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Columna
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Nuevas profesiones

Europeos en Berlín, Amsterdam y ahora Bruselas empiezan a encontrar interesante un nuevo invento estadounidense: la cuddle party, literalmente fiesta del abrazo o del achuchón. Se trata de una reunión de no más de 18 personas, en pijama, recién duchadas y perfumadas, que buscan expresarse afecto mutuo: nada de ligar, nada de sexo, sólo expresiones de cariño, compañía, mimos, comprensión, paz, durante dos horas y media.

¿Una tontería? En absoluto, por ese rato de buen rollo, en Bruselas los participantes pagan 15 euros y dos monitores terapeutas ayudan a la eficacia de la sesión, que ha de saber a poco. El éxito del asunto ha llevado a la agencia Efe a ofrecer una interesante crónica de la que he tomado estos datos. La organizadora belga es una terapeuta que habla de la necesidad de vencer la soledad y la indiferencia en una sociedad individualista. De esta manera, profesionalizada, los contemporáneos pagan por recuperar lo que nunca deberían haber perdido: el calor humano, que les cura, por lo visto, la depresión y sus males. Estas sesiones son la culminación de una acuciante necesidad de los países ricos: la búsqueda del bienestar y la paz personal ha dado lugar ya a un amplio abanico de profesiones nuevas.

Florecen nuevos oficios por situaciones y realidades impensables hace muy poco

En nuestro tiempo se puede vivir, incluso bastante bien, haciendo que la gente esté más a gusto consigo misma y con los demás. A lo que parece, la demanda es enorme. Nunca había habido tantas clases de terapeutas, yoguis, relajadores y psicólogos, pero también de esas nuevas figuras que son los mediadores de conflictos. Importantes despachos de abogados ofrecen este servicio que ahorra tiempo y evita inacabables y engorrosos procedimientos judiciales. El mediador profesional es un tipo que trata de entender a ambas partes y ponerlas de acuerdo en lo que, desde la parcialidad de cada postura, parecía imposible. Ajeno al conflicto, neutral, el mediador engrasa los ejes y hace entrar en razón lo irreconciliable. Utilizado por empresas pero sobre todo por personas, un mediador es la actualización del hombre bueno, capaz de comprender las circunstancias, de no impacientarse nunca y encontrar soluciones.

Surgen a borbotones nuevos oficios. Es imposible reseñar el confuso panorama que se abre a la luz de situaciones y realidades impensables hace muy poco. ¿Quién hubiera dicho, por ejemplo, que un empleado de banco puede ser el mejor consejero matrimonial cuando el amor se acaba y la hipoteca permanece? Pronto puede haber cursos para teorizar sobre las hipotecas como garantía de vida en común. Las universidades españolas quieren introducir una carrera, con su master y doctorado, de estudios sobre la mujer, y yo no paro de recibir folletos de instituciones que pretenden instruirme ¡en "igualdad de géneros"! La construcción de igualdad ya es una profesión: tiene sus profesores, sus mitos, sus negocios, sus enemigos.

Y hay quien de ser víctima hace una profesión: ¿qué piden del Estado, subvenciones, ayudas materiales? No: ¡cariño, reconocimiento! Y un amor total que exige venganza, destrucción del enemigo y, por ejemplo, ¡un cambio de Gobierno! La víctima profesional se autolegitima en sus exigencias hasta el punto de que podría dar la impresión de que es la primera interesada en la continuación de los conflictos: sólo así mantendría su estatus. Algo muy viejo. ¡Ay! Las viejas profesiones y las nuevas esconden las debilidades de nuestro nuevo siglo: la confusión el ego.

Ahí tenemos al señor Berlusconi convertido, por sí mismo, en víctima, mediador y tirano a la vez: dice que es como Jesucristo, como Churchill y como Napoleón para convencer a los italianos de que le voten. Y cuando un chiste se transforma en programa político está naciendo otra nueva profesión. Oferta y demanda: una maraña de egos enfermos.

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