Carril bici
Que Barcelona era también una ciudad para las bicicletas lo descubrimos a partir de 1992. Hasta entonces imperaba el eje mar-montaña, el modernista, hecho de cuestas no aptas para el pedal, y sí para funiculares, cremalleras y otros ingenios mecanizados. La apertura al mar, iniciada en la década de 1980 en el Moll de la Fusta, vino a desvelar el sentido horizontal de la urbe, el lungomare, la dimensión noucentista desconocida, y ahí sí tenía cabida el velocípedo en cuanto limpio, civilizado, saludable y rápido medio de transporte, especialmente para la zona centro. Hoy puede decirse que Barcelona es una ciudad de bicicletas. Hay muchos carriles-bici (aunque bien es cierto que falta completar itinerarios), las úes instaladas por el Ayuntamiento están llenas a rebosar y hasta se diría que el coche, sabiéndose en horas bajas, poco a poco aprende a respetar a su nuevo compañero de viaje. Pero que nadie deduzca precipitadamente que ir en bicicleta por Barcelona es fácil. No lo es. Los esforzados ciclistas nos encontramos en nuestras corrrerías con una variada panoplia de obstáculos, desde los más nimios a algunos otros de envergadura considerable. Ahí va un elenco sin ánimo de exhaustividad, pero sí con alguna pretensión tipológica.
En primer lugar se encuentra la tornillería. Es increíble la cantidad de tuercas, tornillos y arandelas de pasos y tipos variados con los que nos topamos a diario en nuestros carriles reservados. Si uno dispone de tiempo y se dedica a recogerlos, a fe que completa su taller de remiendos. Es como si toda la ciudad se desatornillara de golpe y decidiera hacerlo junto a las aceras de sus calles. Normalmente, este material no constituye una amenaza grave para el ciclista, aunque siempre cabe la posibilidad de que se cuele el clavo que pinche las ínfulas de nuestras preciadas cámaras.
Más peligrosos para la estabilidad resultan los vestigios de la ciudad antigua: pedazos del asfalto que aquí y allá dejan al descubierto el antiguo adoquinado, melancólicos rastros de vías de tranvía, tapas de alcantarilla desestabilizadoras y abultadas manchas de cemento depositadas por los volquetes de la construcción que dejan marcados a fuego nuestros dinámicos glúteos. Y en esta categoría cabe incluir también los cuentabicis, esas regletas estratégicamente dispersas y en teoría diseñadas para el ciclismo, pero que en cambio nos suscitan pensamientos poco amistosos para con nuestros munícipes cada vez que las cruzamos.
Pero no nos detengamos en minucias y pasemos a mayores. Un obstáculo ya más serio es, desde luego, el peatón distraído, el cual, como quiera que no se siente amedrentado por el rugido de un motor de explosión, cree tener siempre la preferencia y nos obliga a echar el freno. Su distracción se gradúa sobre el patrón de carril bici por el que deambula: cuanto más segregado está el carril (como en Enric Granados o el Paral.lel), más desatento se muestra. Ahora bien, buen caminante, siempre serás mon semblable, mon frère. Vas tan desprotegido y eres tan vulnerable como nosotros, de manera que olvida tu ojeriza cuando compartimos aceras de más de cinco metros de anchura: las ordenanzas nos invitan al abrazo fraterno. Y si no queremos mostrarnos tan efusivos, basta con que unos y otros pensemos en que los otros y los unos existimos.
Llegamos así a la categoría reina de los obstáculos, la de los obstáculos insalvables que nos obligan a salir de nuestro pasillo de 10 kilómetros por hora para meternos a cuerpo en el main stream circulatorio. Los obstáculos insalvables son de dos tipos básicos: móviles e inmóviles. Por móviles entendemos toda suerte de camiones, tráilers, furgonetas, autobuses, taxis, y turismos -normalmente con la puerta que da a la calzada abierta-, que tienen temporalmente asentados sus reales en nuestro desfiladero exclusivo y que suelen responder a nuestros timbrazos de pulgar con cara de maño que camina por la vía y le dice al tren que ya se apartará él. Por lo que se refiere a los obstáculos inmóviles, mayormente están constituidos por las obras. No hay zanja que se abra en la acera que no considere como espacio asociado el carril bici para depositar allí herramientas y materiales de todo tipo. Y así como hay una cierta tradición de dejar el paso franco a los peatones, esta buena costumbre todavía no ha llegado al ciclismo urbano, con lo cual de nuevo no queda más solución que zambullirse en el main stream. Alternativos como somos, medio aceptamos las obras porque sabemos que redundarán en una mejora del espacio público. En cambio, lo que nos despierta irremisiblemente la bestia es que el obstáculo insalvable lo ponga un vecino que cambia el mobiliario. En el Paral.lel estos ojos han visto montado un tresillo completo en medio del carril bici. Faltaban la tele y la figurita de Lladró, pero el resto estaba al completo.
Ahora bien, en materia de obstáculos insalvables ninguno peor que el que hay en el paseo de Sant Joan, al decir de los papeles. Según parece, merodea por allí cierto cronista que la emprende a bastonazos con los ciclistas sin mediar palabra. Desde luego, a mí no me va a pillar. Aunque siempre preferiré el noucentista, de verme obligado a tomar el eje modernista de la ciudad, optaré por Enric Granados. Por esas.
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