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Reportaje:

Las dos caras del comandante

Familiares de Rafael Romero, el ex piloto de Iberia asesinado, dudan de que el juego o la droga tengan que ver con el crimen

Se parecía a Peter O'Toole. A veces hasta le confundían con el actor inglés. Era alto, fibroso y, a sus 64 años, aún seguía resultando atractivo a las mujeres. Tenía los ojos azules, el rostro enjuto, y cuando estaba de pie adoptaba una pose algo estudiada, con las piernas ligeramente arqueadas, la mano en el bolsillo y la otra sosteniendo un cigarro puro de la marca Victoria. Vestía bien pero no ostentaba. Frecuentaba los bares, pero no bebía mucho. A pesar de su carácter fuerte, era educado en las formas y mantenía siempre un ademán de caballero español a la antigua usanza: sociable con sus amigos y reservado en el trato con los desconocidos.

Ésta es la descripción que proporcionan los que conocieron a Rafael Romero Arrieta, el ex piloto de Iberia asesinado el pasado lunes junto a una gasolinera de Torrelodones de un disparo en la nuca. Ni sus familiares ni sus allegados son capaces de explicar cómo un hombre de su posición social pudo acabar muerto en una solitaria estación de servicio con un balazo en la cabeza, y ninguno de ellos puede o quiere creer que el móvil del asesinato sea un ajuste de cuentas por deudas.

El cadáver fue hallado con un disparo en la cabeza y un puro entre los dedos

Pero los detalles de la investigación que sigue la Guardia Civil van por ahí y han empezado a sacar a la luz una imagen de un Romero que podría haberse metido en un peligroso mundo de timbas, drogas y deudas; un cóctel que, según las primeras pesquisas, podría haber sido, a la postre, la causa de su muerte.

El lunes pasado, a las 9.10, un empleado de la gasolinera situada a unos 100 metros del casino de Torrelodones, en el kilómetro 28,200 de la carretera de A Coruña, dirección Madrid, descubrió el cadáver de Romero Arrieta en la parte trasera de la estación, junto a una farola. Lo encuentra en el suelo sobre un charco de sangre, boca abajo y con un puro entre los dedos. Los servicios sanitarios del Summa se desplazan al lugar y certifican la muerte. Calculan que lleva al menos dos horas muerto.

A partir de ahí comienza la investigación. Los agentes del grupo de Homicidios y de Criminalística de la Comandancia de la Guardia Civil se hacen cargo del caso y empiezan a indagar en la escena del crimen. Las primeras pistas no son muy reveladoras. Los dos casquillos hallados en el suelo son del calibre nueve milímetros, de fabricación española, una munición común y que no aporta nada sobre la procedencia del o los asesinos.

Es el escenario en sí el que da más detalles. La gasolinera está junto al casino de Torrelodones, muy cerca de la zona de los Peñascales, el barrio al que Romero se había mudado hace un año. La parte trasera da a un descampado y después de que el encargado de la noche cierre la estación a la una de la mañana, se convierte en un lugar oscuro, apenas iluminado por las luces de la carretera. Los que le mataron sabían que así era y que no tendrían problemas para llevar a Romero hasta allí y dispararle sin ser vistos.

Los siguientes pasos de los agentes se centran en los días previos a la muerte de Romero. Un rastreo a sus últimos movimientos con las tarjetas saca a la luz dos cosas. Lo primero, que Romero tenía ciertos desajustes económicos: era administrador único de una empresa llamada Zosideas Hosteleras, con sede en la calle del Doctor Castelo, cerca del Retiro, que nunca había marchado bien. Lo segundo, que en los últimos días se había gastado ingentes cantidades de dinero en timbas.

