Concentraciones contra la historia
LA GLOBALIZACIÓN supone movimientos telúricos en el mundo empresarial. Las empresas, para sobrevivir en un mercado global, han de crecer y fusionarse ad infinitum. Los viejos Marx y Engels, que tanto se equivocaron a la hora de pronosticar el mundo que llegaba, acertaron al analizar la concentración del capital, aunque erraron en el tiempo: la agrupación de empresas que ellos describen en el Manifiesto Comunista es más realidad hoy que hace siglo y medio, cuando fue escrito (año 1848) el panfleto más leído de la historia.
En estos días le corresponde al sector de las telecomunicaciones, como antes le sucedió al bancario o al del petróleo. Hace unos días, la compañía AT&T, heredera de la del mismo nombre fundada a finales del siglo XIX inmediatamente después de la invención del teléfono, adquiría el negocio de telefonía fija de BellSouth creando la mayor compañía de telecomunicaciones de EE UU, que es como decir la mayor del mundo. Hace dos años, el movimiento fue en sentido inverso: BellSouth compró la división de telefonía móvil de AT&T y la incorporó a su empresa de móviles, llamada Cingular. Así pues, ahora AT&T la recupera creando una compañía con una facturación anual de 125.000 millones de dólares, una capitalización bursátil de 165.000 millones, 70 millones de clientes en telefonía fija, 54 millones en telefonía móvil y 10 millones de clientes en banda ancha.
Empresas de las telecomunicaciones o de la energía, que por la acción de los Gobiernos han sido separadas para evitar los oligopolios, vuelven a fusionarse. ¿Cómo afectará a los consumidores?
Con estos datos, la nueva AT&T -que será efectiva cuando la autoridad reguladora americana, la Comisión Federal de Comunicaciones, autorice la concentración- supera a su competidora estadounidense Verizon y a otras multinacionales como Vodafone (que en 2000 compró la alemana Mannesmann) y se aleja de China Mobile, Telefónica (en medio de su fusión con O2), NT&T, Deutsche Telekom, etcétera.
AT&T ya había dado síntomas de apetito hace pocos meses, cuando se fusionó con SBC. ¿Cuál será la reacción de Verizon: intentará comprar, como avanza el mercado, Qwest, otra de las compañías de telefonía norteamericana?
Pues bien, las operaciones mencionadas de empresas de EE UU del sector de las telecomunicaciones -las reales y las hipotéticas- tienen un aire de venganza contra la historia, ya que todas las sociedades citadas fueron inicialmente parte de la primitiva AT&T, que fue desgajada en siete, en el año 1984, por el Gobierno conservador de Ronald Reagan. Recordemos la secuencia: atendiendo a la legislación antitrust de Estados Unidos (Ley Sherman, Clayton, la Federal Trade Commission Act...), la Administración republicana desmanteló AT&T (ma bell), que funcionaba como un monopolio en servicios de telefonía locales estrictamente regulados, y la desgajó en una empresa de larga distancia (la nueva AT&T) y en siete baby bells: Ameritech, Bell Atlantic, BellSouth, Nynex, Pacific Telesis, Southwestern Bell y US West Bell.
Cuando a mediados de los años noventa se liberaliza y se desregula el mercado de las telecomunicaciones en EE UU (todo el mundo puede entrar en el negocio de todo el mundo), las empresas anteriormente centrifugadas inician un nuevo e irresistible proceso de fusión. Ya hemos descrito la vuelta al seno materno de varias baby bells, del mismo modo que Verizon compró MCI (antigua WorldCom) y se la quitó a Qwest. No parece que este movimiento centrípeto haya terminado, dado que las empresas clásicas de telecomunicaciones tienen que competir con sociedades de cable como Time Warner, Comcast o Cablevisión, o con las nuevas generaciones de empresas que prestan servicios de telefonía por Internet, que han penetrado en el mercado de las primeras ofreciendo a la vez voz, vídeo y datos.
No es en el único sector en que está ocurriendo. La Standard Oil creada con Rockefeller, y que fue rota en las llamadas siete hermanas del petróleo, también observa fusión tras fusión de las empresas separadas.
¿Cómo afectará todo ello a los consumidores?
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