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Reportaje:LA LIBERACIÓN DE LAS MUJERES

Más allá del velo

Ángeles Espinosa

Rara vez una mujer ocupa la primera página de la sección económica de un periódico. Lubna bint Jaled al Qasimi, sin embargo, se ha hecho habitual en los diarios de su país, Emiratos Árabes Unidos. Como ministra de Economía, representa a una nueva generación de mujeres árabes que ha empezado a romper tabúes y a acceder a puestos de relevancia tanto en la Administración como en la empresa privada. Pero este avance, inadvertido para un Occidente obsesionado con el velo, no se ha traducido de momento en una mejora de la situación general de las mujeres en el mundo árabe.

En una reciente conferencia regional sobre sus derechos, celebrada en Sanaa (Yemen), mujeres de 18 países árabes identificaron como sus principales problemas el analfabetismo, la pobreza, la violencia y la marginación de la vida pública. Aunque sus circunstancias varían, todas se quejaron de su situación legal y de los códigos de familia discriminatorios.

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Salvo excepciones recientes como Marruecos o Túnez, las leyes permiten la poligamia, el repudio o el matrimonio de menores de 14 años. La mujer sólo puede acceder el divorcio tras penosas batalles legales o en las desventajosas condiciones de la jula (que les obliga a devolver la dote y renunciar a cualquier derecho económico). Rara vez obtienen la custodia de sus hijos, heredan la mitad que sus hermanos varones y su testimonio ante un juez vale la mitad que el del hombre.

A los ojos extranjeros, estas inequidades son consecuencia de la sharía, la ley islámica, que impera en lo relativo al derecho de familia. No obstante, pocas critican en alto ese corpus legal inspirado en la religión. Al contrario, algunas han encontrado en el islam un instrumento para luchar contra lo que consideran interpretaciones desviadas de las autocracias de sus países y el machismo.

Sea cual sea su origen, cada vez más activistas locales están levantando su voz contra una discriminación que la ONU ha identificado como una de las tres causas principales del atraso socioeconómico del mundo árabe.

De hecho, su próximo Informe sobre Desarrollo Humano en esta región va estar dedicado a la situación de la mujer. En el caso de Egipto, el país árabe más poblado, con una cuarta parte de los 300 millones de habitantes de la zona, la ONU señala la promoción de la igualdad entre sexos como un requisito imprescindible para que el país pueda salir de la pobreza. "Sin esa condición, nada del resto es posible", afirma Antonio Vigilante, representante en El Cairo del Programa de la ONU para el Desarrollo (PNUD).

Los nombramientos de ministras o fiscales en Túnez, Omán o Jordania quedan eclipsados por el hecho de que la mitad de las árabes aún son analfabetas o que sólo ocupan el 6% de los escaños parlamentarios (frente a un 16% de media mundial). Presionados por las activistas locales, la mayoría de los Gobiernos árabes han empezado a reconocer ese problema y a trabajar para erradicarlo, pero en muchos casos los cambios legislativos chocan contra tradiciones fuertemente arraigadas y la falta de concienciación de las propias mujeres. El conservadurismo de sus sociedades y el temor a que su trabajo sea visto como un calco del modelo occidental también dificultan la tarea de las reformistas.

"Los derechos de la mujer no son unos derechos especiales que sólo afecten a las mujeres, sino una cuestión de justicia social, de derechos humanos", defiende la directora del PNUD para los países árabes y ex ministra yemení, Amatalalim Alsoswa. Sin embargo, con o sin pañuelo, las mujeres árabes, como muestran estos testimonios, están tan lejos del estereotipo de sumisión que de ellas difunden los islamistas radicales, como de la imagen de víctimas oprimidas que tienen muchos occidentales.

