Nocturno del Guinardó
1.
Todo el día sin salir de casa. Escucho en la noche la música de David Byrne que cierra La vida secreta de las palabras, la película de Isabel Cotxet que está llegando a su final en mi DVD. Al mismo tiempo, conecto con la web mexicana www.palabrasmalditas.net, donde suena una música extraterrestre que se mezcla con los últimos compases de Byrne en esa extravagante y al mismo tiempo lúcida película de Coixet que pertenece -claro que sí- a la cultura catalana (sólo que en lugar de una ciutat cremada habla de un hombre quemado), pero también a la irlandesa y a la danesa, a la europea y, en definitiva, a la cultura occidental. Y no sé bien por qué me viene a la memoria Goethe y su sueño de una cultura universal. ¿Fue puro sueño el de Goethe? No sé. Acabo cayendo más bajo recordando que este mediodía en la televisión han vuelto a hablar de las pringosas disputas de los partidos catalanes sobre el Estatuto, lo que me parece una intromisión obscena de un tipo de realidad -Mas es más que Carod, y viceversa, y dale- que ya nos aburre a todos, porque observamos que muy especialmente en los últimos días los nacionalistas catalanes contienden por unas diferencias ridículas, como cuando los de Reus y Riudoms discutían sobre dónde nació Gaudí, discusión que a Josep Pla le pareció siempre "una collonada" que le recordaba una canción antigua: "De Reus a Riudoms/ diuen que hi ha una hora, / y de Riudoms a Reus/ la mateixa estona". Una discusión sin sentido, un problema grotesco, manchado con el color de la pasión por el coche oficial. Una discusión penosa. Y más cuando (como decía Pla) de Riudoms a Reus hay menos de una hora... ¡a pie!
2.
Me parece tranquilizador haber superado ya de largo los 50 años. Ya he realizado el esfuerzo mayor, ya he trasladado la carga más pesada. Ahora sólo considero urgente acostumbrarme al extraño hecho de que ya no tengo detractores. Siempre los enemigos me parecieron una necesidad. Y hasta hoy me había enorgullecido de tenerlos, pues creía habérmelos merecido. Pero uno se queda entre perplejo y paralizado cuando se entera de que sus más activos detractores lo están pasando mal, son todos ahora infelices, muy desgraciados.
3.
El inefable Zaplana en la última convención de su partido: "A estas alturas seguimos sin saber quiénes fueron los autores materiales del 11-M". O sea que Zaplana insiste en lo de las dos líneas de investigación. Me hace recordar a Baroja (y de paso a Churchill) cuando decía que en los países latinos el pueblo es listo y la política torpe, y que esto sucedía más exageradamente en España.
"Ahora bien, ¿esta listeza del pueblo es aprovechable?", se preguntaba Baroja.
4.
Francesc Gimeno, artista de Tortosa que murió en Barcelona en 1927 y que se autorretrataba sin parar. Catalán tímido y hasta el día de hoy pintor maldito, un verdadero desconocido entre nosotros. En sus autorretratos constantes parece que pintara sólo para pintar la pintura. No le interesaba tanto el tema -él mismo- como la pintura misma. La familia del artista, que se expone en el MNAC, es uno de sus cuadros más prodigiosos. Si observamos bien, veremos que la familia en realidad es él mismo.
Y la pintura también es él. Un pintor soberbio. Sobrecoge.
5.
Todo el día sin salir de esta casa en la frontera entre Gràcia y el Guinardó, más bien tirando al Guinardó. Todo el día sin salir por timidez y por miedo a cambiar el rumbo de las vidas de las personas de la calle. Nocturno del Guinardó. He vuelto a adentrarme en La tentación del fracaso, el diario del escritor peruano Julio Ramón Ribeyro. Y me he acordado de un amigo que solía decir que un escritor que no es tímido en la vida no vale nada.
Parte del encanto de Ribeyro residía en la esencia radicalmente tímida de sus conductas ante el mundo, ante la vida, algo que luego se reflejaba de forma turbadora en su escritura. Leyendo su diario, vemos cómo Ribeyro, casi sin darse cuenta, va transformándose ante el lector en una figura de libro, una vida leída: la vida leída de un lector que escribe. No es extraño que esto ocurra porque el propio Ribeyro pertenecía a esa categoría de escritores tímidos que son, en realidad, lectores que escriben.
Algunos de ellos se caracterizan por tan extrema fragilidad que, cuando les leemos, la vida nos parece atravesada por un golpe de aire menos real que el que aparece en los libros que un día les animaron a escribir. Son escritores que se diría que salen de los papeles leídos. Hablan como figuras de libros y organizan sus vidas como quería Pessoa: las organizan como una obra literaria.
Sólo como figura de libro puedo entender perfectamente a ese Julio Ramón Ribeyro que en París, al caminar por el bulevar Saint-Michel, se da cuenta de que su marcha determina no sólo la de las personas que vienen inmediatamente hacia él (y que tienen que esquivarle), sino la de aquellos que se encuentran más lejos. Repara entonces en que basta que él modifique su andar o que se detenga ante un escaparate para que toda la circulación de peatones sufra de inmediato una modificación en apariencia ínfima, pero cuyas repercusiones son infinitas: un movimiento de aceleración o de retraso puede determinar que a cinco manzanas de allí un peatón pierda una luz verde y tenga que esperar o sea atropellado por un coche. Pero también se da cuenta de que a su vez su marcha está determinada por la de las personas con las que se cruza. Y así llega un día en el que muy sensatamente no sale de casa. Como Gimeno, que no se movía de su austero domicilio y utilizaba a su familia como mano de obra barata.
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