Darry Cowl, una vida marcada por el vértigo
El actor participó en 182 películas, obras teatrales y recitales de cabaret
El actor Darry Cowl murió el pasado martes en París víctima de un cáncer de pulmón. Tenía 80 años. Detrás deja 182 películas, decenas de apariciones teatrales y un buen número de recitales de cabaret. A priori, este hijo de un médico provinciano y de una de sus amantes nunca debiera haber sido actor.
Una broma de dudoso gusto de la mujer que le cuidaba -le asomó al vacío y le tuvo ahí, suspendido, a varios pisos del suelo, agarrado por una pierna- confirió al niño Darry Cowl -en realidad se llamaba André Darricau- una manera peculiar de hablar, a trompicones, con tartamudeo y ceceo incluidos. Hablar así, de manera incomprensible, hizo que los primeros pasos artísticos de Cowl fuesen los de un actor mudo, que conseguía arrancar las risas de los cabarets por el carácter surreal de sus apariciones. Cowl hablaba sirviéndose del piano, acompañando a Louis de Funès, Bourvil, Jacques Brel o Georges Brassens. Y si al piano lo hacía bromear no era porque él no se lo hubiese tomado en serio: cuando salió del conservatorio de música lo hizo con el primer premio de fuga y armonía.
Esa dicción asustada es lo que sedujo a Sacha Guitry cuando le dio su primer papel importante en el cine en Assassins et voleurs (1955), donde intervenía en un proceso como testigo de un crimen, pero con la particularidad de haberse equivocado de sala y contar algo que para todos los que le escuchaban era absurdo. Y enseguida quedó encasillado como personaje cómico, como una Gracita Morales masculina, a menudo en compañía de otros grandes caricatos sin película, como Francis Blanche o Jean Poiret, talentos que hubieran merecido otra filmografía que una larga sucesión de comedietas sin sustancia. "Es cierto, he maltratado al público", admitía Cowl, "debido a las horas malgastadas dedicadas al juego". En efecto, Cowl era un ludópata notorio y rodaba para poder pasar las noches en los casinos.
Cowl empezó una segunda carrera a mediados los años noventa con cineastas jóvenes como Anne Fontaine o Claire Devers. Su última intervención fue en Pas sur la bouche (2003), de Alain Resnais, en el que aparecía travestido como una portera bocazas. Por esa intervención, sin duda lo mejor de una cinta fallida, Cowl recibió un César al mejor actor de reparto. Era el homenaje de toda una profesión que siempre le había querido y que, de pronto, le trataba como a un hijo pródigo, que había estado malgastando su talento en filmes que carecían de él.-
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