Richard Kovich, espía
Arrinconado en la CIA por sospechas de traición, fue indemnizado en 1978
"Las mentiras más crueles suelen ser las que se dicen en silencio". Richard Kovich pronunció esta frase, del escritor Robert Louis Stevenson, en 1978, frente al Comité de Inteligencia del Senado. Su carrera como espía se había truncado una década antes por las sospechas del Gobierno de actividades de contraespionaje.
La historia demostraría que Kovich fue siempre un espía fiel, y el Gobierno lo reconoció oficialmente aquel año recompensándole económicamente por los perjuicios que las falsas sospechas tuvieron en su desarrollo profesional. Tras su fallecimiento el pasado 11 de febrero, en Jacksonville (North Carolina), por un paro cardiaco a los 79 años, su caso ha vuelto a ser recordado.
Kovich era un estadounidense hijo de inmigrantes serbios, lengua que hablaba perfectamente. Tras servir en la marina durante la Segunda Guerra Mundial, se graduó en la Universidad de Minnesota, donde estudió ruso y Relaciones Internacionales. Era el principio de la guerra fría y la CIA necesitaba mucho personal. En 1950 era captado por la agencia para trabajar en la división de operaciones de las repúblicas soviéticas rusas, adonde fue enviado a reclutar agentes.
Su carrera era muy prometedora. Entre sus grandes hitos destaca el haber conseguido confesiones históricas, como la del espía ruso Mijaíl Federov, quien informó a Kovich de las misiones espaciales planeadas por Rusia tras el lanzamiento del Sputnik. Los detalles sobre el nivel tecnológico soviético fueron clave para el Gobierno estadounidense.
Pero aquel éxito también fue la causa de su caída. Aunque al principio fue celebrado, pronto comenzaron a crecer dentro de la agencia todo tipo de suspicacias hacia él.
James Jesus Angleton, el entonces jefe de contraespionaje de la CIA, sospechaba que había un topo en la agencia y puso en marcha la Operación Honetol, que truncó la carrera de espías notables, incluida la de Kovich.
En su contra jugó también la declaración de Anatoly M. Golitsin, miembro del KGB, quien afirmó que existía un doble agente de origen eslavo cuyo nombre en código era Sasha y cuyo apellido comenzaba por K. Kovich aún no sospechaba nada y, mientras por un lado era alabado oficialmente, la CIA instalaba micrófonos en su casa en busca de pruebas. Nunca se encontró nada, pero aun así, Angleton impidió que Kovich ascendiera.
Después de sufrir un ataque al corazón en 1966, Kovich trabajó algunos años como profesor en la escuela de la agencia. Tras el despido de Angleton, a quien William Colby, el nuevo jefe de la CIA, acusó de espiar a sus agentes sin permiso, Kovich consiguió ascender dos rangos y comenzó a trabajar como consultor en asuntos de espionaje soviético. Pero en 1974, insatisfecho, decidió abandonar la agencia. Al irse solicitó su ficha, descubriendo por primera vez el alcance de las acusaciones que habían llegado a pesar sobre él.
No quiso que su nombre quedara manchado de por vida y pidió una compensación a George Bush, jefe de la agencia entre 1976 y 1977. Bush se negó, alegando que ya era suficiente con no haberle despedido. Pero Kovich no se rindió y comenzó una batalla para que la CIA reconociera los abusos contra sus propios empleados.
Finalmente, en 1978, Jimmy Carter firmaba una ley con la que se obligaba al Gobierno a recompensar económicamente a los espías cuyas carreras hubieran quedado injustamente dañadas por sospechas de contraespionaje. Jubilado y rico, se dedicó desde entonces hasta su muerte reciente al golf.-
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