La siguiente pista les lleva al Casino de Torrelodones. Las cámaras de la entrada muestran que Romero estuvo en el casino el 29 de enero. Menos de un minuto después las mismas cámaras captan la imagen de dos hombres fornidos, con pinta de mafiosos de Europa del Este que también se adentran en el local. No es mucho pero es un comienzo. La imagen de Romero que traza la Guardia Civil empieza a distanciarse de la que tienen sus amigos. "No era ningún burlanga", dice su amigo José Luis, en la calle de Narváez, una de las más frecuentadas por Romero antes de mudarse a Torrelodones. "Era de Lekeitio (Vizcaya). Vasco, pero muy español. En su familia eran pilotos, sus hermanos y su padre. Siempre había vivido en este barrio. Aquí en Narváez nos conocemos todos porque éste es un barrio típico de Madrid, como los de antes, donde todo el mundo se conoce. Era un tío cultísimo que había sido piloto militar y me contaba historias de cuando estuvo destinado en el Sáhara y en Guinea. Era afable y a mí me enseñó muchas cosas sobre aviones. Le gustaba la poesía, tomarse unos vinos con sus amigos, pero no bebía mucho", añade.

Eso es precisamente lo que hizo Romero antes de morir; tomarse unos vinos con un amigo. La tarde del domingo pasado, 5 de febrero, el ex piloto no salió de Torrelodones. Se fue a un bar para ver un partido de fútbol, le compró sus puros favoritos al dueño y luego quedó con un amigo, informa Esther Sánchez. La mujer de éste, Mercedes Parra, ex azafata y que conocía a Romero desde 1969, relata así las últimas horas en la vida del ex piloto: "Mi marido y él estuvieron juntos hasta las 12 de la noche. Cuando se despidieron, él le dijo que se iba a casa. Mi esposo dice que estaba normal, como siempre y que no parecía tener ningún problema. No entendemos qué ha podido pasar", comentó Parra.

Quizá Romero no llegase a su casa, quizá alguien lo asaltó en el camino y lo llevó a dar un paseo. El número 46 de la calle Ebro está en la zona de los Peñascales, una urbanización de chalés situada a las afueras del casco urbano de Torrelodones. Su vivienda, de una planta y aspecto descuidado, sí concuerda con esa imagen de dejadez que Romero había adoptado en los últimos tiempos. Su coche sigue allí aparcado, junto a la casa, y no hay signos de que haya sido movido recientemente.

"Puede que cuando se mudara allí empezaran los problemas", comenta Julián, un empleado del bar Erre que Erre, que Romero había regentado durante unos meses en la calle del Doctor Castelo y que resultó ser una ruina para su cuenta bancaria. "Es cierto que con lo del bar no le fue muy bien. Se gastó mucho dinero en reformarlo y no venía mucha gente. Tuvo que dejarlo. Pero de juego y drogas nada. Era un señor y a mí siempre me pagó puntualmente. Ahora, lo que le ocurriera cuando marchó a Torrelodones, de eso ya yo no sé nada", explica Julián.

Rafael Romero Arrieta deja cuatro hijos, dos ex mujeres, una pareja actual, varios hermanos, padre y un buen número de amigos que se preguntan qué o quién llevó a Romero a meterse en problemas.

En la casa de Romero no hay nada que arroje algo de luz a ese misterio. Tan sólo un coche abandonado, un jardín despeluchado y unas persianas echadas indicando el definitivo cierre.

El fiasco del Erre que erre

Erre que erre. Así llamó el ex piloto al bar que regentó durante unos meses en la calle del Doctor Castelo, utilizando las dos iniciales de su nombre: Rafael Romero. Los problemas en el local comenzaron desde su apertura. En la gestoría que se encargó durante un tiempo de los trámites de apertura y de las contrataciones de los empleados recuerdan al vizcaíno. "Recuerdo que tuvo problemas con la licencia del local porque no cumplía los requisitos. Luego dejó de pagar a sus empleados. Era informal; el bar se abría y se cerraba constantemente. Dejó de pagarnos y cortamos la relación con él", cuenta uno de los empleados de la gestoría.

Los problemas del Erre que erre han quedado sobre el papel. En el BOCAM (Boletín Oficial de la Comunidad de Madrid) del 17 de diciembre de 2004 se da cuenta de un edicto por el cual un juez de lo Social embargaba las cuentas de Romero y obligaba a los bancos a transferir el dinero a una de sus empleadas a la que debía 1.900 euros.

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