"Lo de marcar, para el año que viene"
Torres revive la película de una gris actuación en Chamartín, donde aún no ha anotado un gol
Desde un cuarto de hora antes de que comenzara el partido todo le resultaba ya familiar a Fernando Torres. Oía, alojado bajo la malla que recubre el túnel de vestuarios, cómo tras resonar su nombre y su dorsal por la megafonía del Bernabéu se elevaba la intensidad de los pitos del público. La sensación de repetición, de trozo de vida rebobinado, se debió acentuar cuando antes de los primeros cinco minutos, su equipo ya había encajado un gol en contra. Pasó lo mismo en el Calderón en la primera vuelta. Lo del gol, claro. No lo de los pitos. "Salen siempre muy fuertes al principio", dijo Torres, concediendo su importancia al fatalismo, al temblor supersticioso.
"Lo de marcarle al Madrid no es cierto que me obsesione", replicó después. "Lo dejo para el año que viene", comentó.
El delantero rojiblanco, en el césped, movía las manos, pedía cuentas a sus compañeros, explicaba desesperado los desmarques. Todas ellas actitudes muy poco propias de Torres. Pero fragmentos ya clásicos de un bucle repetido ante el Madrid, un equipo al que no ha marcado nunca un gol en partido oficial. Y ya son ocho los que ha disputado. Ha goleado a todos los rivales de Primera menos al equipo de Chamartín y al Cádiz. "Eso no tiene importancia", contestó con fastidio el técnico rojiblanco, Pepe Murcia, cuando se le hizo la pregunta correspondiente.
Hasta los directivos rojiblancos observaban con perplejidad el desamparo de su capìtán. Torres estaba descentrado. Como siempre en el Bernabéu. Empeñado en carreras sin futuro, en peleas con los defensas del Madrid, en batallas menores para aliviar la frustración. Hasta que llegó el lapso entre el gol de Kezman y el de Baptista. "El segundo gol del Madrid nos ha matado", analizó el delantero.
El gol del serbio le sacó durante un tiempo de la pesadilla. Participó en la montonera de la celebración. Una explosión de júbilo proporcional a la decepción del primer gol encajado en contra. Y es que a Kezman se le aprecia en el vestuario rojiblanco. Hace gracia. Su despiste, su peculiar manera de entender según qué normas, su sentido del humor. Pero, además, todos le tienen respeto. Su visión de la vida, su carácter, son "muy especiales", dice un miembro de esa caseta. Es un competidor distinto. "Un luchador", remacha él y se agarra a la historia de un país, Serbia, en permanente agitación bélica. "Es bueno marcar, pero no ha valido", zanjó Kezman. Su gol no le valió al Atlético, pero al menos le sirvió al Niño para quitarse la sensación, durante algunos minutos, de ser un niño perdido en el Bernabéu.
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