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Columna
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Arquitectura y ciudad

Como sabe el lector, se exhibe estos días, en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, una muestra sobre la arquitectura española actual. Que una institución del prestigio del MOMA repare en nuestra arquitectura, ha despertado una oleada de orgullo en el país, muy natural. Desde hace semanas, los periódicos dedican una gran atención al tema, del que hemos llegado a conocerlo prácticamente todo. Terence Riley, el responsable de la muestra, ha sido entrevistado en repetidas ocasiones por la prensa donde ha expuesto los motivos de su selección y ha hablado del gran momento de la arquitectura en España. Hemos visto en los periódicos las obras seleccionadas, los nombres de los arquitectos. Los suplementos dominicales han ofrecido a todo color las fotografías de los edificios y de los proyectos que se presentan en Nueva York.

En medio de esta exaltación, ha tenido que ser uno de los mejores arquitectos españoles el encargado de poner una nota de realismo. En el transcurso de una intervención en el MOMA, Rafael Moneo ha dicho que en España se están haciendo ciudades "extraordinariamente feas". Resulta que esa arquitectura que tanto se ensalza, y de la que tan orgullos nos mostramos, apenas tiene efecto sobre la ciudad. Hay arquitectura, sí, y excelente, pero no hay ciudad. Las palabras de Rafael Moneo han provocado una lógica sorpresa y ¿por qué no? un punto de decepción. Sin embargo, quienes se interesan por estos temas, han encontrado en ellas un reflejo de la profunda contradicción que vive el urbanismo en nuestro país.

Es un hecho evidente que en España el urbanismo marcha por un lado y la arquitectura por otro. En un artículo reciente, el profesor José Ramón Navarro se ha referido a esta paradoja de nuestras ciudades. Con su habitual agudeza, Navarro ha señalado cómo Torrevieja y La Vila Joiosa, dos poblaciones de un urbanismo deficiente, tienen, sin embargo, proyectos seleccionados en la exposición de Nueva York. No encontraremos un ejemplo mejor para explicar lo que sucede con la arquitectura en el país.

La existencia de unas ciudades cada vez más desagradables para sus habitantes y una arquitectura de edificios singulares tiene, claro está, su explicación. Hace tiempo que el trazado de las ciudades no está en manos de los urbanistas, sino de los promotores inmobiliarios. Son estos influyentes empresarios quienes, con su ascendiente sobre los políticos, diseñan la ciudad, crean los nuevos barrios, abren calles, avenidas, y llegan a decidir, incluso, la estética de los edificios. Y todo, con el único interés de obtener el máximo rendimiento de su inversión.

Meses atrás, y ante ciertas acusaciones aparecidas en la prensa, a propósito del plan de Rabassa, el alcalde de Alicante negó a los periodistas que en la ciudad mandasen los promotores inmobiliarios. Aquellas palabras tan enfáticas de Díaz Alperi no fueron otra cosa que las declaraciones de circunstancias de un político. A la hora de la verdad, Díaz acaba de despedir al arquitecto contratado para redactar el Plan General de la ciudad porque el técnico no ha aceptado las exigencias de los promotores. Esta es la realidad que no se exhibe en Nueva York.

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