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Columna
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Cantinera y escopetera

Es evidente que hay que ser donostiarra para sentir el honor que constituye salir con un tambor el día de San Sebastián dentro del grupo de la correspondiente sociedad. Hay que ser señora donostiarra para sentir esa sensación cuando por fin les han dejado participar con el tambor incluido. Resulta digno de toda admiración el tesón con que señoras de Irún y Hondarribia insisten en salir de escopeteras, venciendo muchas incomprensiones, incluidas las que provienen de muchas de sus vecinas, formando parte de compañías mixtas, en sus correspondientes actos festivos-militares de los que nadie recuerda, porque lo importante es la fiesta, sus orígenes patrióticos españoles. Hasta en las carnavalescas comparsas de los cíngaros donostiarras ha existido algún problema para la integración de las damas. Todo esto cuando hace más de una década que observo algo que nunca me imaginé: ver a mujeres con tricornio.

Poco a poco la victoria feminista se abre paso y no habrá, salvo conversión de todos por la fuerza a determinada religión, muro que evite su presencia en todos los ámbitos. Lo curioso del caso es que un precedente histórico de una mujer que fue a la vez cantinera y escopetera no haya sido adoptado como símbolo del combate femenino a la hora de reivindicar su presencia en desfiles. Una injusticia histórica que tampoco sorprende teniendo en cuenta que en su ciudad existe una calle con el nombre del que la sitió y la bombardeó con saña en la Primera Guerra Carlista, Zumalacárregui, y se la quitaron, hace de ello más de veinte años, al que la liberó, a Espartero.

Era el 12 de febrero de 1874 cuando Amalia Ansuátegui, que se había convertido en cantinera del Batallón de Auxiliares de Bilbao, los milicianos voluntarios liberales -hubo liberales una vez en este país, y otro que fue socialista a fuer de liberal-, ascendía hacia la fortificación de Mallona empujando con sus dos sobrinos el carrito de provisiones para la cantina, cuando vio aproximarse en la bruma del amanecer una columna carlista que quería tomar por sorpresa el baluarte. Según me contó un docto especialista del tema en el Ateneo de Madrid, enseñándome viejos legajos y fotos amarillentas a las que había que sacudir el polvo, doña Amalia era una mujer decidida. Hay que ser persona resuelta para regentar una cantina de batallón en guerra -me lo contaba con tal detalle que parecía que había estado allí-, por lo que dispuso que el menor de sus sobrinos alcanzase a la carrera el fuerte de Mallona para dar el aviso, mientras que ella empezaba a disparar su fusil, apoyada por el fuego de su otro sobrino, lo que facilitó que cundiese la alarma y los carlistas se retiraran. Y es que Amalia iba siempre bien armada, pues al carro de los licores no siempre lo intentaban atacar los carlistas, y el sentido de la justicia de la señora era tan simple como recto: el que no paga, no bebe.

Debió de participar en algún otro hecho de armas, y no le costó mucho que se le reconocieran sus méritos militares, puesto que el 13 de febrero de 1874 era nombrada en el orden del día por el comandante de la plaza, el general Castillo. También se le concedió el rango honorario de sargento del Batallón de Auxiliares al final del asedio. Pero su mayor batalla, la más largamente sostenida, la mantuvo, como ahora la mantienen todas nuestras escopeteras, con sus ex compañeros de batallón, si es que se les podía llamar así, vistos los hechos que ocurrieron hasta 1926.

En 1875, los supervivientes del Batallón de Auxiliares fundaron la Sociedad El Sitio de Bilbao para conservar la memoria de los hechos de armas del último asedio y de los sitios de Bilbao de 1835 y 1836. Sin embargo, doña Amalia no consiguió ser aceptada como socio. Una injusticia evidente contra su persona ante la que peleó hasta que en 1926, siendo miembros de la sociedad personas tan conocidas como Clemenceau y Unamuno, fue aceptada como socia. Enmendando el error y demostrando su propósito de cambiar en el futuro, designaron a doña Amalia socia de honor de El Sitio, exenta del pago de cuotas y con efectos desde 1875.

Esta historia me enterneció. Por eso, quizá, haya roto con los temas que me gustan y me haya puesto en plan abuelo Cebolleta, sorprendido porque haya echado en falta que nadie se acuerde de esta mujer, máxime cuando tanto esfuerzo, argumentaciones, y hasta discriminaciones positivas se enarbolan hoy en día para dar cabida a la mujer en los sitios. Lo que nos demuestra que los cavernícolas no sólo estaban entre los carlistas; todavía sobreviven por estos pagos.

Moraleja: más vale hacer las cosas a tiempo, y, además, al final siempre ganan.

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