Khadija al Salami

DOCUMENTALISTA

Maabar (Yemen, 1966)

No fue fácil. Vengo de una familia modesta. A los 11 años me rebelé contra un matrimonio forzado que me impuso mi abuelo. Desde entonces, rechacé las restricciones que se imponen a las mujeres. No hubo ninguna influencia occidental porque no había salido de Yemen. Es algo con lo que se nace. Yo no quería vivir el resto de mi vida encerrada entre cuatro paredes. Comprendí que la educación era mi único escape y logré una beca para una universidad norteamericana.

En Estados Unidos descubrí la libertad y a mí misma. Convertirme en cineasta era la única forma de poder dar la palabra a las mujeres y de descubrir mi propio país, ya que aquí no se nos permite viajar solas. En nuestra cultura, no hablamos sobre nuestros problemas. Resulta vergonzoso. He intentado cambiar esto poniendo mi cámara ante las mujeres y en algunos casos lo he conseguido. Recogí mis experiencias en The tears of Sheba, un libro muy criticado pero que abrió el debate sobre la situación de la mujer en Yemen.

Estoy casada, pero elegí a mi marido que, además, no es yemení, sino estadounidense. Cuando se lo dije a mi familia me preguntaron cómo iban a hacer frente al que dirán. La gente decía las peores cosas de mí. Ahora, sin embargo, me muestran admiración y estoy sorprendida.

Hayet Erraies

ESCRITORA

Túnez, 1954

Soy escritora y periodista ocasional. He sido profesora de Filosofía. Viniendo de una familia árabe tradicional, esa carrera me permitió conocer también lo racional, pero el choque entre ambos elementos de mi formación me ha hecho pasar por distintas etapas. Como mujer árabe-musulmana, crecí siendo religiosa. Luego tuve dudas. Experimenté una época de ateísmo, la laicidad... Mentalmente, lo he vivido todo. ¿Y ahora? Creo que es una mezcla. Eso hace al ser humano, ¿no?

Soy la mayor de nueve hermanos, seis mujeres y tres hombres. En mi país, al mayor se le mima y se le respeta, incluso cuando se trata de una mujer, aunque evidentemente mis padres también querían un varón. Tuvieron tres seguidos después de mí.

¿Dificultades por ser mujer? Las que he encontrado las he podido superar. Me he dado a conocer por mi discurso firme y directo. Se me considera una pluma audaz porque abordo temas tabú, como cuando escribí Le corps de la femme: Du naturel au surnaturel. Eso me ha granjeado algunas molestias con los integristas. Son nuestros enemigos declarados. Aunque me parecen más peligrosos los pseudointelectuales que en público apoyan la causa de la mujer y en privado mantienen esquemas patriarcales. Es más difícil distinguirlos.

Waduda Badran

DIRECTORA DE LA ORGANIZACIÓN DE MUJERES ÁRABES

El Cairo (Egipto), 1948

"Mis padres, un médico del Ejército y un ama de casa, tomaron la entonces inusual decisión de tener sólo dos hijos y no les importó que fuéramos chicas. Nos educaron para sacar lo mejor de nosotras mismas. Fui la primera de mi promoción en la Facultad de Economía y Ciencias Políticas en la Universidad de El Cairo. Luego me doctoré en Canadá y seguí mi carrera académica, hasta que en 2001 me nombraron directora del Centro Cultural Egipcio en Londres.

Desde mis diferentes responsabilidades siempre he promocionado la presencia de la mujer en la vida pública. Personalmente, no he encontrado problemas específicos por ser mujer, aunque con dos hijos he vivido bajo constante estrés. Estoy muy feliz con mi vida. Sin embargo, siempre he sido consciente de que no es el caso de todas las mujeres árabes.

El islam reconoce iguales derechos a hombres y mujeres, pero tenemos un gran problema cultural y cambiar la cultura lleva tiempo. Aunque las decisiones de los líderes políticos ayudan, el cambio no se va a producir de la noche a la mañana. Hay una gran inercia social. Las mujeres educadas no podemos quejarnos. Los mayores problemas afectan a quienes no han tenido esa oportunidad.

