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Entrevista:Luis Goytisolo

"Yo dejaría descansar en paz a los muertos de la Guerra Civil"

Javier Rodríguez Marcos

Fuera del apartamento de Luis Goytisolo (Barcelona, 1935), en la Torre de Madrid, la Gran Vía a vista de pájaro. Dentro, un gorrión japonés en la cubierta de los ejemplares de su nueva novela, pulcramente ordenados sobre la mesa en la que, dice, escribe a mano las dos primeras versiones de cada uno de sus libros. En la pared, el diploma de admisión del escritor en la Real Academia Española, en la que ingresó en 1995. En un mueble cercano, la edición original de Antagonía. Publicada entre 1973 y 1981, la tetralogía narrativa del autor barcelonés fue considerada como una de las obras más importantes de la literatura española de la transición en las encuestas que se sucedieron el pasado otoño con motivo del aniversario de la muerte de Franco.

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PREGUNTA. ¿Le molesta que le consideren sobre todo como el autor de Antagonía?

RESPUESTA. No. Los novelistas somos como los inventores, que no descubren muchas cosas. Lo normal es hacer un solo descubrimiento, aunque sea gigantesco, como en el caso de Proust. Yo creo que he hecho dos. Uno es Antagonía, un tipo de novela larga y muy estructurada. Va del nacimiento del escritor al final de la obra, con todas sus fases intermedias. Cuando la terminé me daba por satisfecho.

P. A parte de la trascendencia histórica, ¿se siente bien leído?

R. Hay gente anónima que me ha dicho que Recuento, la primera entrega, fue importante para ellos. Y Claude Simon, que vivía en el sur de Francia, iba con frecuencia a Barcelona y leía perfectamente español, escribió que las tres grandes novelas del siglo XX son En busca del tiempo perdido, El cuarteto de Alejandría y Antagonía. Esas cosas compensan.

P. ¿Y el segundo descubrimiento?

R. En los años noventa, a partir de Estatua con palomas intuí un planteamiento distinto que se vio interrumpido por los documentales que hice para la televisión. De ahí, las Tres comedias ejemplares, que tienen, creo, dignidad, aunque son algo menor que podía escribir en cualquier hotel en medio de un viaje por Asia, por ejemplo. A partir de Diario de 360° vi lo que quería: un tipo de novela -Cortázar diría "para armar", aunque no sea exacto- construida a partir de elementos que el lector tiene que organizar. Mientras en Antagonía el mundo estaba cerrado, estas obras son más abiertas. Diario..., Liberación y esta última no forman ciclo, pero sí tienen otro planteamiento.

P. ¿Por qué eligió a un pintor como protagonista de Oído atento a los pájaros?

R. El arte es ahora una especie de mercado en el que se venden cosas extrañas. Por eso era más interesante un pintor que un escritor, que será malo o bueno, pero tiene que ajustarse a las convenciones del género. La gente lee un libro y ve lo que es. Pero ante algunas de las instalaciones de hoy se queda atónita. Le dicen que vale mucho y lo compra porque vale mucho, no porque lo entienda. Aprecia una obra porque la sabe apreciada.

P. El pintor decide escribir sus memorias y llena la novela de reflexiones sobre el lenguaje. En este mundo audiovisual, ¿cuál es el poder que les queda a las palabras?

R. Lo que nos distingue de otros animales es la imaginación y la palabra. Hay animales muy inteligentes -los pájaros mismos, por ejemplo-, pero seguramente no tienen imaginación. Y sin el lenguaje no seríamos lo que somos. Ahora hay un dominio audiovisual, es cierto, pero en definitiva son tecnologías. No construyen ni saber ni conocimiento ni memoria. En el fondo son mermas que ha inventado el ser humano contra sí mismo. Se van delegando facultades que antes se consideraban como artes. El arte de la memoria se ha perdido, por ejemplo. La memoria la tiene ahora el ordenador.

P. ¿Cree que se ha perdido más de lo que se ha ganado?

R. Desde el punto de vista de la vida cotidiana se ha ganado mucho. Es innegable. No se puede comparar la vida actual de un campesino con la de hace unos años. Desde el punto de vista de lo que más distingue al hombre de los animales, no estoy tan seguro. Hay una merma progresiva de los conocimientos esenciales a favor de los conocimientos mecánicos. Se pierde memoria, inteligencia, capacidad emocional. Y todo esto lo acentúa la enseñanza actual.

