El nuevo desorden nuclear
El caso de Irán y el reciente acuerdo entre India y EE UU ponen a prueba el actual equilibrio atómico mundial
Más de 15 años después del fin de la guerra fría el mundo sigue sentado sobre un enorme barril de pólvora: rusos y norteamericanos conservan aún más de 30.000 cabezas nucleares y existen casi 5.000 toneladas de uranio altamente enriquecido y 450 de plutonio en poder de varios países, suficientes para fabricar miles de armas atómicas más.
El cuadro se completa con el más de medio millar de incidentes de contrabando de productos nucleares o radiactivos confirmados desde 1993 por el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), la agencia de la ONU encargada de velar por el cumplimiento del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), una pieza clave, para muchos hoy averiada, del orden mundial.
"La firma del TNP en 1968 y su entrada en vigor dos años más tarde fue posible por el miedo de los Estados a que se desencadenase una guerra nuclear", afirma un experto familiarizado desde hace años con el trabajo del OIEA. "El equilibrio de terror hizo aceptable un compromiso entre los países nucleares y los que no lo eran consistente en el 'yo no prolifero y a cambio tú te desarmas'. Esto ya no es así. A la guerra fría ha sucedido cierto caos", añade.
Pese a que el TNP ha evitado, según el consenso de los expertos, que en los últimos 30 años se multiplicase el número de países con armas atómicas -actualmente sólo las poseen los cinco grandes más India, Pakistán e Israel, tres Estados que no han firmado nunca el tratado-, los casos de Corea del Norte e Irán han puesto al TNP al límite de su validez al poner bajo la luz más cruda el gran juego de estrategia y doble moral de la comunidad internacional.
"Lo importante no son las armas sino el régimen que las posee", dicen fuentes de la UE
Corea del Norte se salió del TNP en 2003 y lleva dos años sin que los inspectores del OIEA hayan visitado sus instalaciones nucleares. Se tienen fundadas sospechas de que ya puede fabricar armas atómicas. Pero su caso se discute en Pekín en negociaciones multilaterales.
Sin embargo, el expediente de Irán, que durante 18 años ocultó que desarrollaba un programa nuclear, está ya sobre la mesa del Consejo de Seguridad de la ONU y sus instalaciones han sido sometidas a "intensas verificaciones" por el OIEA, que no ha podido concluir si sus planes son "exclusivamente pacíficos".
Por el contrario, Pakistán, Israel e India no han sido sometidos a control alguno y el último país acaba de ser recompensado por la Casa Blanca con un gran acuerdo de transferencia de material y tecnología atómica.
Los criterios morales no cuentan en el ámbito de lo nuclear. Como señalan fuentes de la Unión Europea, "lo importante no son las armas sino el régimen que las posee y su contexto geopolítico". Ejemplos de lo primero son también Irán e India. EE UU alentó por una parte al sha en los años setenta a poner en marcha un plan nuclear y por otra condenó en 1974 la primera prueba nuclear realizada con fines científicos por Nueva Delhi, en aquel entonces aliada de la URSS. De hecho, George W. Bush, con el acuerdo alcanzado hace unos días con el Gobierno indio, ha puesto fin a una política seguida por seis presidentes de EE UU, desde Nixon a Clinton, pasando por su propio padre.
A esta cuestión de confianza -en la democracia más poblada del mundo frente a la teocracia de los ayatolás que claman por la destrucción de Israel- hay que sumar la percepción de la seguridad, la razón estratégica de los países que ambicionan hacerse con el arma atómica. Si Israel se hizo con ella como máximo elemento de disuasión frente a un cerco de naciones árabes hostiles, otro tanto ocurre actualmente con Irán, rodeado de potencias nucleares y de tropas y bases estadounidenses.
El acuerdo entre India y EE UU causará una carrera de armas en Asia, según sus críticos
Haizam Amirah, experto en Oriente Próximo e investigador del Real Instituto Elcano de Estudios Internacionales, apunta otros motivos: "Los iraníes calculan que se les presenta una ventana de oportunidad para salirse con la suya. Se sienten fortalecidos a escala regional. Ven a EE UU rehén de su influencia entre los chiíes de Irak; el enemigo talibán ya no está en Afganistán, Hamás ha triunfado en las elecciones palestinas y el precio del petróleo está muy alto. No hay que olvidar que el 25% del consumo mundial de petróleo pasa cada día por el estrecho de Ormuz, que está bajo control iraní".
Un dato más decisivo para los planes de Teherán es la lectura que, según Amirah, han hecho los mulás de la invasión de Irak y que él formula así: "EE UU pudo hacer un cambio de régimen en el país vecino porque no tenía capacidad de disuasión, mientras que Corea del Norte, que sí la tiene, ha corrido otra suerte". Fiasco iraquí y doble rasero internacional aparte, los analistas coinciden en que un Irán nuclear desencadenaría una carrera de armas en Oriente Próximo a la que se sumarían previsiblemente Arabia Saudí, Egipto, Turquía e incluso Argelia.
Los críticos del acuerdo entre Washington y Nueva Delhi aseguran que éste también envía un mensaje equivocado a los Estados tentados por el arma atómica, ya que "premia un mal comportamiento", según fuentes del OIEA. Así lo expresó esta semana en Viena el representante de Libia, quien se quejó públicamente de no ser "compensado" por haber abierto hace dos años sus arsenales de armas de destrucción masiva a británicos y norteamericanos. No obstante, Trípoli negocia actualmente con París un acuerdo de cooperación de energía nuclear civil.
También el Gobierno paquistaní exigió a Bush durante su visita a Islamabad el mismo trato nuclear que recibirá India, algo inmediatamente desechado por EE UU, que no olvida el supermercado atómico abierto por Abdul Qader Jan, el padre de la bomba paquistaní, castigado y perdonado por el presidente Pervez Musharraf.
Además, el acuerdo firmado en Nueva Delhi, añaden sus detractores, dará lugar a una nueva carrera de armas o cuando menos a un intento de modernización de sus arsenales por parte de Pakistán y China, ya que EE UU aportará una tecnología y material que, se temen, permitirá a India fabricar más armas atómicas al año.
Pero el pacto nuclear entre las dos mayores democracias, que deberá ser aprobado aún por el Congreso de EE UU, ofrece también aspectos positivos, principalmente ecológicos porque frenará la demanda de petróleo derivada del crecimiento económico exponencial de India y porque permite que dos tercios de su programa nuclear -14 de los 22 reactores con los que cuenta, los dedicados a energía de uso civil- sean controlados por inspectores del OIEA. El propio Mohamed el Baradei, director de esta agencia de la ONU, dio la bienvenida al trato, entre otras cosas, señalan fuentes diplomáticas europeas, "porque además de la no proliferación, la responsabilidad de que no ocurra otra Chernóbil también es del OIEA".
La alianza nuclear entre India y EE UU tiene una razón estratégica de mayor calado: el aislamiento de China, a quien los neoconservadores divisan como el gran rival de la hegemonía estadounidense para mediados de siglo. Una alianza fraguada cuando EE UU, como demuestran los profesores Keir A. Lieber y Daryl G. Press este mes en la revista Foreign Affairs, inaugura una nueva era de primacía nuclear. Después de 40 años de vigencia de la llamada destrucción mutua asegurada -lanzar una guerra nuclear equivalía a un suicidio-, Washington está en disposición debido a la modernización de sus arsenales junto con el deterioro y pobreza de los de Rusia y China, respectivamente, de asestar el primer golpe sin permitir la posibilidad de respuesta al enemigo.Las viejas certezas del equilibrio nuclear parecen haber caducado.
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