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Análisis:A pie de obra | TEATRO
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Oligorda

Marcos Ordóñez

Uno. Oli. Pee Wee Herman no murió sepultado bajo las ruinas de un cine porno. Pee Wee, niño eterno, perverso polimorfo, inventor delirante, vive en Valencia y es dos. O tres: los Hermanos Oligor más el Primo Oligor. Vivió (vivieron) en un sótano durante años, tendiendo telarañas de alambre, como Oliveira al final de Rayuela, y reinventando todos los juguetes que habían perdido o les habían quitado. ¿Cómo he tardado tanto tiempo en descubrir a los Hermanos Oligor? Respuesta: porque soy idiota. Un idiota que, excusa, no tiene tiempo de papar tantas moscas irisadas. Tena Busquets fue la primera que me habló de ellos y les llevó a su Festival de Olot, en Wikingolandia. Victor Molina convirtió la cueva en carpa y la levantó en el Festival de Títeres de Barcelona, que entonces dirigía. No fui, no pude verles entonces. Javier Vallejo volvió a hablarme de ellos y le/me dije: ya los pillaré, no tengo tiempo, llego tarde, llego tarde. Hasta aquí los agradecimientos retroactivos.

Sobre Las tribulaciones de Virginia, de los Hermanos Oligor, y Gorda, de Neil LaBute

Han pasado tres años y al fin he entrado en la carpa/cueva, en la sala Pradillo. Por los pelos: última función. Sí, Las tribulaciones de Virginia, uno de los espectáculos más bellos, más puros que he visto en mi vida, ya no está en Madrid. Pero sigue viajando, así que les exhorto a que no hagan como yo: en cuanto vean el cartel anunciador no duden en zambullirse en esas aguas amnióticas, mágicas y turbulentas, como un lago con tantas capas de colores como aquel Arc-en-ciel que sólo Tennessee Williams sabía preparar, combinando jarabes y licores en estratos perfectos. Dense prisa, porque la carpa de los Oligor sólo admite a 48 fieles. A la entrada, el Primo Oligor invita a despojarse de abrigos y cargas adultas. En el centro de la carpa, bajo una bombilla tímida, recibe Jomy Oligor. Jomy es Pee Wee y es Buster enamorado de su novia, que es una verdadera vaca, y es un Pierrot absolutamente lunar, y era tonto y lo que ha visto le ha convertido en dos tontos, o sea, en los Oligor Brothers: el otro hermano es invisible, casi un amigo imaginario. Cocteau le hubiera dibujado a Jomy unas alas rosadas, como a Fifí LaPlume, y Lorca le hubiera puesto piso con piano y lagartos, porque Las tribulaciones de Virginia es verdaderísimo Teatro Bajo la Arena.

A Virginia y Valentín, su torpe amante, les pasa lo que a casi todo el mundo. Virginia quiere ser bailarina, pero cae una y otra vez porque su elefante pesa demasiado. Valentín ama y da vueltas en círculo con su fueraborda en un cubo de playa bajo la blanquísima luna de Alabama, hasta que comienza a ahogarse y hay que salvarle. La magia se esfuma, pero puede recuperarse, con un poco de azúcar en la píldora, con muchísimo empeño. Jomy Pee Wee LaPlume se pinta la cara de luz blanca y no canta In dreams/I walk/with you porque no hace falta: está más claro que el agua de luna. Habla, con una espontaneidad y una verdad desarmantes, de casitas perdidas, amores difíciles, paseos sonámbulos por las discotecas heladas del mundo exterior, y todos le creemos: aquí hay mucho humor pero poca broma. En la carpa/cueva de los Oligor tiemblan los muñecos automáticos, y la luna de Alabama ríe y llora según se la mire, y una sirena sin sexo pedalea al otro lado, entre oleajes de cartón azul. Una tanguera invisible susurra su himno ("Alma, si tanto te han herido /por qué /te niegas el olvido...") aureolada de pompas de jabón casi fúnebre, y confetti aterido. ¿No hay salida? Sí, Jomy tiene la llave: basta con un certero disparo en el centro del corazón de hojalata para que todo vuelva a moverse, para que los alambres se tensen y vuelvan las fosfóricas luces de aquella feria antigua, donde el fantasma se enamoró de doña Juanita. Un disparo contra el malvado as de pic y una estrella fugaz rasga el cielo tapiado, y de pronto nieva sobre Madrid, y la nieve vuelve a oler a película en blanco y negro, con las farolas coloreadas de anilina, una a una, como por un monje zen.

Dos. Gorda. El Alcázar no es el teatro más adecuado para esta comedia: demasiados puntocom siguen contaminando el aire. Y el ozonopino de Neil LaBute es muy ácido para el público habitual. Tamzin Townsend ha dirigido Gorda (Fat pig, 2004), me imagino que por encargo. Encargo equivocado, a mi juicio: Some girls, del mismo LaBute, hubiera sido una bicicleta mucho más veloz y segura para Luis Merlo, que aquí se la juega interpretando un contratipo o, mejor, un pobre tipo: un aplauso para él. Y otro para Tete Delgado, que pisa las tablas por vez primera, con poderío y luz y mucho talento. El verdadero sobrepeso está en la comedia, lineal, repetitiva incluso con los muchos tajos que le han pegado. En Gorda, LaBute vuelve atrás, al viejo esquema, sin complejidades: los hombres tienen una edad mental de diez años (por eso son tan idiotas), y las mujeres de doce (por eso son tan pesadas).

Ella piensa: Soy gorda ¿y qué? Él me quiere. Él piensa: Es gorda ¿y qué? Yo la quiero. Bueno, me parece. El falso amigo dice: No puedo creer que estés con esa gorda. La ex novia dice lo mismo, y añade: Y no conmigo. Iñaki Miramón es el amigo: eficaz, pero con una comicidad de recursos antiguos. Lidia Oton es la ex novia, rígidamente bitchy desde el comienzo. Expuesto el conflicto, las líneas dramáticas se convierten en carriles inamovibles, y Tamzin Townsend no puede hacer el ángel en esas paralelas. Ella: ¿Y si no me quiere? He de atraparle. El amigo: Has de librarte de ella, no te conviene. La ex novia: Ha de librarse de ella, he de reatraparle. Y el pobre tipo, bajo el peso de una idiocia y una cobardía inverosímil.

Bueno, se lo pueden imaginar.

Hay risas, hay aplausos, el Alcázar estaba lleno, pero ni es el producto adecuado para ese teatro, ni es, insisto, una buena comedia de LaBute: un sketch alargado, un montaje con aislados momentos de verdad y demasiado aliño innecesario (las proyecciones, las cancioncillas pijodance de Mercedes Ferrer). Y la canción secreta pero audible de Tamzin Townsend: "Yo he hecho lo que he podido / Fortuna lo que ha querido".

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