Metafísica del audímetro
De todas las máquinas que nos rodean, el audímetro es la más arcaica, inexacta y poderosa. También es la que plantea más problemas filosóficos porque lo suyo es pura metafísica. Todos hablan de su omnipresencia pero nadie la ha visto porque sólo existen 3.000 ejemplares, sus decisiones van a misa y se viven como dogmas de fe. Es el único tótem que adora la publicidad, nuestro gran motor económico; tiraniza los gustos, la ética, la estética y la telebasura de los profesionales audiovisuales, que son mucho más de 3.000; y decide por Estadística, esa otra rama de la literatura fantástica, la dieta del prime time.
Hace un par de lustros no hubiera dicho ni mu contra el audímetro, esa pavorosa generalidad, pero es que las demás máquinas son ahora mismo cacharros de altísima precisión. El "audímetro" interno de los móviles y fijos, como demuestran las facturas mensuales de telefonía, no sólo registra con detalle obsceno todas tus llamadas, hasta las más íntimas y equivocadas, sino que puede establecer con exactitud borgiana el mapa y los flujos de la telecomunicación nacional. Ocurre también con las conexiones por Internet porque el disco duro del ordenador y la colosal memoria del servidor lo registran todo. Y gracias a la tarjeta de crédito saben qué, cuándo, cómo, dónde y por qué compras on-line o físicamente. Este audímetro prehistórico tiene la absurda pretensión de parecerse a la nueva raza de máquinas memoriosas, sabelotodo y fisgadoras.
Esto es lo que ocurre. En la era de los artilugios exactos y personalizados sacralizamos una máquina metafísica que sólo registra generalidades en el cuarto de estar (esa vaguedad) de un hogar monoparental que sólo existe por generalización estadística y además a través de una pantalla generalista que ya ni es única ni sagrada porque en las otras habitaciones están permanentemente encendidas las muy profanas pantallas alternativas de Internet, los videojuegos, el móvil multimedia, la TV de pago, la del DVD o la del Mp3. Y lo peor de todo, los audímetros no se venden. Ni siquiera en las librerías especializadas en literatura fantástica.
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