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Tribuna:DEMOCRACIA Y PARTIDOS POLÍTICOS
Tribuna
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En mi nombre, sí

El autor critica las actitudes "involucionistas, integristas y autoritarias" de la derecha, alerta del peligro de destruir el tejido social y pide a los partidos más diálogo constructivo

La derecha española, en sus versiones política, económica, religiosa, cultural y mediática, ha vuelto a demostrar cierta eficacia para aquello que mejor sabe hacer: mentir, manipular y practicar la deslealtad institucional. Parece que es lo único para lo que están bien adiestrados cuando no son ellos los que están en el gobierno. La derecha española, en esa mezcolanza actual de discursos, expresiones y actitudes, a veces predemocráticas, con ropaje y estética postmodernas, se ha instalado definitivamente en el discurso del no, del "conmigo no cuente" y del "en mi nombre, no". En el discurso del fomento irresponsable de la tensión y de la deslegitimación permanente de cualquier acción que el actual gobierno pretenda impulsar, con independencia de la esfera y del colectivo social al que vaya dirigido. La derecha española utiliza cada una de sus versiones a conveniencia. Y en ocasiones, cuando se trata de combatir una cuestión que entienden que desborda alguna de sus "líneas rojas", como por ejemplo su visión excluyente sobre la unidad de España o su visión acerca de cómo combatir el terrorismo, se produce la unidad de acción. Y es entonces cuando afloran todos sus fantasmas y sus contradicciones. Es entonces cuando evidencian su profunda incapacidad para aceptar el juego democrático y asumir con normalidad la alternancia. La derecha española sigue sin aceptar sinceramente el resultado de las últimas elecciones democráticas. Y cuando tal cosa ocurre, y éste es el caso, se corre el riesgo de guiarse más por el rencor y el afán de deslegitimar a los adversarios que por asumir el papel, fundamental por otra parte, de ejercer una oposición leal y constructiva para con aquellos asuntos de interés colectivo.

Soy de los que cree que la derecha española no va a cambiar de actitud hasta que no vuelva al gobierno algún día. Y aunque no soy quién para aconsejarles cómo deben conducirse, sí me creo con el derecho y el deber cívico de decir con claridad que me gustaría que la derecha española se pareciera más a las versiones democráticas de la derecha alemana, francesa, sueca u holandesa, que a la derecha mexicana o a la extrema derecha norteamericana. De esa manera sería posible construir consensos básicos en torno a cuestiones relevantes y como ciudadano afectado, me sentiría beneficiado y más confiado. Sin embargo, percibo en Aznar López, en el equipo directivo que ha impuesto en su partido y en la extensa red de influencias que ha dejado urdida, mayor querencia por los discursos simples, romos, sectarios, integristas y seguidistas de la derecha americana, del Norte y del Sur. Discursos que han unido a la peor de las versiones del nacional-catolicismo de siempre, hoy renovado en su impulso aunque no en sus contenidos. Una querencia innata, casi genética podríamos decir en muchos casos, a jugar exclusivamente por los extremos, abandonando por completo el centro del campo. Sin embargo, la experiencia democrática de sociedades avanzadas demuestra que de esa forma no se pueden ganar partidos. Pueden, con gran desgaste, marcar algún tanto; pueden también lesionar a algún contrario si se siguen empleando con esa extrema dureza que en ocasiones vulnera el reglamento. Pero saben perfectamente que las mayorías sociales y electorales no se construyen así. De esa forma únicamente consiguen mantener cohesionado a un sector del electorado español, importante aunque insuficiente social y territorialmente para conformar mayorías. Y debieran también saber que con esa actitud pueden abrir brechas sociales, pueden ocasionar rupturas y pueden ahondar en desencuentros entre pueblos y entre personas que luego resultan muy difíciles de recomponer. Destruir tejido social, confianza institucional y lealtades, resulta muy sencillo. Recomponer más tarde, puede ser tarea de años o décadas.

Por eso, porque creo que no van a cambiar de actitud, es por lo que como ciudadano quiero expresar públicamente que en mi nombre se siga trabajando por ampliar derechos de ciudadanía, por alcanzar la paz en Euskadi y por conseguir un mejor reconocimiento de la diversidad en España. Ya sabemos hacia dónde y hasta dónde nos conducen las actitudes reactivas, involucionistas, integristas, homogeneizadoras, ultranacionalistas y autoritarias, desplegadas generosamente por la derecha española. Nos conduce a la reducción de derechos básicos, al no reconocimiento de la diversidad y de los diferentes demoi, a la construcción de una democracia de baja intensidad, al enquistamiento de conflictos históricos y al atasco político.

Y como además de ofendido con algunas de las actitudes y de los discursos de esa derecha me siento concernido, es por lo que animo públicamente al presidente del gobierno central, Rodríguez Zapatero, y al resto de responsables democráticos de partidos e instituciones, a que desde posiciones proactivas y conciliadoras, sigan transitando por el camino del diálogo constructivo. Ampliando espacios de convivencia, confiriendo mayor densidad institucional a nuestra democracia, posibilitando la creación de mecanismos de cooperación entre diferentes niveles y esferas de gobierno, explorando cualquier posibilidad, por mínima que fuere, de alcanzar el fin de la violencia y de reducir la brecha social en Euskadi y avanzando en el reconocimiento de la España diversa. De esa España en la que existen pueblos que se sienten diferentes, pero que tal vez podrían caminar juntos. Creo sinceramente que por esos caminos nuestro sistema democrático ganaría en calidad y en serenidad y se avanzaría con solvencia en la consolidación de una idea afectiva de España que todavía no hemos sido capaces de construir entre todos. Como demócrata, confieso que me gustaría ver a la derecha española plenamente incorporada a esta tarea colectiva. Pero mientras cambian de actitud, antes o después de las próximas elecciones, debemos esperarles caminando.

Joan Romero es catedrático en la Universidad de Valencia y autor del libro Espanya inacabada.

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