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Columna
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Anestesia

Siento pasión por los buenos anestesistas -y los anestesistas buenos, buena gente-, que no sólo saben cómo dejarte grogui antes de una operación, o parcialmente indiferente; pasión que me inspira cualquiera que pueda y desee aliviar el dolor. Algunos anestesistas incluso lo hacen más allá de sus obligaciones. A mí siempre me han tratado muy bien, dicho sea de paso, ellos y los médicos de otras especialidades a los que he conocido; por ello no me dan miedo las batas blancas. Sin embargo, no ignoro que hay batas que encubren corazones negros, como la de aquella mujer que, con el estetoscopio al cuello, asistió a la espeluznante paliza que hace poco se propinó en Estados Unidos a un muchacho, por parte de la autoridad embravecida. Cuando el chaval murió, al fin, machacado, se acercó para comprobar la defunción. ¿Y cuántos médicos, hombres y mujeres, no habrá ahora en Guantánamo, Abu Ghraib y en lugares que desconocemos, asesorando maldades? ¿Cuántos no hubo colaborando con Hitler, con Stalin, con los verdugos de todas las dictaduras? Espanta pensarlo.

Por eso se me alivió el ánimo al leer el miércoles la objeción de conciencia de dos anestesistas, que se negaron a participar en una ejecución en California. Se les había pedido que indujeran al reo a la inconsciencia para que no sufriera durante su agonía por cóctel letal. Se negaron a involucrarse y, con ellos, su gremio al completo. Bien, bravo, pensé. Que el condenado sufra al ser asesinado legalmente por el Estado es atroz; pero lavarse la cara aliviando su sufrimiento, cuando lo imperdonable es la existencia de la pena de muerte, eso es sólo una hipocresía más de nuestro tiempo.

Pero las cosas nunca son lo que parecen. Sospecha: ¿Estaban los anestesistas realmente en contra de la pena de muerte, o no quisieron mojarse, temiendo que las cosas no funcionaran según lo previsto y les metieran un puro? Es más: ¿Qué clase de protesta han protagonizado las asociaciones médicas estadounidenses que ahora les respaldan, ante esta ejecución y las anteriores? ¿Votaron los anestesistas, hoy en tesitura heroica, a su actual gobernador Exterminador?

Ya pueden ver lo poco que dura la alegría en la casa del columnista intenso.

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