El grito
La última manifestación que presencié fue en el aeropuerto de Barajas, protagonizada por vecinos de urbanizaciones próximas que protestaban contra ruidos insoportables producidos por un cambio en las rutas de aterrizaje. Fue una protesta que me quedó grabada gracias al arte. Todos los asistentes, y eran muchos, portaban carteles con reproducciones de El grito de Edvard Munch y repartían octavillas con la misma obra del pintor noruego. El aeropuerto se transformó en una performance colectiva, una representación de la angustia existencial. Era un sábado, y al poco tiempo, todos los viajeros llevaban un grito en la mano, junto al billete y al documento de identidad. A los extranjeros se les veía cara de asombro y admiración: ¡Qué nivel! En el avión, en los asientos de atrás, dos muchachas comentaban La vida secreta de las palabras, de Isabel Croixet. Su forma de hablar, hilvanando sensaciones de miedo y esperanza, resultaba curativa. Sin ver sus rostros, me parecía escuchar una prolongación del filme. En el aeropuerto de Santiago había grandes carteles anunciando una exposición de Frida Kahlo. Ni siquiera en el espacio publicitario la obra de la pintora mexicana se deja raptar por lo decorativo. La pelambre de su bigote femenino es, años después, un desafiante mensaje: el arte sin depilar. En los pasillos del aeropuerto, su presencia resulta inquietante y excitante. Sus retratos, más que dejarse mirar, nos interpelan. Provocan un erizamiento óptico. Transmiten sufrimiento y exorcismo, lucha y enigma. A la muestra de esta mujer revolucionaria, en vida y arte, han acudido 120.000 personas, lo que significa que la han visto diez de cada cien gallegos. Ahora llega el momento de subirse a un taxi. Un periodista no debe citar nunca a un taxista. Pero en este caso haremos una excepción. Lleva sintonizada una radio civilizada y me explica que está leyendo un libro sobre orientalismo muy interesante de un tal Said. Es verdad. Está ahí, en el asiento, el libro de Edward W. Said, el palestino-norteamericano que escribió los más exquisitos antídotos contra los fanatismos. Hoy es un día espléndido. Frida se peina en una ventana. Si yo fuera una máquina de escribir, comería hierba fresca y redactaría un comunicado de paz. Esa es hoy la revolución.
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