P. No obstante, la supervivencia de las palabras no tiene por qué ir asociada a la supervivencia de los libros. No digamos ya de las novelas.

R. Sin duda. La novela como género empieza a pertenecer al pasado. No porque se agoten las ideas, sino porque la sociedad va por otro lado. Y el escritor se debe a la sociedad. Lo que sucede es que es un proceso largo. De todos modos, lo que se escriba siempre tendrá lectores, aunque sean pocos. Homero no podía imaginar que íbamos a leerlo en ediciones de bolsillo y en un idioma que ni remotamente existía cuando él vivió.

P. ¿Usted tiene esto en cuenta cuando escribe?

R. No pienso a largo plazo. En el último Francfort las propuestas de traducción que me llegaron fueron al polaco, al checo, al serbio y al húngaro, es decir, lenguas que se limitan a países concretos. El público lo forma ahora una serie de minorías universales.

P. Cuando decide escribir su vida, su personaje termina relatando como trauma infantil una infidelidad de su pareja actual, como si fuese imposible recordar sin reelaborar, es decir, sin mentir.

R. Oído atento a los pájaros es una novela pesimista. Su tema de fondo es la esfumación de la verdad. Aunque el personaje mezcla los recuerdos de la forma más inocente, inconsciente y natural.

P. ¿Un escritor no debe buscar la verdad?

R. Por supuesto. Lo aberrante es que alguien quiera escribir unas memorias para saberlo todo, porque lo que tiene interés es partir de la base de que lo que se dice es, al menos para el autor, lo que él cree. De lo contrario, Montaigne sería un novelista.

P. También la memoria colectiva aparece tergiversada.

R. Sí, un accidente es interpretado como atentado y eso termina ocultando el asesinato de otra persona. Un hecho fortuito tiene una consecuencia inesperada cuyo alcance no conocen ni los que la sufren. Pasa a diario. Alguien perdió un autobús hace 80 años y ahora nosotros estamos aquí.

P. En su novela hay una guerra civil, aparecen unas fosas comunes...

R. Sí, el paralelo es evidente y aplicable a España, pero también a la antigua Yugoslavia.

P. El debate de las fosas de la Guerra Civil sigue abierto. ¿Cree usted que hay que abrirlas?

R. Yo no abriría ninguna fosa porque quedan muchas por abrir de ambos bandos. En muchos casos son de soldados muertos en combate. Y si se habla de los fusilamientos, siempre hay gente que piensa en los fusilamientos del otro bando. Esto salpica a muchísima gente de muchas tendencias. Yo dejaría a los muertos descansar en paz.

P. Su retrato de los revolucionarios mezcla el humor y la crueldad. ¿Se parecen a los que usted frecuentó durante el franquismo?

R. No. Pensaba más en todos esos partidos que aparecieron al principio de la Guerra Civil. O la Revolución Francesa. Los personajes tienen algo de Danton y de Robespierre. Es la vieja metáfora de la locomotora que avanza cada vez más rápido y termina consumiendo a los que la conducen.

P. ¿No fue el caso de los partidos comunistas?

R. Yo fui antifranquista cuando la mayoría de los antifranquistas estaban relacionados con el partido comunista, que era el que contaba. Inventarse ahora otras oposiciones es una fantasía. Procedíamos de familias que habían ganado la guerra. Era una rebelión natural. Lo que se pretendía no era instaurar una sociedad comunista. No conozco a uno solo entre los ciento y pico que estábamos presos en Carabanchel que lo pensara. Se trataba de abrir una brecha democrática. Y claro que sabíamos lo que era el comunismo. Habíamos leído El cero y el infinito y sabíamos lo que era el estalinismo. Sabíamos que si algún día se instalaba en España una sociedad comunista tendríamos que marcharnos en el primer avión. Pero era la única oposición.

El escritor Luis Goytisolo, en su casa, en Madrid.
El escritor Luis Goytisolo, en su casa, en Madrid.RICARDO GUTIÉRREZ

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Sobre la firma

Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

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