Raga H. Jalifa

ACTIVISTA

Omdurman (Sudán), 1958

Estudié árabe en la Universidad Islámica de Omdurman, la antigua capital. Éramos una familia media. Yo fui la segunda de seis hermanos, tres chicos y tres chicas. Ahora doy clase en la Politécnica de Sudán.

Desde que entré en la universidad he trabajado en la con-cienciación sobre los derechos de la mujer, primero en mi barrio y luego en la Asociación de Mujeres, que ayudé a fundar y que hoy dirijo.

En 1996, con el apoyo de la asociación, me presenté a las elecciones al Parlamento y logré uno de los escaños reservados a las mujeres. Un año después, el presidente me nombró ministra de Asuntos Sociales y Culturales. Dimití 12 meses más tarde porque la asociación me reeligió presidenta y me pidió que dejara la política.

En cuanto a la religión, los árabes son en su mayoría musulmanes y originalmente el islam no restringe la participación de la mujer. Sin embargo, a veces, en algunas zonas, se usa la religión como instrumento para alejar a la mujer de ciertas actividades. Por eso, nosotras animamos a las mujeres a conocer el islam para que puedan discutir y defenderse.

Ebtisam S. al Kitbi

PROFESORA DE CIENCIAS POLÍTICAS

Dubai (Emiratos Árabes Unidos), 1970

La mayoría de la gente piensa que las mujeres del Golfo pasamos la vida recluidas y ociosas. Es una idea equivocada. Ya no somos un país rico. Nuestro Gobierno tiene déficits presupuestarios y ya no facilita servicios gratuitos. Las mujeres somos parte de la sociedad y tenemos que contribuir a los ingresos de la familia.

Ahora bien, es cierto que hay barreras. El problema no son las leyes, sino las percepciones sociales y culturales de la sociedad. Es más fácil violar la ley que los tabúes sociales. Por ejemplo, en la distribución de terreno estatal para construir casas. Sólo se da a los hombres y las viudas o divorciadas, pero cada vez más las solteras estamos reclamando ese derecho. Es algo nuevo.

Aunque vengo de una familia beduina, el hecho de que mi padre emigrara a Bahrein a los 14 años para trabajar en una compañía petrolera británica fue decisivo. Aprendió inglés, promocionó y ahorró lo suficiente para montar su propio negocio. No hubo ningún problema para que yo y mis dos hermanas estudiáramos, al igual que los tres chicos.

Afrah Ba-Dwailan

JUEZ

Mukalla (Yemen), 1962

El problema más importante de Yemen es la falta de educación de las mujeres. Mi padre creía en la educación y todas las hermanas (somos cinco, además de dos varones) estudiamos. Yo hice Derecho y fui la primera mujer juez de la provincia de Hadramut, que era parte de Yemen del Sur.

Tras la unificación, en 1991, el año pasado me convertí en la primera mujer al frente de un tribunal en Sanaa como presidenta de la sala de menores. ¡Hemos necesitado 13 años! Y el número de mujeres jueces, 34, sigue siendo el mismo que antes de la unión.

La mayoría de las mujeres, y de los hombres, no conocen sus derechos. Para superar esa situación, hay que educar a las chicas cuyo analfabetismo frena el desarrollo, cambiar la imagen de la mujer en los medios de comunicación y en los libros de texto. No puede ser que las historias siempre cuenten que Alí es ingeniero y Fátima está en la cocina.

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Sobre la firma

Ángeles Espinosa
Analista sobre asuntos del mundo árabe e islámico. Ex corresponsal en Dubái, Teherán, Bagdad, El Cairo y Beirut. Ha escrito 'El tiempo de las mujeres', 'El Reino del Desierto' y 'Días de Guerra'. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense (Madrid) y Máster en Relaciones Internacionales por SAIS (Washington DC).

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