La última barrera
Ya es oficial. La última barrera ha caído y el olimpo de los dioses baloncestísticos ha adquirido definitivamente una nueva condición: la terrenal. Con la inclusión de Pau Gasol en el próximo partido de las estrellas se ha abierto una puerta que durante muchos años creímos reservada para gente fuera de nuestro alcance, mitos que bajo apariencia humana escondían cualidades extraterrestres. Desde que la NBA se hizo presente en nuestras vidas, allá por los 80, asistimos semiextasiados a un evento donde por unas horas se juntaban esos jugadores que todos soñábamos querer ser, al menos durante unas pocas horas. En ese exclusivo universo, existía un club aún más selectivo, formado por apenas dos decenas de jugadores y que representaban lo mejor de lo mejor.
Enormes talentos, prodigios técnicos, capacidades físicas que desafiaban las leyes que estudiamos en el colegio, glamour para dar y regalar. Año tras año nos encontrábamos con Michael Jordan, Magic Johnson, Kareem Abdul Jabbar, Larry Bird, Pat Ewing, Isiah Thomas, Hakeem Olajuwon, Karl Malone y otros muchos que aunque nos decían que eran jugadores de baloncesto, sospechábamos que lo suyo era otra cosa.
Llevar aquellas camisetas East o West llenas de estrellas, blancas, azules o rojas representaba lo máximo que uno podía desear para una hipotética reencarnación deportiva. Los jugadores, sus vestimentas, los vestuarios de lujo, las placas con los nombres en las taquillas, las maravillas que hacían en el campo durante un partido pensado para la pura y simple diversión o las realizaciones televisivas, que nos mostraban todo lo que ocurría de una forma estéticamente deslumbrante, convertían el All Star en una especie de Disneylandia baloncestística, pues nos hacían dudar de si lo que estábamos viendo era realidad o fantasía. En aquellos tiempos, pensar que uno de los nuestros pudiese estar algún día allí se escapaba hasta de la más calenturienta de las imaginaciones.
Seguramente y a diferencia de generaciones anteriores, Gasol nunca vio el All Star como una reunión de divinidades. Como tampoco pensó que tenía que pedir permiso para machacar un balón en las narices de una superestrella como Kevin Garnett. Para Gasol, la NBA ha sido siempre algo muy concreto, muy humano y terrenal, factible para sus condiciones, poblado de gente de carne y hueso. Probablemente esta falta de consideración le ha permitido en cinco años escalar desde la incertidumbre con la que aterrizó en Memphis hasta la cumbre individual que supone haber sido elegido para un evento que, aunque ya no es lo de antes, sigue representando la reunión de los mejores jugadores de baloncesto del mundo. Se lo merece y nos alegramos por él y por lo que significa, aunque a través suyo hayamos descubierto con la subida de este último escalón que definitivamente Micky Mouse es un muñeco.
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