dos, Javier Conde, que atiende por director general de Movilidad y que también es amigo y colega de Casares desde sus tiempos como militantes de las Nuevas Generaciones del PP en Galicia. Las aguas se enturbiaron para los tres amigos cuando, en plena crisis de los parquímetros, aparecieron los datos de la participación en la mesa de adjudicación del segundo de Calvo. Conde dijo y se contradijo: primero dijo que no presidió la mesa, luego que ni siquiera estuvo presente aunque su firma estaba en el acta y, por fin, parece que por fin, reconoció su participación como vocal. Está claro que el número dos no está a la altura de su número uno en cuanto a controlar los nervios con importantes ejercicios de paciencia. El otro vértice del triángulo, el ex diputado Casares, discípulo aventajado del defenestrado cacique galaico Cuiña y fraternalmente acogido por sus condiscípulos de Madrid, quizás sea hoy por hoy la única persona que tiene algo que agradecer al SER y a sus manifestaciones totémicas y recaudatorias.
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